domingo, 26 de abril de 2015

El desierto crece (Primera parte)

I
     En el Paraje Los Cerrillos, al costado de la ruta entre Córdoba y Alta Gracia, se eleva un monumento en el cual descansa una aviadora muerta en un accidente. Es un monolito solitario, oscuro, sombrío y majestuoso. Se encuentra totalmente abandonado. La maleza crece a su alrededor. La buena semilla muere. La mala se expande. Una gruesa puerta de acero negro está sellada e impide el acceso al interior de la construcción. Las placas metálicas con diversas inscripciones que recordaban a la mujer han sido saqueadas. Los profanadores de tumbas han dejado sus huellas. Tal vez la maldición haya caído sobre ellos. Se siente a los insectos caminar entre la maleza. Se los siente observar a los escasos y casuales visitantes que se atreven a acercarse al monumento abandonado. El sol de la siesta cae impiadosamente sobre el lugar. El  desierto crece. El desierto y la semilla. La mala semilla.

     La aviadora se hacía llamar Myriam Stefford aunque su verdadero nombre era Rosa Margarita Rossi Hoffman. Había sido una famosa actriz. Era de nacionalidad suiza e hija de padres italianos y en 1928, durante unas vacaciones en Venecia, había conocido y se había enamorado de un multimillonario argentino. También hay quienes dicen que no habría sido la famosa ciudad italiana el lugar en donde se habrían conocido sino Viena, la capital de Austria.  Se había casado con el multimillonario argentino en la Basílica de San Marcos en 1930 y había venido a vivir a nuestro país siguiendo a su gran amor. Compartía con su marido la pasión por la aviación. Por ejemplo, en la contratapa de la nouvelle Vuelo nocturno de Antoine de Saint-Exúpery recientemente editada por el sello Caballo Negro, se le atribuye la siguiente frase: “Vuelo intensamente. Todos los días. Para mí constituye una verdadera obligación”. Así pues, Myriam Stefford murió haciendo lo que más la apasionaba, volar. El 26 de agosto de 1931, el Chingolo II, el avión en el que viajaba, se precipitó raudamente al suelo en la localidad sanjuanina de Marayes. Ella había emprendido un raid de vuelo a través del cual pretendía unir catorce capitales de provincia de nuestro país. La joven aviadora murió a la temprana edad de 26 años y su marido decidió homenajear su memoria levantando un portentoso mausoleo en el cual descansaran sus restos. En aquella época, hubo quienes afirmaron que el accidente había sido planeado por el esposo. Se dice que el siniestro fue causado por la rotura de una pieza del avión que no se podría haber roto por casualidad. Se dice que alguien habría tenido que intervenir para averiarla. El motivo que habría tenido el hombre para acabar con la vida de su mujer habría sido la sospecha que tenía acerca de un romance existente entre la aviadora y su instructor de vuelo, Ludwig Fuchs, un piloto alemán veterano de la Primera Guerra Mundial. Se cuenta que, durante una fiesta en el Sierras Hotel, alguien habría visto salir a la mujer de la habitación de Fusch. El rumor habría empezado a correr. El marido habría tenido que tomar una decisión. Sin embargo, las pericias policiales nunca pudieron comprobar la existencia de un posible crimen.

     Por otra parte, la historiadora Carina Villafañe Batica afirma que Myriam Stefford no murió en el siniestro de Marayes sino que ese fue un “accidente aéreo simulado”. En una investigación que realizó con la colaboración del Suboficial Mayor Luis Eduardo Medici concluyó que “el avión en el que se trasladaba Stefford aterrizó en la Mina Richard, un lugar de parada obligatoria del avión porque tenía una autonomía de vuelo de seis horas. Era un biplaza Messerschmitt BFW M23”. Dice además que “los pobladores recuerdan un avión dar vueltas y luego de un tiempo un fogonazo. El fogonazo existió porque existió la destrucción del avión”. Para sostener sus afirmaciones, la historiadora muestra una foto con los restos calcinados de ambos tripulantes del avión y menciona que la ropa que utilizaban no era ropa de vuelo sino vestimenta civil. También habla acerca del estado del avión diciendo que ese “es otro detalle netamente aeronáutico que es para la junta de accidentes”. Esto último no es muy transparente. Asimismo afirma que “la sombra que se proyecta es a las diez de la mañana”. Y se pregunta: “Si el avión llega a las nueve de la mañana, ¿quién pudo sacar estas fotos? Sólo la persona que estaba ahí”. Cuando el entrevistador la interroga acerca de la manera en que murió entonces la aviadora, Villafañe Batica responde simplemente que “Myriam Stefford murió en un accidente aéreo simulado”. Los misterios en torno a la muerte de la famosa aviadora se siguen ahondando, se expanden, crecen como la maleza alrededor de su monumento. Las malas semillas se diseminan. ¿Murió en un accidente de aviación? ¿Su marido tuvo algo que ver con el accidente y con su muerte? ¿Fue un accidente aéreo simulado? Sin embargo, los argumentos de la historiadora parecen ser algo confusos, no aclaran totalmente lo que pretenden aclarar, no termina de decir cómo murió Myriam Stefford en el supuesto caso que el suyo haya sido un accidente simulado, no señala cuáles pudieron haber sido los posibles motivos de su deceso. Gabriel Waisberg, un hombre que sostiene haber investigado la vida de la aviadora y de su marido durante diez años, indica que “esta mujer (la historiadora) jamás ha hecho ninguna investigación seria y solo manipula algunos datos de cuando sucedió el accidente. La investigación se llevó a cabo en su momento por el personal más calificado de la época y se cerró con un informe técnico de los motivos por el cual el Chingolo II se precipitó a tierra causando la muerte de sus dos pilotos”. Waisberg concluye diciendo que “Villafañe Batica busca publicidad a través del nombre de Myriam Stefford y se ve que lo logra”. Las voces se cruzan en un espacio fracturado en donde la verdad parece perderse. Cada vez es menos posible saber lo que realmente ocurrió. Después de todo, ¿es la verdad la adecuación entre lo que sucedió y lo que se dice o es más bien lo que se construye en los distintos relatos? Tal vez como decía el filósofo no existan hechos sino sólo interpretaciones. La realidad nunca deja de estar tejida de ficciones.    
     El monumento simula ser el ala de un avión coronada por un faro. Sin embargo, hay quienes sostienen que en realidad es un símbolo esotérico. Es un obelisco que se eleva al costado de la ruta provincial 5 durante unos largos 82 metros de altura. Siempre han existido varias versiones con respecto al sentido simbólico de los obeliscos. Se solía decir que donde se elevaba uno de ellos, existía alguna logia masónica. También se afirma que en el Antiguo Egipto se construían al ingreso de las tumbas puesto que se creía que tenían un gran poder vivificante que se transmitía posteriormente en la resurrección del difunto. Estos antiguos monumentos, entonces, intentaban simbolizar la eternidad. La construcción dedicada a Myriam Stefford está hecha con hormigón armado, granito y mármol. Cerca de cien obreros polacos trabajaron en ella bajo las órdenes del ingeniero Fausto Newton y se inauguró en 1935 cuando el marido de la aviadora colocó el féretro de su extinta mujer en la cripta. La tumba está a seis metros de profundidad y se dice que junto a ella se encuentran sepultadas sus joyas tal cual si fuera una princesa egipcia. Se dice que incluso se halla en ese lugar el famoso diamante Cruz del Sur. Antiguamente, en una losa ubicada en la entrada al monumento se podía leer el siguiente epitafio: “Viajero, rinde homenaje con tu silencio a la mujer que, en su audacia, quiso llegar hasta las águilas”. En un pedestal al costado de la construcción se podían observar el casco de Myriam, su reloj de vuelo y el timón del avión caído. También se dice que el sepulcro en el interior de la cripta estaba rodeado por cariátides y que la inscripción que se encontraba sobre la lápida de mármol negro rezaba: “Maldito sea el que profane esta tumba”. Además, en la cúspide del fastuoso monolito existen cuatro ventanas a las cuales se asciende a través de una escalera y  se ingresa por una escotilla ubicada en la parte superior. En la parte central se halla un balcón que sirve de descanso para quienes quieren subir hasta la parte más alta. En 1946, cuando el peronismo llegó al poder, el viudo de la aviadora mandó a sellar las puertas del monumento con dos gruesas chapas de acero naval que habían formado parte del acorazado alemán Graf Spee, hundido en la batalla del Río de la Plata a fines de 1939. El mausoleo quedó cerrado hasta 1955 cuando fue ocupado por una columna militar leal a Perón que pretendía utilizarlo como observatorio estratégico durante el alzamiento del Gral. Lonardi.


     Cuenta mi novia que cuando era chica su abuelo la llevó junto a su hermana a conocer el monumento a la famosa aviadora. Mientras el hombre tomaba unos mates sentado en la pirca de piedra que rodea a la construcción, las niñas jugaban y correteaban. En un momento dado, entraron al monumento y subieron por las escaleras. Se encontraron sorpresivamente con un anciano de aspecto tétrico. No tardaron mucho en descender desesperadas y aterrorizadas, corriendo y gritando. El anciano también bajó, lentamente, como bajan los monstruos en las películas de terror. El abuelo intentó calmarlas diciéndoles que “el señor era el cuidador del lugar”. Sin embargo, ellas no se lo creyeron del todo. Mientras el abuelo y el anciano intercambiaban algunas palabras, las pequeñas miraban al cuidador con los ojos desorbitados y los labios temblorosos. Las imagino a cada una de ellas tomada fuertemente de cada una de las piernas de su abuelo, tironeando sus pantalones, temblando y aún atemorizadas por la inesperada presencia del extraño hombre. Ellas tuvieron el privilegio de conocer al cuidador pocos años antes que muriera. Después de su deceso, sin nadie que permaneciera en el lugar, el monumento quedó a la deriva. El desierto comenzó a crecer. La mala semilla empezó a expandirse. La gigantesca mole de piedra quedó abandonada. Las puertas se cerraron. Dicen que para contratar al cuidador, el viudo de Myriam Stefford había realizado una suerte de casting en el que había intentado elegir a alguien que se pareciera a Quasimodo, el famoso jorobado de la novela de Víctor Hugo. Mi novia, que lo conoció, seguramente puede afirmar que el multimillonario se dio ese gusto. A pesar de que el anciano parecía inofensivo, su contemplación no fue para ella una experiencia del todo agradable. La muerte inesperada, el monolito, el cuidador… todo contribuye a crear un clima de misterio y leyenda alrededor de la historia de la aviadora y su marido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario