domingo, 11 de octubre de 2015

Fotosíntesis

Yo sólo era un pobre tipo 
encerrado en una casita de adobe. 
No conocía el mundo 
ni el mundo me conocía a mí. 
Estaba solitario y triste 
comiéndome los mocos
y sacándome las lagañas de los ojos.
Hasta que alguien vino,
me señaló con el dedo
y me dijo "Sos vos".
Entonces salí de la oscuridad
e hice la fotosíntesis.



sábado, 10 de octubre de 2015

Etnocentrismo y universalismo en la narrativa de Milton Hatoum

Euclides parece describir la realidad
como la imaginó, o como un viajero
aún puede verla actualmente:
una tierra en que los hombres
trabajan para esclavizarse.
Milton Hatoum en “Una carta de Bancroft”


          En el cuento “Una carta de Bancroft”, Milton Hatoum relata un sueño de Euclides da Cunha. En este sueño aparece abruptamente un francés de nombre Gobineau que “intenta convencer a Euclides de que las tierras incultas de América son viables solamente con la colonización europea” (Hatoum; 2013, 25)[1]. A partir de esta visión onírica se construye entonces un mundo posible que, desde el punto de vista del francés, podría ser una manifestación de lo utópico[2], pues en él se imagina un mundo ideal en el cual la cultura de la civilización europea se impone por sobre la naturaleza de la barbarie americana. Ahora bien, en este contexto de civilización y barbarie puede ser útil preguntarse quién es este tal Gobineau. Sin dudas, no es un personaje ficticio común y corriente sino que, por el contrario, es una persona con existencia histórica concreta; o sea, es una persona real que es ficcionalizada en el relato de Hatoum. En ese sentido, Gobineau no es una figura ontológicamente incompleta ni una entidad imaginaria que solamente existe en el texto y cuyos datos biográficos son imposibles de obtener más allá del mismo. Por el contrario, como se dijo anteriormente, es una persona real cuya biografía puede ser completada a través de la investigación del trasfondo histórico de su existencia. Al realizar esta tarea investigativa es posible ver entonces como Gobineau no es ni más ni menos que un pensador francés del siglo XIX que escribió un libro titulado Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas en el cual exponía lo que se puede denominar una suerte de teoría racialista vulgar.

         Con respecto al concepto de racialismo, en Nosotros y los otros, Tzvetan Todorov hace una especial distinción en referencia al concepto de racismo a secas. A este último lo define como “un comportamiento[3] que la mayoría de las veces está constituido por odio y menosprecio con respecto a personas que poseen características bien definidas y distintas a las nuestras”; mientras que el racialismo es más bien “una doctrina concerniente a las razas humanas” (2007: 115), es decir, es un sistema de pensamiento que permite clasificar a las razas humanas según criterios supuestamente  racionales y científicos. Pues bien, en el auge del positivismo, del racionalismo y del progreso materialista del siglo XIX, Gobineau puede ser inscripto sin dudas entre los principales propulsores de esta corriente teórica racialista. En su Ensayo sobre las razas, este pensador proclama que la superioridad de la raza blanca por sobre las demás se debe a los tres criterios básicos de belleza, fuerza física y capacidad intelectual. Según él, la raza blanca es más bella, más fuerte y más inteligente que cualquiera de las otras razas y por eso es la encargada moral de llevar la civilización a aquellas regiones de la tierra en las cuales todavía predomina la barbarie. De este modo, el mundo posible que Milton Hatoum reproduce en el sueño de Euclides a partir de las ideas de Gobineau está densamente poblado por características etnocéntricas.
          Así Milton Hatoum introduce en su cuento la idea acerca de la visión europeizante que ha existido desde siempre en la construcción de una imagen regional de la Amazonía y establece el punto de partida para una crítica hacia la imposición violenta de unos valores culturales supuestamente superiores a los de la región. Esto ya puede verse en el principio de la descripción del sueño de Euclides cuando el narrador del cuento señala como el escritor
soñó que la Amazonía [  ] ya no era una Tierra Ignota. Europeos de buena estirpe la habían poblado: áreas inmensas de selva estaban siendo devastadas y urbanizadas; la Amazonía, en suma, sería una extensión de Manaos y de Belén, ciudades cosmopolitas. (LCA, 25)
En la cita anterior existen dos elementos que son notorios. Uno de ellos está referido a la caracterización de los europeos como de “buena estirpe”, lo cual equivale a admitir su superioridad racial y verlos como a los únicos capaces de traer la civilización al espacio de la barbarie. El otro elemento notorio se refiere a la denominación de la Amazonía como una “Tierra Ignota”, es decir, como un territorio desconocido e inhabitado al cual debe ser traída la civilización. En el cuento de Hatoum existe, por lo tanto, un horizonte de tematización explícita que tendría que ver con la aparición de Gobineau en el sueño de Euclides y otro horizonte de tematización implícita que se relacionaría más bien con los motivos que impulsan a da Cunha a expulsar al francés de manera tan intempestiva de sus aposentos. Haciendo un ejercicio de deducción se puede pensar que tal vez estos motivos tengan que ver con el afecto inconsciente que el brasileño terminó teniendo hacia la naturaleza de la región amazónica, un afecto que se opondría quizás al proyecto “civilizatorio” y etnocéntrico de los europeos. En conclusión, se puede decir que en la construcción del mundo narrado de Hatoum existe un horizonte de tematización implícita en el cual la civilización se confronta con la barbarie.

        En este contexto, Todorov define al etnocentrismo como “el hecho de elevar, indebidamente, a la categoría de universales los valores de la sociedad a la que yo pertenezco” (2007: 21). Así el pensamiento etnocéntrico pretendería trasladar los valores de una cultura supuestamente superior a todas las demás culturas de la tierra bajo el pretexto de un acto civilizador. Sin embargo, el etnocentrismo no es ni puede ser universalista ya que el auténtico universalismo es otra cosa. Para explicarlo mejor, Todorov parafrasea a Rousseau cuando postulaba que
Por un lado, es preciso descubrir la especificidad de cada pueblo, así como las eventuales diferencias que tenga respecto de nosotros [  ] y saber desembarazarse de los “prejuicios nacionales”, es decir, del etnocentrismo. [  ] Hace falta, por un lado, y una vez comprobadas estas diferencias, regresar a la idea universal de hombre (2007: 31)
Por lo tanto, el universalismo “bueno” no consistiría en la imposición violenta de los propios valores culturales por sobre los ajenos sino que más bien supondría la posibilidad de establecer “un horizonte de armonías entre dos[4] particulares” (2007: 32). Esta idea provendría “del descubrimiento de que dos formas pueden corresponder a la misma esencia, y que [  ] nuestra forma no es (necesariamente) la esencia” (2007: 31-32). De allí se deduce que las distintas razas son diferentes manifestaciones de lo humano, pero ninguna de ellas es necesariamente la esencia de lo humano. En este caso, entonces, el mundo posible que se plantea como alternativa al etnocéntrico es un mundo universalista  que surge a partir de la visión de filósofos como Rousseau y que es  mutuamente excluyente con respecto al mundo imaginado por Gobineau. Desde ese punto de vista, el uno no puede existir si existe el otro, pues cada uno de ellos se basa en presupuestos ideológicos absolutamente opuestos; mientras el primero supone la noción de una supuesta superioridad racial y cultural, el segundo construye su visión a partir de la noción de igualdad humana.
          En Gobineau se había mostrado entonces como una postura etnocéntrica era sostenida por presupuestos pretendidamente racionales que proclamaban la superioridad de la raza blanca por sobre las demás en base a criterios físicos e intelectuales. Sin embargo, al parecer estos criterios no alcanzaban para sostener esa supuesta superioridad. Fue entonces cuando algunos pensadores contemporáneos a Gobineau intentaron recurrir a otras explicaciones. Por ejemplo, en Nosotros y los otros, Todorov le adjudica a Ernest Renan la imposición del concepto de raza lingüística por sobre el de raza biológica o física en la determinación del poder cultural del una nación. En primer lugar, Todorov describe como, según Renan, en Europa ya no existen razas puras, pues, para el pensador francés, “la raza pura es una quimera”, ya que “todas las naciones europeas son producto de la mezcla” (2007: 168). Por lo tanto, es necesario recurrir a otro concepto para explicar la superioridad de una cultura por sobre la otra y este concepto es el de raza lingüística. Así es como Renan descubre que “el espíritu de cada pueblo y su lengua se encuentran en el más estrecho vínculo: el espíritu hace a la lengua, y ésta, a su vez, sirve de fórmula y de límite al espíritu” (2007: 171). Es la raza lingüística, entonces, la que “desempeña un papel dominante en una cultura” (2007: 169) y la que debe ser tomada como el principal factor civilizatorio de aquellas culturas que todavía se consideran bárbaras.    
    
         Desde esta importancia otorgada a lo lingüístico, en el cuento “Una extranjera de nuestra calle” el narrador entiende que “la lengua y no la nacionalidad es lo que nos define” (LCA, 15). En este cuento se narra como una mujer peruana prefiere hablar el idioma inglés propio de su familia antes que el español de su país de origen o el portugués de la ciudad en que habita. De la misma manera, en el cuento “Dos poetas de provincia”, uno de los poetas a los que alude el título intercala en su habla portuguesa repetidas expresiones en lengua francesa con el fin de aparentar la familiaridad con una cultura que no es la suya. Este es entonces un intento de ambos personajes de pertenecer a un ámbito cultural supuestamente superior al originario a partir del uso de la lengua. Sin embargo, no es en estos cuentos en los cuales Hatoum hace su reflexión más profunda acerca del uso de la lengua como factor preponderante en la construcción de una imagen cultural.  
          En “La naturaleza se ríe de la cultura”, por ejemplo, el maestro francés Felix Delatour expresa que
Verne[5] piensa que puede promover la cultura indígena elaborando apostillas bilingües. Es un equívoco: no se puede dominar totalmente un idioma extranjero, porque nadie puede ser totalmente otro. Un desliz en el acento o en la entonación ya marca una distancia entre dos idiomas, y esa distancia es fundamental para mantener el misterio de la lengua nativa (LCA, 86).
En cierta manera, Delatour plantea la imposibilidad de traducir una lengua a la otra con total fidelidad, lo cual coincide con una postura relativista acerca de la teoría de la traducción, una postura que se basa filosóficamente en el hecho de que
Lo que consideramos traducción no pasa de ser un conjunto convencional de analogías aproximadas, un esbozo de reproducción apenas tolerable cuando dos lenguas o culturas tienen algún parentesco, pero francamente espurio cuando están en juego dos idiomas remotos y dos sensibilidades tan distintas como distantes (1998: 94).
Desde este punto de vista, cada lengua construye su propia visión de la realidad que por lo general es muy distinta a las visiones que tienen las otras lenguas, pues cada una de ellas construye sus propios mundos posibles que se excluyen mutuamente entre sí. Así el relativismo supone, tal como lo pensaba Leibniz, que cada mundo posible construido en los distintos idiomas es una monada, es decir, un compartimento estanco que no se relaciona con los demás y que existe en y por sí sólo.
          Algo similar sucede en el cuento “Manaos, Bombay, Palo Alto” cuando Rajiv Kumar Sharma, el almirante indio que visita al narrador, manifiesta que “la lengua inglesa es la más descentrada, la más distante en su estructura y ambiente de todas las lenguas indias. El inglés es el menos capaz de llenar la laguna entre el original y la traducción” (LCA, 49). De este modo, se establece una suerte de paralelismo entre esa lengua inglesa que es incapaz de traducir con exactitud el espíritu de la cultura india y la lengua portuguesa que también lo es con respecto a las culturas amazónicas nativas. Estamos entonces nuevamente frente a una postura relativista similar a la etnocéntrica, una postura que supone la existencia de diferencias culturales insalvables que sólo pueden ser resueltas a través de la dominación violenta del otro. En vista de esta situación, sólo resta suponer, tal como lo hace George Steiner, que “una y otra vez, las diferencias lingüísticas y la exasperante incapacidad de los seres humanos para comprenderse, han alimentado el odio y el desprecio recíprocos” (1998:77) ¿Cómo se hace entonces para superar este obstáculo?
          Quizás lo primero que convenga hacer sea ver cuál es la postura opuesta con respecto a ese relativismo que supone la incapacidad de traducir las distintas realidades que transmite cada lengua. Esta postura es nuevamente la universalista y, a diferencia de la anterior, postula que
la estructura subyacente de lenguaje es universal y común a todos los hombres. Las diferencias entre las lenguas humanas sólo son superficiales. [  ] Traducir es superar las discapacidades superficiales de las lenguas con objeto de traer a la luz sus principios ontológicos universales (1998: 93).
Esta postura imagina, por lo tanto, la existencia de una lengua única en el principio de los tiempos, una lengua que en un determinado momento histórico se fragmentó en incontables e innumerables lenguas particulares. El objetivo del universalismo lingüístico es entonces restablecer la existencia de esa lengua única y original a través del ejercicio de la traducción[6]. Sin embargo, debido a la enorme cantidad de lenguas existentes y a las culturas que se han construido a partir de ellas, el restablecimiento de la lengua primigenia parece ser una lejana quimera.

          Aún así, más allá de esta supuesta imposibilidad, algunos intentos de construcción de una lengua común parecen darse de manera espontánea en algunas regiones del planeta. Parece existir una necesidad innata por parte de los hombres de comprenderse los unos a los otros más allá de las barreras lingüísticas y culturales que los separan. Y es por ello que elaboran múltiples estrategias para comunicarse entre sí. En “Manaos, Bombay, Palo Alto”, por ejemplo, el narrador le cuenta al almirante indio acerca del ñengatú, “una lengua híbrida inventada por los colonizadores para reemplazar a varias lenguas nativas” (LCA, 50), una lengua que serviría para comunicarse más allá de las diferencias de origen.
          Con respecto al concepto de culturas híbridas, Néstor García Canclini menciona que “los países latinoamericanos son actualmente resultado de la sedimentación, yuxtaposición y entrecruzamiento de tradiciones indígenas [  ], del hispanismo colonial católico y de las acciones políticas, educativas y comunicacionales modernas” (2012: 86). En consecuencia, el ñengatú sería una lengua híbrida en la cual se sedimenta, yuxtapone y entrecruza lo nativo con lo colonial, una lengua en la cual la herencia amazónica convive con la portuguesa. Sin embargo, al ser una construcción lingüística inventada por los colonizadores, en ella no deja de prevalecer una cierta relación de dominio antes que una de comunicación, pues a través del ñengatú quizás se pretenda construir una realidad cultural en la cual se instrumente la explotación de un grupo por el otro a partir de una supuesta superioridad racial. Pero así como puede existir una relación de dominio, también pueden existir relaciones de resistencia, ya que ésta no deja de ser una lengua construida en base a las lenguas nativas de la región y en ella subyace también la visión de la realidad que pueden tener los pueblos amazónicos originarios.
          Por otra parte, en el mismo cuento, Shamar recuerda que “del norte al sur de la India las lenguas de las provincias no murieron”, recuerda que “son decenas” y que forman la base de su cultura (LCA, 50). Es ante la mención de esa circunstancia cuando el narrador siente cierta inquietud y le pregunta si “tantas lenguas vivas no amenazan la unidad de la nación india” (una idea que estaría en consonancia con aquella postura relativista que sostenía la imposibilidad de comunicar una misma realidad a través de diferentes lenguas). Y el indio responde que, por el contrario, esa es una de sus riquezas, pues sus lenguas “son tan ricas y prolíficas como los dioses” (LCA, 51). En esta última afirmación subyace, por lo tanto, un componente mítico que acerca esa multitud de lenguas indias a esa especie de lengua única y originaria de la cual hablaban los universalistas. En este sentido, todas las lenguas son una en la diversidad, pues todas las lenguas expresan una visión de la realidad que se completa y complementa con las otras visiones. Tal vez en lo diverso entonces se halle una unidad primigenia que no es fácil de percibir a primera vista. Ésta podría ser tal vez una manera de construir el tan ansiado horizonte de armonías del que se hablaba anteriormente. De todos modos, hay que tener en cuenta que estas lenguas que componen el mosaico cultural indio son bastante cercanas entre ellas y quizás tengan una perspectiva similar acerca del mundo, lo cual no parece suceder con culturas demasiado alejadas entre sí tanto en lo espacial como en lo temporal. ¿Cómo hacer entonces para superar este problema?

          En “La naturaleza se ríe de la cultura”, el francés Delatour, en el libro de viaje escrito durante gran parte de su vida, se termina dando cuenta de que
con el paso del tiempo, [  ] el estigma de ser extranjero ya es menos visible: algo en su comportamiento o en su voz se turbó, perdió un poco del relieve original. En ese momento, los orígenes del extranjero sufren una sacudida. El viaje permite la convivencia con el otro, y ahí reside su confusión, la fusión de orígenes, la pérdida de algo, el surgimiento de otra mirada. [  ] En esa convivencia con lo extraño, el narrador privilegia la mirada: el deseo de poseer y de ser poseído, la entrega y el rechazo, el temor a perderse en el otro (LCA, 89).
En este caso, la idea de hibridación supone una concepción más amplia y profunda que la anterior, pues ya no sólo consiste en la sedimentación, yuxtaposición y entrecruzamiento de lo colonial con lo nativo, sino que, más que eso, se concreta en la posibilidad de ser en el otro, en la capacidad de mirar la realidad desde otro punto de vista, en el descentrarse de sí mismo y de la propia cultura para ir hacia otra cultura. De este modo, se puede establecer ese horizonte de armonías en el cual las diferencias se resuelven de mejor manera a través de la comprensión de la realidad del otro y no a partir de la imposición violenta de los valores propios, un horizonte de armonías en el cual los conflictos se resuelven desde el seguir siendo uno mismo pero al mismo tiempo ser otro, desde el “deseo de poseer y de ser poseído”, desde  “la fusión de orígenes”. Así, cada cultura particular (como la amazónica por ejemplo) se puede inscribir dentro de la cultura universal no como inferior o superior a la ajena sino como una más entre otras. En síntesis, se puede ver como la idea de seguir siendo uno mismo pero al mismo tiempo ser otro plantea la posibilidad de construir una serie de mundos narrados que ya no sean excluyentes entre sí, plantea la posibilidad de que cada uno de esos mundos narrados incluya y complemente a los otros del mismo modo que las diferentes formas raciales son capaces de incluir y complementar una misma esencia de lo humano.         


Bibliografía
Fuente
HATOUM, Milton (2013). La ciudad aislada. Rosario: Beatriz Viterbo Editora.

General
BENJAMIN, Walter (1996). Para una crítica de la violencia y otros ensayos. Madrid: Taurus.
GARCÍA CANCLINI, Néstor (2012). Las culturas híbridas. Buenos Aires: Editorial Paidos.
STEINER, George (1998). Después de Babel. México: Fondo de Cultura Económica.
TODOROV, Tzvetan (2007). Nosotros y los otros. México: Siglo XXI.




[1]  De ahora en adelante, la obra del autor estudiado será citada con sus iniciales y el número de página correspondiente.
[2]  En este sentido, podemos hablar de mundos posibles ficcionales ya que la idea que tiene Gobineau con respecto al futuro de la región se inscribe más en lo imaginario que en lo real. Desde ese punto de vista, tanto el mundo posible etnocéntrico del que se hablara a continuación como su opuesto mundo posible universalista son construcciones ficcionales, representaciones imaginarias de algo que todavía no existe. 
[3]  El subrayado pertenece al autor del texto citado.
[4] Idem a la nota anterior.
[5] Armand Verne es otro intelectual francés mencionado en el cuento.
[6]  En su artículo titulado “Sobre el lenguaje en general y el lenguaje de los hombres, Walter Benjamin supone que la traducción no es “la comparación de igualdades abstractas o ámbitos de semejanza”, sino que, por el contrario, “es la transferencia de un lenguaje a otro a través de una continuidad de transformaciones” (1996: 69)