martes, 25 de agosto de 2015

El desierto es limpio

La maleza crece alrededor de la torre.
La buena semilla muere, la mala se expande.
Una gruesa puerta de acero está sellada,
impide la entrada al interior del monolito.
Los insectos caminan entre las malezas,
observan a los escasos y casuales visitantes.
El sol de la siesta cae impiadosamente.
El desierto crece.
El desierto y la semilla.
La mala semilla.

El monumento quedó a la deriva.
El desierto comenzó a crecer.
La mala semilla empezó a expandirse.
La gigantesca mole de piedra
quedó abandonada, solitaria.
Las puertas se cerraron.

“Lo desconocido es una abstracción,
lo conocido, un desierto.
Pero lo conocido a medias,
lo apenas vislumbrado,
es el lugar perfecto en el que
ondula el deseo y la alucinación.”

El desierto es la nada misma,
el desierto lo es todo,
el desierto es muchas cosas.
El desierto nos persigue y nos alcanza.
La maleza nos envuelve,
nos envuelve cada vez más
a lo largo de nuestras vidas.
La mala semilla se origina
en un momento dado.

El desierto avanza, nunca se detiene.
La maleza también avanza,
tampoco se detiene.
El desierto es la maleza.
La maleza es el desierto.
La naturaleza se ríe de las vanas
pretensiones de los hombres.
Sólo lo salvaje es eterno,
sólo lo salvaje persiste.
Me gusta el desierto porque es limpio.

 

domingo, 23 de agosto de 2015

Orientalismo y Amazonismo en una novela de Milton Hatoum

En un artículo titulado “El Orient de una novela”, el investigador Rodolfo Mata, al referirse a la novela Relato de un cierto Oriente de Milton Hatoum, realiza una advertencia acerca de la ubicación del adjetivo indefinido “cierto” con respecto al sustantivo propio “Oriente”. En principio, hace una distinción entre la posible expresión “un Oriente cierto” y la que figura en el titulo de la novela, es decir, “un cierto Oriente”. En relación a la primera señala que, si el adjetivo es pospuesto al sustantivo, su significado refiere entonces una certeza con respecto a la visión que se tiene de ese Oriente, es un Oriente conocido, verdadero, preciso, determinado, único. En cambio, en el segundo caso, cuando el adjetivo en cuestión es antepuesto al sustantivo, el significado es otro, aquí lo cierto pasa a ser sinónimo de indeterminado, algún, cualquier. Es decir, remarca la incertidumbre acerca de cómo es ese Oriente al cual alude el título de la novela. El Oriente que narra y describe el escritor brasileño allí, por lo tanto, es un Oriente más entre muchos otros Orientes, es una versión más entre otras muchas versiones más. A partir de este hecho, Mata reconoce, entonces, que
Relato de un cierto Oriente […] remite a toda una tradición de la idea de Oriente, una tradición aparentemente determinada, monolítica, pero después nos muestra una peculiar versión, la de los inmigrantes árabes en la región amazónica, uno entre tantos orientes posibles (Mata, 1996: 107)
Por lo tanto, se puede decir que la versión de Oriente que nos ofrece Hatoum en su primera novela es la de un Oriente que pretende instalarse en un nuevo espacio geográfico, el espacio de la Amazonía. Es así, en consecuencia, como una cultura árabe oriental comienza a interactuar no sólo con una cultura nativa americana sino también con una europea occidental que ha impuesto su discurso hegemónico en la región mencionada.

     En relación a esto, en otro artículo titulado “Passagem para um certo Oriente”, el mismo Hatoum señala las influencias que lo llevaron a construir esa versión tan particular de un cierto Oriente ubicado en el Amazonas. En primer lugar, acepta que el Oriente comentado e imaginado por Jorge Luis Borges fue fundamental. Hatoum reconoce que comenzó a interesarse por la obra de algunos orientalistas luego de haber leído al famoso escritor argentino. De esta manera, se dio cuenta de que
esos orientalistas concibieron el Oriente como un museo imaginario, esto es, produjeron varias modalidades de discursos que […] domesticaron un saber para el Occidente, a través de códigos, reglamentos, clasificaciones y traducciones que en su conjunto forman un simulacro de Oriente y lo reproducen en Occidente y para Occidente (Hatoum, 1993: 167)[1]
Asimismo, Hatoum señala que sus influencias no sólo fueron librescas sino que también provinieron de los relatos orales de dos personas que posteriormente fueron ficcionalizadas en su novela. Una era Mohammed Alí Assi, su abuelo; la otra era Maria do Carmo, llamada la Ninfa, una india aculturada que servía la familia. De estas dos fuentes, Hatoum escuchaba alternadamente las historias de Oriente y las de la selva amazónica. Según él, eran voces que contaban historias, anécdotas, leyendas y fábulas de dos mundos que él desconocía pero imaginaba: el Amazonas y el Oriente. Era “un discurso que encerraba símbolos emblemáticos, en los que el Otro comenzaba a ser percibido y concebido: alguien exótico, proveniente de otros lugares desconocidos” (Hatoum: 1993: 165). En consecuencia, puede reconocerse que en el relato narrado en la novela de Hatoum acerca de ese cierto Oriente instalado en el Amazonas no sólo existen las influencias cultas de la lectura sino que también están presentes los relatos de vida de quienes lo rodearon durante su infancia. En este sentido, se puede decir también que el Oriente de Hatoum es construido a partir de cierta experiencia autobiográfica, es decir, a partir de ciertas vivencias propias y personales del autor.
     Con respecto a esa idea de Oriente que se construye en y para el Occidente, Hatoum no sólo reconoce la influencia de Borges sino que también menciona Edward W. Said, el reconocido intelectual palestino. Desde este punto de vista, no hay que olvidar que en su obra Orientalismo, este autor analiza el fenómeno de la construcción discursiva del Oriente a partir del Occidente. Aquí, Said define de varias maneras lo que podría ser el orientalismo. Sin embargo, para sintetizar esta idea, según él, puede definirse al orientalismo como la representación prejuiciosa que el Occidente tiene con respecto al Oriente, pero sin dejar de reconocer la existencia de un Oriente que, de manera complementaria, se deja representar pasivamente por el Occidente (Said, 2002: 19-20). Por lo tanto, se puede percibir fácilmente que la visión que Occidente tiene con respecto al Oriente es una visión etnocéntrica, es decir, “una visión que eleva a la categoría de universales los valores de la sociedad a la que se pertenece” (Todorov, 1991: 21). Del mismo modo, la Amazonía es un espacio geográfico que es construido a partir de una visión occidental que se pretende civilizada pero que en realidad, al igual que la visión que se tiene con respecto al Oriente, no deja de ser etnocéntrica. Según la investigadora chilena Ana Pizarro,
la Amazonía es una región cuyo rasgo más general es el de haber sido construida por un pensamiento externo a ella. Ella ha sido pensada, a nivel internacional, a través de las imágenes transmitidas por el ideario occidental, europeo, sobre lo que él ha considerado su naturaleza, es decir, sobre el papel que ha ocupado la Amazonía en su experiencia (Pizarro, 2009: 26).
En consecuencia, puede verse como existen marcadas coincidencias entre los imaginarios que el Occidente instaura no sólo con respecto al Oriente sino también en referencia a la Amazonía. Estos dos espacios son vistos como territorios incivilizados en los cuales prevalece la barbarie, en tanto que Europa Occidental es vista como el territorio de la civilización que se construye a partir del ideario de una razón iluminadora. Por lo tanto, el deber del hombre europeo, del hombre civilizado, es llevar el progreso a esas tierras bárbaras e incultas.

     Algo de esto último puede notarse en un cuento del mismo Hatoum titulado “Una carta de Bancroft”. Allí se narra un sueño del escritor Euclides da Cunha en el cual aparece abruptamente un francés de nombre Gobineau, un francés que “intenta convencer a Euclides de que las tierras incultas de América son viables solamente con la colonización europea” (Hatoum; 2013, 25). ¿Quién es este tal Gobineau? No es ni más ni menos que un intelectual del siglo XVIII que propugnaba lo que Todorov, en Nosotros y los otros, reconoce como una teoría racialista vulgar, es decir, una teoría un la cual el hombre europeo se percibe como superior a los otros hombres de la tierra a partir de los criterios básicos de belleza, fortaleza física y capacidad intelectual (Todorov, 2007: 115). Según la perspectiva de Gobineau, el hombre europeo es más bello, más fuerte y más inteligente que el resto de los hombres de la tierra. Por lo tanto, su deber es civilizar y llevar el progreso a los otros, a los bárbaros, a los incultos, a los salvajes. Desde punto de vista, entonces, tanto el hombre oriental como el nativo americano es un hombre inferior que debe ser “educado”. Así entonces, en ese sueño narrado en el cuento de Hatoum, Euclides da Cunha soñó que “la Amazonía […] ya no era una Tierra Ignota. Europeos de buena estirpe la habían poblado: áreas inmensas de selva estaban siendo devastadas y urbanizadas; la Amazonía, en suma, sería una extensión de Manaos y de Belén, ciudades cosmopolitas” (Hatoum, 2013: 25).
     En el caso de la Amazonía, no hay que olvidar que los primeros hombres europeos que arribaron al territorio entre los siglos XV y XVI fueron los conquistadores españoles y portugueses. Según Ana Pizarro, ellos construyeron una particular visión de este espacio geográfico, una visión que provenía tanto de un discurso medieval con un alto componente oscurantista inquisitorial como de uno renacentista que reproducía los contenidos míticos de la antigüedad grecolatina. Es en este preciso momento histórico entonces cuando se produce el contacto cultural entre el hombre europeo occidental y el nativo americano. Es este el momento en el cual los discursos de quienes son considerados inferiores es acallado, silenciado, censurado, impugnado. Desde el punto de vista del análisis que Ángel Rama efectúa a partir de una reflexión del antropólogo Fernando Ortiz, se produce un proceso de aculturación, es decir, un proceso en el cual está implicada necesariamente la pérdida o el desarraigo de una cultura precedente a partir de la invasión de otra cultura supuestamente más fuerte (Rama, 1982: 209). En este caso, existe una actitud de vulnerabilidad cultural en la cual se aceptan las proposiciones culturales externas mientras se renuncia casi sin lucha a las propias (Rama, 1982: 208). Raúl Bueno, siguiendo las ideas de Antonio Cornejo Polar, prefiere hablar de heterogeneidad antes que de aculturación. En primer lugar, aclara que la heterogeneidad se produce cuando dos o más culturas entran en contacto (Bueno, 1996: 27). A partir de este hecho, Bueno señala que este concepto tiene la ventaja de aceptar una cierta individuación de los elementos en contacto, ya que su característica más importante es la de la insolubilidad de los elementos en juego, su capacidad de afirmar la discontinuidad cultural, de marcar las fisuras que establece la pluricultura. Asimismo, no hay que olvidar que, cuando se habla de heterogeneidad, se está hablando de la existencia de una totalidad en la cual los distintos elementos culturales no conviven  en armonía sino todo lo contrario, conviven en conflicto y aún en contradicción (Bueno, 1996: 28). Entonces, puede decirse que cuando el hombre europeo entra en contacto con el nativo americano no se produce una aculturación de este último aunque así lo parezca a primera vista, sino que, por el contrario, se da una heterogeneidad en el cual el discurso de los vencidos permanece por debajo del los vencedores, subyacente, latente, esperando el momento de manifestarse. En este sentido, de acuerdo a lo que señala Ana Pizarro,
A partir del siglo veinte, ya es posible escuchar las voces plurales de una realidad que ha ido poniendo en evidencia las hegemonías, pero en ella también las fisuras, las hendijas, los resquicios a través de las cuales es posible percibir las voces de los vencidos (Pizarro, 2009: 154). 
  
     Pues bien, en Relato de un cierto Oriente, la novela de Hatoum, no se muestra tanto el contacto entre una cultura europea occidental y una nativa americana, sino que más bien se narra la presencia de otra cultura en el espacio geográfico amazónico, la de la cultura árabe oriental. Así lo reconoce también la mencionada Ana Pizarro, cuando al analizar la estética ilustrada que pretende representar a través de la literatura esa realidad amazónica, señala que “otras voces surgen de las ciudades amazónicas de hoy, diseñando problemas que se superponen a los conocidos: el de los inmigrantes” (Pizarro, 2009: 168-169). Asimismo, precisa que la árabe es “una inmigración históricamente importante que no había tenido voz propia” (Pizarro, 2009: 169) hasta que Hatoum la recreó en sus novelas.  De esta manera, la construcción discursiva heterogénea de la Amazonía se ve enriquecida con este nuevo elemento, un elemento oriental que es introducido a partir del proceso de emigración llevado a cabo por los libaneses hacia este territorio. Desde esta perspectiva, según Said, “un emigrado es cualquiera que emigra a un nuevo país. En esta cuestión la elección es ciertamente una posibilidad” (Said, 2005: 188). Ahora bien, cuáles son los motivos por los cuales los orientales emigran hacia la Amazonía, quiénes son los miembros de la familia que protagonizan la novela de Hatoum que primero lo hacen, cómo se establecen y qué percepción tienen acerca del lugar. Estos son los interrogantes que intentarán ser respondidos a continuación.
     Con respecto a los motivos de la emigración, en esta novela no aparecen claramente mencionados. Sin embargo, en otra de las novelas de Hatoum, en Dos hermanos, se cuenta que Galib, el padre de Zana, la madre de los dos hermanos a los cuales se refiere el título de la misma, cuando vivía en Líbano solía visitar a amigos y conocidos, cristianos amenazados e, incluso, perseguidos por los otomanos (Hatoum, 2007: 66). De esta manera, se sugiere que las persecuciones religiosas podrían haber sido una de las posibles causas por las cuales algunos libaneses tendrían que haber emigrado (en este sentido, no hay que olvidar que tanto la familia Galib como la de Emilie, la matriarca que protagoniza Relato de un cierto Oriente, eran cristianos maronitas). En relación a quiénes emigraron a la Amazonía, en la primera novela de Hatoum, el marido de Emilie menciona que el primero de su familia en llegar a “aquel lugar nebuloso y desconocido para casi todos los brasileños” (Hatoum, 2006: 97) fue un tío suyo llamado Hanna. Menciona que “combatió por el Blasón de la República Brasileña; obtuvo el grado de coronel de las Fuerzas Armadas, aunque en el Monte Líbano se dedicase a la crianza de carneros y al comercio de frutas” (Hatoum, 2006: 97). Sin embargo, también aclara que nunca supieron el porqué de su venida a Brasil. El marido de Emilie siguió el camino de su tío Hanna tal vez por una vocación de aventura y con el tiempo comprendió que “la visión de un paisaje singular puede alterar el destino de un hombre y tornarlo menos extraño en la tierra que pisa por primera vez” (Hatoum, 2006: 99). En este punto se presenta la idea del extranjero que se siente extraño en el nuevo territorio al que llega, pero que al mismo tiempo comienza a identificarse como un extranjero que se siente “menos” extraño a causa de la contemplación de un paisaje particular, un extranjero que, en cierto modo encuentra su lugar en el mundo en un espacio que no es el natal. Tal vez esta sea la experiencia que define el modo de ser de un emigrante, el hecho de ser un extranjero que de una manera u otra se va convirtiendo en lugareño.
     Finalmente, con respecto a la percepción que los primeros inmigrantes árabes tienen acerca del nuevo espacio geográfico en el cual intentan instalarse, el marido de Emilie recuerda que decidió quedarse en la ciudad de Manaos al ver de lejos la cúpula de un teatro que se asemejaba a una mezquita que jamás había visto, pero que constaba en la historia de los libros de su infancia y en la descripción de un hadji de su tierra (Hatoum, 2006: 103). Sin dudas, la cúpula que contempla el marido de Emilie al llegar a Manaos es la del famoso Teatro Amazonas, esa construcción monumental que pretende recrear la civilización europea decimonónica en el territorio salvaje y bárbaro de la Amazonía.  De esta manera, en la percepción de este personaje, se expresa una suerte de traducción cultural en la cual lo europeo occidental es recreado en el espacio americano amazónico al mismo tiempo que es percibido desde la perspectiva árabe oriental de un recién llegado. Con respecto al concepto de traducción, en Después de Babel, George Steiner, al analizar la producción ensayística de Walter Benjamin, reconoce que la fusión de elementos lingüísticos y culturales originados en la traducción puede y debe existir debido a que “los seres humanos quieren decir las mismas cosas y la voz manifiesta los mismos miedos y las mismas esperanzas, aunque las palabras sean pronunciadas[2] de modo diferente”. Asimismo, el crítico francés señala que “para cuajar esa alquimia, una traducción debe conservar una extrañeza y una ‘otredad’ vitales ante su propia lengua”. De esta manera, “el traductor enriquece su lengua permitiendo que la lengua de la que traduce la penetre y modifique. Pero hace aún más: expande su idioma nativo hacia el absoluto secreto de la significación” (Steiner, 1998: 85). En este sentido, la traducción cultural que se produce en la percepción del marido de Emilie al llegar a Manaos puede ser vista desde el análisis que Steiner hace con respecto a la traducción lingüística en general, pues una lengua no deja de ser la manera en que se expresa una cultura, la manera en que se inserta en la mentalidad colectiva de sus integrantes. De ese modo, entonces, esa misma percepción actúa como una alquimia en la cual lo europeo, lo amazónico y lo oriental se integran de tal forma que recrean una realidad cultural significativamente novedosa, heterogénea, distinta a la original de cada cultura en particular. 
  
     En conclusión, la novela Relato de un cierto Oriente del escritor brasileño Milton Hatoum puede ser leída como la historia de unos inmigrantes libaneses que, al arribar a la Amazonía, incorporan a las ya establecidas voces de la hegemonía europea occidental y la resistencia de los nativos americanos vencidos, la voz de los recién llegados, la de unos viajeros que llegan desde un territorio supuestamente exótico en el cual sus habitantes, al igual que los de la región amazónica, son vistos desde una mirada etnocéntrica por parte de quienes se presumen racial y culturalmente superiores. De esta manera, se produce, a partir del contacto entre distintas realidades culturales, la conformación de una totalidad heterogénea en la cual los distintos elementos no conviven en armonía sino todo lo contrario, lo hacen a partir del conflicto y muchas veces de la contradicción. Sin embargo, más allá de las diferencias, entre estos elementos no deja de existir una suerte de traducción en la que, por ejemplo, lo europeo occidental recreado en el territorio amazónico puede ser percibido desde una perspectiva árabe oriental originando de este modo un imaginario cultural novedoso, original y heterogéneo.
Bibliografía
BUENO, Raúl (1996). “Sobre la heterogeneidad literaria y cultural de América latina” en Asedios a la heterogeneidad cultural. Philadelphia, pp. 21-36.
HATOUM, Milton (1993). “Passagem para um certo Oriente” en Remate de males, Campinas (13), págs. 165-168.
                               (2006). Relato de un cierto Oriente. Beatriz Viterbo, Rosario.
                               (2007). Dos hermanos. Beatriz Viterbo, Rosario.
                               (2013). La ciudad aislada. Beatriz Viterbo, Rosario.
MATA, Rodolfo (1996). “El Orient de una novela” en Remate de males, Campinas (16), págs. 101-108.
PIZARRO, Ana (2009). Amazonía: el río tiene voces. Fondo de Cultura Económico, Santiago de Chile.
RAMA, Ángel (1982). La novela en América Latina. Panoramas 1920-1980. Instituto Colombiano de Cultura, Colombia.
SAID, Edward W. (2002). Orientalismo. Random House Mondadori, Barcelona.
                             (2005). Reflexiones sobre el exilio. Random House Mondadori, Barcelona.
STEINER, George (1998). Después de Babel. Fondo de Cultura Económica, México.
TODOROV, Tzvetan (1991). Nosotros y los otros. Siglo XXI, México.              




[1] La traducción es personal
[2] Las cursivas pertenecen al autor original

martes, 11 de agosto de 2015

Día de los enamorados

Para Alicia, un recuerdo

El sol resplandeciendo tenuemente entre las nubes,
el follaje asciende espeso a través de la ladera de la montaña,
la mirada acostada mirando hacia arriba, hacia el cielo,
el agua cristalina del arroyo que resuena entre las piedras,
una ninfa reposando sobre el tronco de un árbol 
en medio del cauce de la corriente,
día de los enamorados.
Contemplación nostálgica de la casa de la infancia,
la casa de veranos pasados.
Ascenso al Cristo en la cumbre,
el paisaje se extiende, infinito,
hasta donde los ojos alcanzan a ver,
inalcanzable.
Viaje al pequeño lago con sus caídas de agua.
Tu mano suave siempre en mi mano,
día de los enamorados.
El verano pronto se acaba,
el tiempo del reposo tranquilo, del ocio,
de la felicidad ya se va, pero nunca se irá.
Disfrutemos mientras podamos
de una pausa en el vértigo de la vida,
un día con el alma llena,
día de los enamorados.


domingo, 9 de agosto de 2015

En viaje a Ítaca. El sentido de la poesía

Muchas veces uno se pregunta cuál es la función de la poesía, para qué sirve, qué sentido tiene en un tiempo que parece prescindir de la necesidad de la poesía en la vida de los hombres. Quizás la mejor manera de encontrar respuesta para estos interrogantes será recurrir a las palabras de los mismos poetas. ¿Quién mejor que ellos para señalar cuál es el sentido de la poesía? Por ejemplo, Octavio Paz, hablando de todos los escritores en general y no sólo de los poetas, en un artículo titulado “Nuestra lengua” expresa que “el escritor dice […] lo indecible, lo no dicho, lo que nadie quiere o puede decir”[1]. De la misma manera, y casi en consonancia con lo expresado por Paz, Juan Gelman, en otro artículo titulado “Notas al pie”, señala que el poeta busca en la lengua lo que la lengua niega, intenta encontrar en la palabra lo que separa a la lengua del lenguaje. Pero no sólo eso, ya que también reconoce en el poeta, no a un pequeño dios, tal como lo quería Vicente Huidobro, sino apenas a “un mendigo de la magia que siempre se da por accidente, el perseguidor de una nota que se sabe que no existe”[2]. Ahora bien, ¿qué quiere decir buscar en la lengua lo que la lengua niega, decir lo indecible, encontrar en la palabra lo que separa a la lengua del lenguaje? En principio parece que el poeta dice las cosas de una manera diferente a cómo se dicen habitualmente, las dice de un modo en las que no han sido dichas antes, hace tomar conciencia de realidades que antes no eran tomadas en cuenta. Sin embargo, estas respuestas que nos brindan tanto Paz como Gelman no parecen ser del todo satisfactorias, pues uno se sigue preguntando para qué sirve decir las cosas de otra manera, para qué sirve crear nuevas realidades.

     Quizás entonces podamos encontrar una respuesta más completa a estos interrogantes en la poesía misma de otro poeta, quizás la podamos hallar en las composiciones poéticas de Horacio Castillo. Por ejemplo, en “Arte poética”, el primer poema de Materia acre (1974), su primer libro reconocido, equipara a la poesía con un vómito del cual sale una materia acre, uno expulsa lo que viene desde adentro “hasta quedar vacío, sólo reseca la piel / odre para colgar del primer árbol / extenuada matriz de lo volátil, acaso de la luz”. Tal vez uno, ingenuamente, podría pensar que esa materia acre que surge del vómito es producto del asco, sin embargo no es así, pues lo que proviene desde dentro es lo que nos deja vacíos pero al mismo tiempo lo que surge a la luz. Esto sería, entonces, en principio, la poesía: el arte de hacer surgir a la luz lo que viene desde adentro. No obstante, éste es sólo un breve esbozo inicial para responder a la pregunta que nos interesa, es sólo un comienzo para intentar saber cuál es el sentido de la poesía. La respuesta a esta pregunta es una respuesta que se va reelaborando en cada una de las composiciones poéticas de Castillo a través del tiempo, en algunos casos se le otorga continuidad a una determinada visión de la realidad poética, mientras que en otros se les da una nueva vuelta de tuerca. En muchos casos, se recurre a referencias mitológicas o culturales griegas que se proyectan hacia el plano existencial de cualquier ser humano en cualquier lugar y época de su historicidad. El objeto de la poesía de Castillo tiene que ver sobre todo con la existencia del ser humano, intenta afirmar la eternidad de esa existencia, siempre dice sí a lo que posiblemente este más allá. Desde este punto de vista, el mismo Castillo señala en “El poeta en las postrimerías” que en el arte y en la poesía la polaridad entre la conciencia del caer y la esperanza de renacer se manifiesta en una exaltación de lo humano, por un lado, y en una nostalgia de lo divino, por el otro[3].

     Pues bien, si tenemos en cuenta tanto las referencias de la poesía de Castillo a la mitología griega como la admiración que profesa por Konstantinos Kavafis, podemos vincular su obra con el poema “Ítaca”, una de las composiciones más conocidas y difundidas del poeta griego. Aquí, el lugar al que pretende regresar el héroe Odiseo tras su extensa jornada a través de los mares funciona como una metáfora acerca de la sabiduría que se adquiere durante el largo viaje de la vida. Cuando hablamos de metáfora, recordemos que ésta no sólo es una figura retórica que sirve para embellecer una composición poética sino que más bien instaura una nueva manera de ver la realidad, es un mecanismo creador de nuevos mundos imaginativos, a través de la metáfora, en la poesía se recrea el mundo, se crea nuevamente de otra manera, se crea de un modo original. En ese sentido, en oposición a lo que pensaba Gelman, el poeta no sea tan sólo “un mendigo de la magia que siempre se da por accidente”, sino que, tal vez, como lo pretendía Huidobro, se un pequeño dios, o al menos, un hombre tocado por el soplo de lo divino. Sin dudas, esta idea nos recuerda al poema de Castillo “El dios está en mí” pues en él se recurre a la sensación de que es un dios quien le dicta sus acciones al hombre, es un dios quien le dice que baile y quien hace que su pie se ponga en movimiento. De la misma manera, entonces, también puede ser un dios quien le dicta al poeta los versos que vuelca en sus escritos. Sin embargo, en un momento dado, el dios calla y deja al hombre a ciegas, lo deja en la más absoluta soledad, y el hombre busca vanamente su punto de equilibrio, un sitio para apoyar su pie. Así, por lo tanto, el poeta es en algunas ocasiones un pequeño dios que se satisface en la creación de nuevos mundos, mientras que en otras es el mendigo que busca de una manera u otra alcanzar lo absoluto de la divinidad sin lograr hacerlo.
     De todas maneras, el hombre, el poeta, no sólo puede ser percibido como un pequeño dios sino que también puede serlo como un viajero a través del viaje de la vida. En este sentido, en la Introducción de la antología Por un poco más de luz (2005), Esteban Nicotra menciona que “uno de los mitos arquetípicos de la poesía de Castillo es el del viaje”[4]. Para abordar esta interpretación, tal vez sea útil retornar al poema anteriormente mencionado de Kavafis, tal vez sea útil retornar a Ítaca. Como se decía anteriormente, en este poema, la mención del lugar al cual pretende regresar Odiseo puede ser vista como una metáfora de la sabiduría que el hombre adquiere a lo largo de su experiencia vital, una experiencia vital que en cierta manera es un viaje. Al comienzo de su poema, el poeta nos recomienda “Cuando te encuentres de camino a Ítaca, / desea que sea largo el camino, / lleno de aventuras, lleno de conocimientos”; es decir, nos recomienda que cuando nos encontremos en el camino de la vida, deseemos que sea una vida larga y plena de experiencias, nos recomienda que vivamos como si estuviéramos viajando. De la misma manera, el final del poema, el poeta también nos aconseja “Ten siempre en tu mente a Ítaca. / La llegada allí es tu destino. / Pero no apresures tu viaje en absoluto. / Mejor que dure muchos años, / y ya anciano recales en la isla, / rico con cuanto ganaste en el camino, / sin esperar que te dé riquezas Ítaca. / Ítaca te dio el bello viaje. / Sin ella no habrías emprendido el camino. /Pero no tiene más que darte. / Y si pobre la encuentras, Ítaca no te engañó. / Así sabio como te hiciste, con tanta experiencia, / comprenderás ya qué significan las Ítacas”. En este sentido, el viaje es un viaje hacia la experiencia, hacia la sabiduría, un viaje en el cual no importa tanto llegar a destino como tan sólo haber viajado, un viaje en el cual el recorrido es la ganancia.

     En la poesía argentina, las referencias a la aventura de Odiseo y su ansiado lugar de origen son muchas. En el “Arte poética” de Jorge Luis Borges, por ejemplo, se pueden leer los siguientes versos: “Cuentan que Ulises, harto de prodigios, / lloró de amor al divisar su Ítaca / verde y humilde. El arte es esa Ítaca / de verde eternidad, no de prodigios”. De mismo modo, “Los pies de Ulises” de Angela Gentile, un poema que se puede leer en una página de internet que casualmente (o no tanto) se titula Tuerto rey, comienza diciendo “Fui devorado por el mar, / pero mis pies memorizaron Ítaca, su hierba y el misterio condenado a mí. / Por ellos regresé multiforme y primitivo de sandalias”. Asimismo, en la obra poética de Horacio Castillo también existen veladas referencias al largo viaje del héroe griego. Con respecto a “Un caballo canta sobre la tierra”, por ejemplo, Pablo Anadón, en un ensayo titulado “El horizonte de la esfera”, señala que el primer verso de este poema, aquel que reza “No hay que atarse a un árbol”, evoca vagamente la aventura de Ulises con las sirenas[5]. Desde este punto de vista, no es vano recordar que, en el último capítulo de su tratado estético Descenso y ascenso del alma por la belleza, Leopoldo Marechal también refiere este famoso episodio. Allí se menciona como la hechicera Circe le advierte a Odiseo acerca de las sirenas que atraen al viajero con sus cantos y despedazan al que las escucha y desciende a ellas. Por eso le aconseja al héroe que, cuando pase frente a ellas, se encadene de pies y manos al mástil del navío, pues de esta manera podrá gozar sin riesgos de las voces armoniosas de las bellas pero feroces criaturas[6]. Así, mientras Castillo en su poesía recomienda “no atarse al árbol”, Marechal en su tratado aconseja todo lo contrario, aconseja “encadenarse de pies y manos al mástil”. En este sentido, el canto de las sirenas equivale al abismo, por lo tanto, puede pensarse que en tanto que la Circe de Marechal aconseja contemplar el abismo pero no sumergirse en él pues de esta manera el viajero, sin correr peligro alguno, podrá saber, según palabras de Homero, “todo lo que acontece en el vasto universo” y volverá más instruido a su patria, el yo lírico de “Un caballo canta sobre la tierra” prefiere recorrer el camino hacia las profundidades, prefiere dirigirse hacia el interior. Sumergirse en lo profundo implica “abrir los oídos, preparar la visión, / inhalar el vapor que sube del abismo”. De la misma manera, oponiéndose a la idea de Borges esbozada en su “Arte poética”, el yo lírico del poema de Castillo concluye que “Una vez a cada hombre es dado este prodigio”, el prodigio de poder sumergirse en el abismo, de poder dirigirse hacia lo más lejano. El hombre ansía “la verde eternidad” de Ítaca, pero para acceder a ella quizás deba esperar un prodigio. Tal vez sea por esto que, en “Apuntes para una gnoseología poética”, el propio Castillo reconoce que “toda obra de arte es abisal. Vive en el abismo y se crea en el abismo. Esa es su patria: lo desconocido”[7]. El abismo con sus profundidades, con sus misterios indescifrables, es entonces el destino de cualquiera que se pretenda artista. Sin embargo, para arribar al abismo es preciso dejarse caer, soltar amarras, dar un salto de fe. En ese sentido, el arte es profundamente religioso, milagroso, prodigioso. Arribar al abismo implica siempre tener una visión, implica, según lo que menciona Pablo Anadón cunado explica el significado del término Vitriol, descender a las entrañas de la tierra y encontrar la piedra fundamental de la obra[8].

     Desde este punto de vista, puede decirse, por lo tanto, que el poeta es un viajero que viaja hacia el abismo, un viajero en búsqueda de lo absoluto, aunque tampoco deja de ser nunca uno que intenta regresar a su lugar de origen. Esta idea se encuentra presente en algunos de los poemas de Castillo cuando se recurre al fenómeno de una posible transmigración de las almas. Por ejemplo, en los fragmentos 19 y 20 de “Sphairon”, el yo lírico presiente que “por donde la muerte entró en la vida la vida entrará en / la muerte / […] habiendo aprendido a reír, entre enjambres de almas / por nacer” y concluye dirigiéndose a un interlocutor ficticio “y eliges para reencarnar el ave que los hombres llaman / pelícano / y los dioses Salvador”. La existencia entonces es la esfera en la cual el ser gira para volver a ser otro, es la esfera a través de la cual se supera la muerte y se ingresa en la eternidad. Por otra parte, de manera complementaria al fenómeno de la transmigración de las almas, en la poesía de Castillo no deja de estar presente el fenómeno de la muerte. Según Pablo Anadón, “aquí nos acercamos nuevamente a la problemática frente a la cual la lírica de Horacio Castillo alcanza su mayor intensidad”[9]. Así es que en varios de sus poemas se menciona la “carroña”. En “Metamorfosis”, por caso, el yo lírico se identifica con “la hiena que estira su hocico hacia la noche / y se acuesta jadeante junto a la celeste carroña”. Asimismo, en “Amanecer junto al árbol de la carroña” lo hace con los blancos cuervos que, espantando la nada, soplan la trompeta de la descomposición, inmóviles junto al árbol de la carroña. Hienas, cuervos, criaturas que siempre rondan alrededor de las cosas muertas. En este punto, en el de la mención de la carroña, Pablo Anadón se permite disentir en su interpretación tanto con Cristina Piña como con Ricardo Herrera. La primera supone que la carroña refiere “la crítica devastadora de cualquier ilusión respecto del poder transformador de la palabra poética”[10], mientras que el segundo piensa que los últimos dos versos de “Metamorfosis” representan el temor al proceso orgánico de la descomposición, un temor que “le dicta al poeta su anhelo de metamorfosearse en animal para no ser consciente de él”[11]. Por el contrario, Pablo Anadón señala que “justamente aquí podemos observar hasta qué punto llega la fe en el poder transformador de la poesía”, pues no es la descomposición lo que es lo más temido sino la nada Según el mismo Anadón, “la nada es aquello que aterroriza, que paraliza la voz o en cambio la hace cantar en el vacío […] para que la muerte total no tenga dominio”[12]. Sin dudas, quien se pretenda poeta debe optar por la segunda opción, debe cantar para conjurar el poder de la muerte, debe cantar para invocar la resurrección. Es por eso que la carroña no debe ser vista como el triunfo de la muerte sino todo lo contrario, es la materia a partir de la cual se regenera la vida. Por lo tanto, desde esta perspectiva, puede pensarse que la función última de la poesía es “espantar la nada, soplar la trompeta de la resurrección […] llevar a cabo, imaginativamente, la más extrema transformación, la de la muerte en vida”[13].

     Así, de esta manera, el poeta es un viajero que para superar la muerte se dirige hacia lo absoluto. Sin embargo, en este viaje, muchas veces puede sentirse una sensación de fracaso, muchas veces lo absoluto puede parecer inalcanzable. Esta idea también encuentra su lugar en la obra de Castillo. En “Salto”, por ejemplo, se muestra las sensaciones de un hombre puesto a saltar en paracaídas, puesto a dejarse caer en el abismo con solo un pedazo de tela que lo retenga en el aire. Y en los últimos dos versos del poema, aquellos que rezan “caemos vertiginosamente contra la superficie / ávidos todavía de un aire que no es nuestro”, se representa la imposibilidad de asir un aire que en cierto modo es lo que se pretende absoluto. Del mismo modo, en “Expedición al Everest”, los escaladores que ascienden hacia la cima de la montaña más alta del mundo sienten como ese cielo al cual intentan acercarse sigue estando todavía demasiado lejano, sigue estando en el mismo lugar que antes como si nunca hubieran hecho un paso hacia arriba. No obstante, el camino hacia lo absoluto es inevitable. Y así lo expresa el poeta también en otra composición, así lo expresa en “La aventura de Marco Polo” cuando, ante la presencia de “esta inmensa bóveda / donde se suceden diariamente luces y sombras, / sombras y luces que debemos renunciar / insaciable el ojo, incólume el corazón”. Es decir, tal vez deberíamos renunciar a la luces y sombras que se mueven bajo la bóveda en la cual habitamos, pero, sin embargo, no lo hacemos, no lo hacemos porque ni nuestra vista ni nuestro corazón nos lo permiten, no lo hacemos porque pretendemos atravesar el abismo, porque pretendemos arribar a lo absoluto. En “Navegante solitario”, el poeta sigue siendo un viajero que navega hacia el oeste y se aleja de todo, es un viajero que deja atrás toda señal de vida, es un viajero que se dirige hacia la nada para intentar superarla. El poeta es como ese Odiseo que tal vez, cuando lo llamaban las sirenas, no se debería haber amarrado al mástil del barco con el fin de superar los límites de lo sabido y lo permitido. Al amarrarse al mástil apenas si ha vislumbrado lo incomprensible, apenas si lo ha visto entre las sombras del mundo. Quizás si no se hubiera amarrado, lo hubiera alcanzado, hubiera visto lo que hay detrás del abismo, hubiera arribado a la nada y la hubiera superado.
     Así, entonces, puede decirse, en principio, que la función de la poesía en un mundo que parece no necesitar de ella, su sentido, es provocar la salida del sí mismo y, según lo que expresa Castillo en “Estrabón, Libro XV”, “comerciar con todas las materias del sueño”. No obstante, otro Castillo, Abelardo, el narrador, parece pensar que el salir de sí mismo no es la única función de la literatura y, por tanto, de la poesía, sino que también tiene otra función, otro sentido que debe ser cumplido en este mundo aquí y ahora. En un artículo titulado “Lugar del escritor”, Abelardo Castillo coincide con la idea de que en un mundo en las postrimerías, en un mundo que atraviesa una crisis universal de sentido, en un mundo posmoderno que arriba al final de la historia y a la muerte de las utopías, la literatura parece no tener ningún sentido, parece no tener ninguna función, parece no servir para nada. Sin embargo, esta sería la respuesta más fácil de esbozar ante semejante problemática. Por lo tanto, Abelardo decide ahondar en el asunto y buscar otra respuesta, una respuesta más satisfactoria para quien se reconozca como escritor, como poeta, como artista. Y en esta segunda respuesta, la que él dice que actualmente “parece no estar de moda”, reconoce que el sentido de la literatura, de la poesía, del arte, es imaginarle un sentido a un mundo sin sentido, es recuperar el centro de la existencia[14]. De esta última manera, lo expresa Horacio Castillo, el poeta, en “El poeta en las postrimerías” al decir que “cuando la ruina se ha consumado, cuando ya no hay centro, el Espíritu debe recuperar su propia gravedad, convertirse él mismo en Centro […] esa instauración del Espíritu como centro del mundo gracias a la cual tendremos nuevamente destino, puede que tengamos porvenir”[15]. Así, desde esta perspectiva, por lo tanto, la poesía como expresión artística podría recuperar su carácter religioso, es decir, aquel carácter que religa la imaginación con la realidad con el fin de crear un mundo mejor, con el fin de hacer que el poeta sea un hombre que ocupa su lugar en el espacio de la utopía.                 
    



[1] PAZ, Octavio: “Nuestra lengua” en La Jornada, México, 8-4 -1997.
[2] GELMAN, Juan: “Notas al pie” en Revista Ñ, Nro. 54, 9-10-2004.
[3] CASTILLO, Horacio: “El poeta en las postrimerías” en Por un poco más de luz: Obra poética 1974-2005, Córdoba, Brujas: 2005, pág. 169.
[4] NICOTRA, Esteban: “Introducción” en Por un poco más de luz: Obra poética 1974-2005, Córdoba, Brujas: 2005, pág. 10.
[5] ANADÓN, Pablo: “El horizonte de la esfera. Lectura de la poesía de Horacio Castillo” en La poesía en el país de los monólogos paralelos, Córdoba, Brujas: 2014, pág. 190.
[6] MARECHAL, Leopoldo. Descenso y ascenso del alma por la belleza. Buenos Aires, Citerea: 1965.
[7] CASTILLO, Horacio: “Apuntes para un gnoseología poética” en Por un poco más de luz: Obra poética 1974-2005, Córdoba, Brujas: 2005, pág. 177.
[8] Obra citada, pág. 189.
[9] Obra citada, pág. 202.
[10] PIÑA, Cristina: “Estudio preliminar” a Poesía argentina de fin de siglo, Vinciguerra, Buenos Aires, pág.37. y “La precisión desaforada”, en Fénix, Nro. 5, Abril de 1999, citado por ANADÓN, Pablo en obra citada, pág. 203.
[11] HERRERA, Ricardo: “Amanecer junto al árbol de la carroña” en La hora epigonal, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 1991, pág. 68, citado por ANADÓN, Pablo en obra citada, pág. 203.
[12] Obra citada, pág. 203.
[13] Obra citada, pág. 204.
[14] CASTILLO, Abelardo: “Lugar del escritor” en Ser escritor, Buenos Aires, Seix Barral: 2007, pág. 20.
[15] Obra citada, pág. 174.