Estoy
solo en Rosario. Es raro. Últimamente no estoy acostumbrado a estar solo.
Últimamente estoy acostumbrado a estar acompañado. He venido para presentar una
ponencia en la VII Jornada Comparativa organizada por el Centro de Estudios
Comparativos de la Universidad Nacional de Rosario. Estoy en el lugar donde
nacieron y vivieron el Negro Fontanarrosa, Fito Páez, Alberto Olmedo, Luciana
Aymar y la Pulga Messi. Pero sobre todo, estoy en el lugar donde vivió y jugó
el Trinche Carlovich. No conozco para nada la ciudad, es la primera vez que
vengo. He revisado algunos mapas antes de viajar para poder ubicarme con mayor
facilidad. Durante estos dos días la Av. Santa Fe será el eje geográfico de mi
existencia. Cuando salgo de la terminal de colectivos, camino por ella unas
once cuadras hasta la Av. Ovidio Lagos y allí doblo a la izquierda. Camino otra
cuadra y media hasta llegar al Hotel Viena. Este será mi alojamiento. La ciudad
me ha recibido con un clima frío y un rostro indiferente. La primera persona
con la cual cruzo unas palabras después del viaje desde Córdoba es el conserje
del hotel. Es un muchacho amable que al parecer sabe cumplir bien con su
trabajo de recibir a la gente que se va a alojar en el lugar. Espero unos
minutos hasta que la habitación que he reservado esté en condiciones. Cuando
esto sucede, el conserje me conduce hacia ella. Es una habitación pequeña pero
confortable. Sobre su costado izquierdo hay una cama de una plaza en la cual
dormiré durante la única noche que permanezca en la ciudad. Al lado de la cama,
una mesa de luz. Y frente a la única ventana de la pieza, una ventana que
apunta hacia el norte, se ubica una breve mesa que me servirá de escritorio. A
los pies de la cama, un placard donde guardar mi ropa. Encima de él, un televisor
en el cual veré principalmente el partido entre Brasil y Colombia por la Copa
América. Reviso el baño, también es pequeño como la habitación pero muy limpio.
Pruebo el agua de la canilla. Sale caliente. En estos días fríos del invierno,
eso es un alivio importante.
Luego de haberme instalado en la
habitación, salgo del hotel y me dirijo por la anteriormente mencionada Av.
Santa Fe hacia el este, hacia el río, durante unas diecisiete cuadras hasta
llegar a la calle Entre Ríos. Doblo hacia la derecha, a media cuadra se
encuentra la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR. Es un edificio grande y
antiguo, con una planta baja y dos pisos más. Los techos son altos, las
escaleras anchas y extensas, el dibujo de sus pasillos, laberíntico. La
Facultad comenzó a funcionar en este lugar el 5 de junio de 1948. Allí antes
había funcionado el Colegio y la abadía de la Santa Unión de los Corazones
Sagrados. Hasta el año 1968, esta Facultad fue parte de la Universidad Nacional
del Litoral. En ese año se creo la Universidad Nacional de Rosario y cambió de
jurisdicción institucional. En la puerta del edificio pregunto dónde son las
inscripciones para la Jornada Comparativa. Me describen el recorrido hacia el
Salón de Actos del lugar. Se ubica en el sector izquierdo del edificio. Es un
salón medianamente amplio. Hacia la derecha de la puerta de entrada se
encuentra el escenario. Frente a él, unas sillas negras de plástico en la
cuales se ubicarán los asistentes y expositores de la Jornada durante su Acto
de Apertura. Hacia la izquierda, se encuentra la mesa de recepción en la cual
se inscriben los participantes del evento. El Acto va a comenzar a las 13.30. Son
las 11.30. Me quedan un par de horas libres antes de que se inaugure la
Jornada. Decido llegarme hasta el famoso Monumento a la Bandera y al río
Paraná. No están muy lejos de la Facultad.
Vuelvo a la ya repetida Av. Santa Fe y
camino unas diez cuadras hasta llegar al Monumento. Es más impactante de lo que
pensaba. ¡Es inmenso! Todo a su alrededor se encuentra muy pulcro. Se levanta
en el Parque Nacional de la Bandera a unos 150 metros del río Paraná y cubre
unos 10.000 metros cuadrados. Está ubicado en el lugar donde supuestamente
Manuel Belgrano enarboló nuestra enseña patria por primera vez. Digo
supuestamente, porque en ese entonces el general había instalado dos baterías
de combate en las cercanías del lugar. Una era la batería Libertad que se ubicaba donde actualmente está la ciudad de
Rosario, en el lugar en el que se encuentra el Monumento. La otra era la
batería Independencia, ubicada en la
isla del Espinillo, cruzando el Paraná. Por eso, no se tenía una certeza exacta
acerca del lugar en el cual Belgrano había izado la bandera nacional por
primera vez. Según dice el folleto turístico que me han dado cuando me inscribí
en la Jornada Comparativa, el Monumento “está construido con mármol travertino
sin pátinas y piedra de los Andes”. En el folleto también menciona que “consta
de tres partes: la Torre Central, el Propileo y Galería de Honor de las
Banderas de América y la Escalinata Cívica Monumental, que une ambos cuerpos”. Fue diseñado por los arquitectos Ángel Guido y
Alejandro Bustillo con la colaboración de los escultores Alfredo Bigatti y José
Fioravanti. La parte más conocida y destacada es la Torre que se eleva durante
unos setenta metros apuntando rectamente hacia un cielo celeste y blanco. Se
une a través del Pasaje Juramento (a cuyo costado, sobre un transparente espejo
de agua, se encuentran diversas estatuas esculpidas por la famosa Lola Mora)
con el casco histórico del pago de los Arroyos, el lugar en donde nació la
ciudad en torno a la capilla que actualmente el la Basílica Catedral. Las
esculturas realizadas por Lola Mora, en su momento, fueron rechazadas por los
prejuicios de la sociedad victoriana de la época. Por ello, la artista
tucumana, que había sido inicialmente convocada para la realización del
monumental proyecto, rescindió el contrato. Desde ese entonces, la construcción
estuvo abandonada durante mucho tiempo hasta que en 1943 se retomó y se
concluyó catorce años después, en 1957. En 1997, las estatuas de Lola Mora
fueron reacondicionadas y ubicadas en el espacio que actualmente ocupan. Frente
al edificio sagrado de la Catedral se encuentra la Plaza 25 de Mayo; el Palacio
de los Leones, sede del gobierno municipal; el edificio del Correo Central y el
Museo de Arte Decorativo Firma y Odilo
Estévez. El Monumento a la Bandera de Rosario es el primer ensayo en
Latinoamérica del renacimiento de la arquitectura monumental. Es la obra más
emblemática de la ciudad. Su piedra fundamental se había ubicado en el lugar un
9 de julio de 1898 en donde entonces estaba la plaza Almirante Brown.
Desde el Monumento a la Bandera hasta el
Paraná sólo hay un breve trecho. Lo recorro y llego hasta la orilla del río.
Nunca he visto un río tan ancho ni tan caudaloso salvo el de la Plata. El agua
es marrón y corre de norte a sur. El paisaje hacia el otro lado del río es
digno de contemplar. Uno piensa que si lo pudiera cruzar nadando, llegaría
hasta la provincia de Entre Ríos. La geografía es extraña, a veces un río marca
el límite entre una jurisdicción y otra. Otras veces no existe ningún accidente
natural que así lo determine. En el folleto turístico que me dieron en la UNR
se informa que “las costas de arena en las islas son ideales para disfrutar del
sol en verano”. También informa que se puede acceder a ellas en pocos minutos
desde los embarcaderos ubicados en la zona del centro y norte de la ciudad.
También hay playas sobre la ribera rosarina en el Balneario La Florida. Otra
alternativa posible que ofrece tanto el río como sus afluentes es la de
realizar un paseo en barco e internarse en el silencio de la naturaleza isleña,
lo cual brinda un encantador contraste frente al ritmo de la ciudad. Contemplo
el río durante unos minutos, me dejo impregnar por su majestuosidad. Hay un
contingente de niños de diferentes colegios pasando la jornada en el parque que
rodea su ribera. Hay gente contemplando al igual que yo el curso de su
corriente de agua. Unos metros más atrás, desde donde yo he venido, la ciudad
continúa con su ritmo frenético. Los autos circulan aceleradamente, las
personas caminan con destino desconocido sin detenerse a mirar el paisaje que
está a unos metros de sus recorridos. Quizás ya estén demasiado acostumbrados a
él. Camino unos metros por la orilla del río hacia el sur. Llego a la Estación
Fluvial. Un barco está amarrado en uno de sus muelles. Hay un par de locales en
los cuales se ofrece la posibilidad de un buen almuerzo. Me siento en uno de
ellos. Tengo la tentación de probar un pacú a la parrilla. El pacú es un pez
característico de la zona. Es robusto, de forma ovoide y lateralmente aplanado.
Puede alcanzar los 45 centímetros de largo y los 20 kilos de peso. Algunos
sugieren acompañarlo con manzanas cortadas en pequeños gajos, granos de choclo,
tomates en cubos y hojas de lechuga. Sin embargo, desisto de este menú. Siento
el temor de que ese almuerzo no me caiga del todo bien y decido comer algo más
seguro. Pido unos simples canelones de espinaca con salsa mixta. No tardan
demasiado en llegar. Son muy grandes y están deliciosos. Es un almuerzo digno
de disfrutar. Después de comerlos, me siento totalmente satisfecho. Pago la
cuenta y me dirijo nuevamente hacia la Facultad de Humanidades de la UNR con la
panza llena y el corazón contento. Estoy feliz, tal vez no esté tan solo en
Rosario. Sé que, aún en la distancia, ella siempre está conmigo. Sé que ella
comparte mis alegrías.