lunes, 13 de julio de 2015

Rosario siempre estuvo cerca

Estoy solo en Rosario. Es raro. Últimamente no estoy acostumbrado a estar solo. Últimamente estoy acostumbrado a estar acompañado. He venido para presentar una ponencia en la VII Jornada Comparativa organizada por el Centro de Estudios Comparativos de la Universidad Nacional de Rosario. Estoy en el lugar donde nacieron y vivieron el Negro Fontanarrosa, Fito Páez, Alberto Olmedo, Luciana Aymar y la Pulga Messi. Pero sobre todo, estoy en el lugar donde vivió y jugó el Trinche Carlovich. No conozco para nada la ciudad, es la primera vez que vengo. He revisado algunos mapas antes de viajar para poder ubicarme con mayor facilidad. Durante estos dos días la Av. Santa Fe será el eje geográfico de mi existencia. Cuando salgo de la terminal de colectivos, camino por ella unas once cuadras hasta la Av. Ovidio Lagos y allí doblo a la izquierda. Camino otra cuadra y media hasta llegar al Hotel Viena. Este será mi alojamiento. La ciudad me ha recibido con un clima frío y un rostro indiferente. La primera persona con la cual cruzo unas palabras después del viaje desde Córdoba es el conserje del hotel. Es un muchacho amable que al parecer sabe cumplir bien con su trabajo de recibir a la gente que se va a alojar en el lugar. Espero unos minutos hasta que la habitación que he reservado esté en condiciones. Cuando esto sucede, el conserje me conduce hacia ella. Es una habitación pequeña pero confortable. Sobre su costado izquierdo hay una cama de una plaza en la cual dormiré durante la única noche que permanezca en la ciudad. Al lado de la cama, una mesa de luz. Y frente a la única ventana de la pieza, una ventana que apunta hacia el norte, se ubica una breve mesa que me servirá de escritorio. A los pies de la cama, un placard donde guardar mi ropa. Encima de él, un televisor en el cual veré principalmente el partido entre Brasil y Colombia por la Copa América. Reviso el baño, también es pequeño como la habitación pero muy limpio. Pruebo el agua de la canilla. Sale caliente. En estos días fríos del invierno, eso es un alivio importante.
     Luego de haberme instalado en la habitación, salgo del hotel y me dirijo por la anteriormente mencionada Av. Santa Fe hacia el este, hacia el río, durante unas diecisiete cuadras hasta llegar a la calle Entre Ríos. Doblo hacia la derecha, a media cuadra se encuentra la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR. Es un edificio grande y antiguo, con una planta baja y dos pisos más. Los techos son altos, las escaleras anchas y extensas, el dibujo de sus pasillos, laberíntico. La Facultad comenzó a funcionar en este lugar el 5 de junio de 1948. Allí antes había funcionado el Colegio y la abadía de la Santa Unión de los Corazones Sagrados. Hasta el año 1968, esta Facultad fue parte de la Universidad Nacional del Litoral. En ese año se creo la Universidad Nacional de Rosario y cambió de jurisdicción institucional. En la puerta del edificio pregunto dónde son las inscripciones para la Jornada Comparativa. Me describen el recorrido hacia el Salón de Actos del lugar. Se ubica en el sector izquierdo del edificio. Es un salón medianamente amplio. Hacia la derecha de la puerta de entrada se encuentra el escenario. Frente a él, unas sillas negras de plástico en la cuales se ubicarán los asistentes y expositores de la Jornada durante su Acto de Apertura. Hacia la izquierda, se encuentra la mesa de recepción en la cual se inscriben los participantes del evento. El Acto va a comenzar a las 13.30. Son las 11.30. Me quedan un par de horas libres antes de que se inaugure la Jornada. Decido llegarme hasta el famoso Monumento a la Bandera y al río Paraná. No están muy lejos de la Facultad.

     Vuelvo a la ya repetida Av. Santa Fe y camino unas diez cuadras hasta llegar al Monumento. Es más impactante de lo que pensaba. ¡Es inmenso! Todo a su alrededor se encuentra muy pulcro. Se levanta en el Parque Nacional de la Bandera a unos 150 metros del río Paraná y cubre unos 10.000 metros cuadrados. Está ubicado en el lugar donde supuestamente Manuel Belgrano enarboló nuestra enseña patria por primera vez. Digo supuestamente, porque en ese entonces el general había instalado dos baterías de combate en las cercanías del lugar. Una era la batería Libertad que se ubicaba donde actualmente está la ciudad de Rosario, en el lugar en el que se encuentra el Monumento. La otra era la batería Independencia, ubicada en la isla del Espinillo, cruzando el Paraná. Por eso, no se tenía una certeza exacta acerca del lugar en el cual Belgrano había izado la bandera nacional por primera vez. Según dice el folleto turístico que me han dado cuando me inscribí en la Jornada Comparativa, el Monumento “está construido con mármol travertino sin pátinas y piedra de los Andes”. En el folleto también menciona que “consta de tres partes: la Torre Central, el Propileo y Galería de Honor de las Banderas de América y la Escalinata Cívica Monumental, que une ambos cuerpos”.  Fue diseñado por los arquitectos Ángel Guido y Alejandro Bustillo con la colaboración de los escultores Alfredo Bigatti y José Fioravanti. La parte más conocida y destacada es la Torre que se eleva durante unos setenta metros apuntando rectamente hacia un cielo celeste y blanco. Se une a través del Pasaje Juramento (a cuyo costado, sobre un transparente espejo de agua, se encuentran diversas estatuas esculpidas por la famosa Lola Mora) con el casco histórico del pago de los Arroyos, el lugar en donde nació la ciudad en torno a la capilla que actualmente el la Basílica Catedral. Las esculturas realizadas por Lola Mora, en su momento, fueron rechazadas por los prejuicios de la sociedad victoriana de la época. Por ello, la artista tucumana, que había sido inicialmente convocada para la realización del monumental proyecto, rescindió el contrato. Desde ese entonces, la construcción estuvo abandonada durante mucho tiempo hasta que en 1943 se retomó y se concluyó catorce años después, en 1957. En 1997, las estatuas de Lola Mora fueron reacondicionadas y ubicadas en el espacio que actualmente ocupan. Frente al edificio sagrado de la Catedral se encuentra la Plaza 25 de Mayo; el Palacio de los Leones, sede del gobierno municipal; el edificio del Correo Central y el Museo de  Arte Decorativo Firma y Odilo Estévez. El Monumento a la Bandera de Rosario es el primer ensayo en Latinoamérica del renacimiento de la arquitectura monumental. Es la obra más emblemática de la ciudad. Su piedra fundamental se había ubicado en el lugar un 9 de julio de 1898 en donde entonces estaba la plaza Almirante Brown.

     Desde el Monumento a la Bandera hasta el Paraná sólo hay un breve trecho. Lo recorro y llego hasta la orilla del río. Nunca he visto un río tan ancho ni tan caudaloso salvo el de la Plata. El agua es marrón y corre de norte a sur. El paisaje hacia el otro lado del río es digno de contemplar. Uno piensa que si lo pudiera cruzar nadando, llegaría hasta la provincia de Entre Ríos. La geografía es extraña, a veces un río marca el límite entre una jurisdicción y otra. Otras veces no existe ningún accidente natural que así lo determine. En el folleto turístico que me dieron en la UNR se informa que “las costas de arena en las islas son ideales para disfrutar del sol en verano”. También informa que se puede acceder a ellas en pocos minutos desde los embarcaderos ubicados en la zona del centro y norte de la ciudad. También hay playas sobre la ribera rosarina en el Balneario La Florida. Otra alternativa posible que ofrece tanto el río como sus afluentes es la de realizar un paseo en barco e internarse en el silencio de la naturaleza isleña, lo cual brinda un encantador contraste frente al ritmo de la ciudad. Contemplo el río durante unos minutos, me dejo impregnar por su majestuosidad. Hay un contingente de niños de diferentes colegios pasando la jornada en el parque que rodea su ribera. Hay gente contemplando al igual que yo el curso de su corriente de agua. Unos metros más atrás, desde donde yo he venido, la ciudad continúa con su ritmo frenético. Los autos circulan aceleradamente, las personas caminan con destino desconocido sin detenerse a mirar el paisaje que está a unos metros de sus recorridos. Quizás ya estén demasiado acostumbrados a él. Camino unos metros por la orilla del río hacia el sur. Llego a la Estación Fluvial. Un barco está amarrado en uno de sus muelles. Hay un par de locales en los cuales se ofrece la posibilidad de un buen almuerzo. Me siento en uno de ellos. Tengo la tentación de probar un pacú a la parrilla. El pacú es un pez característico de la zona. Es robusto, de forma ovoide y lateralmente aplanado. Puede alcanzar los 45 centímetros de largo y los 20 kilos de peso. Algunos sugieren acompañarlo con manzanas cortadas en pequeños gajos, granos de choclo, tomates en cubos y hojas de lechuga. Sin embargo, desisto de este menú. Siento el temor de que ese almuerzo no me caiga del todo bien y decido comer algo más seguro. Pido unos simples canelones de espinaca con salsa mixta. No tardan demasiado en llegar. Son muy grandes y están deliciosos. Es un almuerzo digno de disfrutar. Después de comerlos, me siento totalmente satisfecho. Pago la cuenta y me dirijo nuevamente hacia la Facultad de Humanidades de la UNR con la panza llena y el corazón contento. Estoy feliz, tal vez no esté tan solo en Rosario. Sé que, aún en la distancia, ella siempre está conmigo. Sé que ella comparte mis alegrías.

jueves, 9 de julio de 2015

La lucha

En el año 1943, el desembarco de Normandía es todavía una utopía. En el frente del Atlántico, los soldados alemanes antes que combatir contra el enemigo deben luchar contra el tedio. En ese marco, tendido sobre la arena en su puesto de guardia, uno de ellos piensa: “La desesperación es la esperanza de la carne. Hay una forma de desesperación que, aunque sólo tiene lugar en el espíritu, provoca un goce salvaje y sensual. La desesperación tiene algo de la sustancia del cine. Se bebe y es dulce; es dulce, es tan dulce que uno desearía beberse todo un mar de ella; pero cuanto más bebe uno, tanto más sediento queda y con tanta mayor fuerza presiente que ese sed ya nunca podrá ser saciada y que tal vez aquí, en la tierra, uno está ya en el infierno, pues el infierno puede ser en cierto modo la sed eterna. La desesperación es horrible, la desesperación es la esperanza de la carne, y uno podría verse tentado a rezar: No nos induzcas a caer en la desesperación”. El nombre del soldado que piensa en esto es Heinrich Böll.