domingo, 3 de enero de 2016

El último humanista


La historia de la vida de todos los
hombres de genio, enseña que a fuerza
de alternar desilusiones, esperanzas y
aspiraciones, se templan los espíritus
se fortalecen los caracteres, y se los hace
más bellos y más nobles.
Guido Buffo

El sabio no estudia la Naturaleza porque sea útil;
la estudia porque en ella encuentra placer,
y encuentra placer, porque es bella.
M. Henry Poincaré

     En menos de un año fui dos veces con mi novia a la Capilla de Villa Leonor, ubicada en la localidad de Unquillo, más precisamente en Cabana, en el paraje Los Quebrachitos. Es un lugar único. Un espacio con una energía mágica y maravillosa. Su constructor, Guido Buffo, fue un inmigrante italiano que llegó a nuestro país en 1910, cuando tenía 25 años de edad. Había nacido en Treviso en 1885. En su tierra natal, había estudiado Bellas Artes. Además tenía un excelente manejo del italiano, el francés, el castellano y el latín. Fue pintor, arquitecto, astrónomo y músico. El Padre Juan Etulain, un sacerdote salesiano que lo conoció en 1955, cuando era un chico de 11 años y estudiaba en un colegio religioso, dice que Buffo era un humanista del siglo XVI, un hombre tensionado por la emoción, la imaginación y la razón científica, por lo múltiple y lo transitorio, un hombre que vivió en un siglo equivocado y en una tierra errada, incomprendido por la sociedad del momento, poco valorado en sus saberes y conocimientos. Juan Etulain lo define como “un místico de mixtura, de gran armonía entre lo terrenal y lo celestial”. Guido Buffo era, entonces, más un hombre del Renacimiento que uno del siglo XX. En su persona no sólo se resumían los conocimientos artísticos que había adquirido en sus estudios académicos sino también los saberes científicos, místicos y esotéricos que había desarrollado como autodidacta. Fueron estos conocimientos y saberes los que le permitieron construir un monumento tan especial como la capilla dedicada a la memoria de su esposa y de su hija.

     Los años previos a la llegada de Buffo a Argentina estaban convulsionados por la posible guerra que se desataría un tiempo después en Europa. La miseria y el presagio de futuras violencias se oponían a la esperanza de una vida distinta en las promisorias tierras de Sudamérica. Buffo arribó a nuestro país para participar de una muestra de artes plásticas en Buenos Aires. Luego viajó a Córdoba para presentar su primera exposición de paisajes serranos. Allí fue donde, gracias a la ilustración que le fue encargada con respecto a algunos libros que iban a ser publicados, conoció a Leonor Allende, quien sería el gran amor de su vida. Leonor fue una de las primeras mujeres que ejerció el periodismo en nuestro territorio. También fue una escritora destacada. Había nacido en 1883. En 1914 se casaron y poco después, en 1917, tuvieron una única hija, Eleonora.
     En aquella época, Buffo se dedicó a la enseñanza del dibujo no sólo en Córdoba sino también en Rosario. Según cuentan algunos, pocos años después, a causa de la mala salud de su mujer, decidieron mudarse a un paraje cercano a Unquillo, con el fin de paliar los síntomas de la tuberculosis que ya se dejaban percibir en su cuerpo. Sin embargo, esa versión no es del todo fidedigna, pues otros cuentan que en realidad la casa de Villa Leonor era una residencia veraniega que el matrimonio había construido en recuerdo a la luna de miel que habían pasado en la localidad.
     La vida de Guido Buffo y su familia en Villa Leonor no fue una vida fácil. Fue una vida trágica, triste, una vida signada por el dolor. En primer lugar, Leonor, su mujer, murió en 1931 a causa de la tuberculosis. Cuando su esposa enfermó, Don Guido alternaba entre Córdoba y Buenos Aires, el lugar en donde se encontraba trabajando en ese tiempo como Inspector en Enseñanza Secundaria, vivió esa época entre los cuidados a su amada y las obligaciones laborales. En el atardecer del 10 de mayo de 1931, Guido Buffo esperaba en Buenos Aires el tren para regresar a Córdoba. Leonor falleció al día siguiente en casa de sus padres. Buffo no llegó a tiempo. No alcanzo a ver sus ojos al partir. Tal vez sea por eso que reprodujo su mirada constante en un fresco titulado Elogio al sentimiento. Allí los ojos de la mujer persiguen durante todo el tiempo y en todos los rincones a los visitantes que ingresan en la capilla. Es una mirada dulce, tranquila, maternal. Una mirada que acompaña en todo momento.

     Diez años después, nuevamente la tuberculosis hizo su acto de presencia. Esta vez afectó a su hija. La casa de campo en Los Quebrachitos supuestamente era buena para aliviar la enfermedad, pero a pesar de su estadía en el lugar no se manifestó ninguna mejoría. Don Guido desesperó y decidió internarla en Cosquín. Pero el cuadro era de tal gravedad que tuvo que trasladarla a un sanatorio en Castelar, en la provincia de Buenos Aires, donde falleció el 6 de septiembre de 1941. Antes de morir, Eleonora le pidió a su padre que abriera la ventana de la habitación en donde se encontraba así podía observar el cielo. Esa fue su última voluntad. Juntos contemplaron la posición de las estrellas en la noche en la que la pobre muchacha dejó de respirar.
     Pedro Tosello, un viejo amigo de Don Guido, cuenta que, cuando murió su hija, Buffo no comentaba nada, estaba en un negativismo total, completamente cerrado. Después de un tiempo, reaccionó. Antes del año, ya había empezado a pensar la idea de construir la capilla. Así transformó el dolor en belleza. Por ejemplo, en el piso de la capilla, unas fichas de metal reproducen la posición de las estrellas en la noche en que Leonor murió. Según cuenta Juan Etulain, el dato preciso acerca de esa posición estelar se encuentra en la extraña conjunción que existía esa noche entre Marte y Aldebarán. Esos son los únicos elementos que brillan en la oscuridad interior de la capilla cuando la noche arriba y las puertas están cerradas. Las estrellas iluminan la tristeza para transformarla en afectuoso recuerdo, en memoria infinita.
     Corrieron los años, reiterados actos de vandalismo asolaron la capilla. Claudia, la hermana de Buffo, quien había ido a vivir junto a él después de la muerte de sus dos mujeres, recuerda que una vez volvían del pueblo de hacer unas compras y al llegar al arroyo empezaron a ver los papeles de Buffo flotando en el agua. Guido bajó del auto. No podía creer lo que sucedía. Empezó a levantar sus escritos, cuando vio también sus cuadros tirados, destruidos, las pertenencias de su esposa e hija. Ante tal desgracia y con el ánimo destrozado, fue víctima de un accidente cerebrovascular.
     Pedro Tosello cuenta que él se encontraba en Misiones en ese momento, trabajando como médico, y recibió una carta de su madre en la cual le contaba acerca del accidente que había sufrido Buffo. Él regresó a Córdoba y lo encontró en su casa. Cuando llegó y lo vio, Don Guido tenía un parpado del ojo caído y se señalaba la cabeza sin hablar, indicando que su cerebro ya no funcionaba. Tosello tuvo que salir afuera descompuesto. La desgracia de su amigo era muy fuerte, difícil de soportar. Buffo vivió dos años más en esas condiciones, pero lo hizo mal porque ya no era el mismo, ya no era quien había sido, apenas si podía decir algunas palabras. Finalmente murió el 13 de diciembre 1960 en la casa de la familia Tosello. Fue sepultado por sus amigos en la cripta familiar, junto con las mujeres que tanto había amado en vida.
      La Capilla es, entonces, un verdadero monumento al amor que no sólo sintetiza la memoria de su esposa y de su hija sino que también es una muestra de la multifacética personalidad de este humanista que hoy descansa en el mismo lugar que construyó para sus mujeres, junto a ellas, como siempre quiso estar. Así, de esta manera, la tristeza que vivió Buffo después de la desaparición de sus dos seres más amados fue una tristeza dulcísima. Casi dos décadas de ausencia y soledad tuvo que soportar el hombre en su alma, pero eran ausencias que se hacían presentes en cada detalle de su vida, ausencias que lo acompañaban a todos lados y le servían como fuente de inspiración.

     Así es como, un año después de la muerte de Leonor, en un escrito titulado “Factores de excelencia en el arte”, señalaba que la inspiración era la influencia de una fuerza sobrenatural que solía embargar al alma del artista cuando en su entusiasmo creador vislumbraba y concebía como en una visión de ensueño la obra que, obedeciendo a una necesidad íntima, se proponía traducir a la realidad. Sin embargo, la inspiración por sí sola no era el origen de una obra de arte, pues ella necesitaba también del libre albedrío del artista, es decir, de su facultad de obrar a través de la reflexión, de la capacidad de ejercer una acto de voluntad que le permitiera traducir todo ese caos que bullía dentro de sí en un orden que representara el cosmos de su ser.
     Por otra parte, la estética de Buffo respondía a una concepción naturalista del arte. Para el humanista italiano, este último buscaba reproducir e interpretar la belleza subyacente de la naturaleza. En su Ensayo sobre la arqueología americana comienza señalando, por ejemplo, que la naturaleza es la fuente en la que se han inspirado los artífices de todas las épocas y civilizaciones, “el hombre no ha podido nunca substraerse al atractivo de las cosas en medio de las cuales ha vivido”. Buffo era, sin duda, un gran amante de la naturaleza, un gran observador de sus bellezas. Con respecto a su vida en Los Quebrachitos, Buffo expresaba en su diario personal que allí podía encontrar la paz, en esa quietud y serenidad realizaba sus pinturas, soltando la imaginación, renaciendo, recreando, resignificando la naturaleza que lo rodeaba.
     Pues bien, la primera noticia que tuve con respecto a la existencia de este lugar provino de una anécdota que me contó mi novia. Según ella, como tantas otras veces, en su niñez, su abuelo, Don Félix Gottardi le había contado la triste historia de Guido Buffo y la construcción de la Capilla de Villa Leonor. Siempre había estado interesada en visitar el lugar, pero en aquella época el abuelo Félix, a causa de su enfermedad y de la edad, ya se encontraba ciertamente imposibilitado de moverse demasiado. Por lo tanto, no había podido llevarla a conocer la Capilla Buffo como si la había llevado a conocer, por ejemplo, el monumento a Myriam Stefford, otra de las construcciones que se levantaron en nuestro territorio por obra y gracia del amor. Así fue como el interés por conocer ese lugar recién pudo concretarse este año.
     La primera vez que viajamos hacia allá fue durante el invierno. En esta estación del año, los paisajes serranos me provocan cierta desazón. El cielo suele estar gris, cubierto por nubes. Las horas luminosas son más escasas, la noche se avecina pronto. Los árboles carecen de hojas, sus ramas desnudas se elevan tétricas y quebradizas hacia el cielo clamando por un poco de agua, por un poco de calor y luz solar. La vegetación es escasa y de color amarillo o marrón. El viento levanta la tierra no asentada por las lluvias. No, el invierno no es una estación del año que me guste demasiado.
     De todos modos, decidimos viajar durante esta época con el fin de conocer tan ansiado lugar. Para llegar allí hay que recorrer durante algunos kilómetros un sinuoso camino de tierra. Cuando se llega al final de su recorrido, allí se encuentra la Casa-Museo de Guido Buffo junto con la capilla que construyó en homenaje a sus mujeres queridas. En aquella ocasión, dejamos el auto estacionado a la entrada del predio y proseguimos el camino a pie. Atravesamos un puente que nos permitió cruzar el arroyo Cabana y seguimos por un ancho sendero hasta llegar a unas escaleras empinadas. Las ascendimos. Finalmente llegamos a la casa de Don Guido.

     Bastante gente se encontraba caminando en el predio. Estábamos en el período vacacional del invierno. Sin duda, el lugar es un interesante atractivo turístico para esta época del año. Tanto la casa como la capilla aún estaban cerradas, pero, según lo que decía un cartel en la puerta de la primera, la última visita guiada del día se iniciaría en media hora. Eran las tres y media de la tarde. Para hacer tiempo en espera del comienzo del recorrido, con mi novia, caminamos libremente por el lugar.
     Los árboles que ascendían hacia la sierra estaban pelados, sin hojas, con las ramas desnudas y frágiles. Causaba cierta desolación verlos en ese estado. Esos eran los árboles que habían sembrado Buffo y su hija luego de la muerte de Leonor. Habían levantado un bosque artísticamente diseñado detrás de la casa en la que habían decidido habitar definitivamente luego del deceso de la mujer. Recorrimos el sendero poético en el cual se encontraban inscriptas en placas de laja los versos que Eleonora había escrito en su libro Como la flor del aire. Algunas placas habían sido robadas, otras se encontraban quebradas. Las que aún podían ser leídas dejaban translucir un profundo sentimiento de nostalgia ante la ausencia de su madre.
     Finalmente, llegó el momento en el que el guía anunció el comienzo del recorrido. Primero ingresamos a la casa. Allí nos mostró un álbum de fotos que retrataba la vida de la familia durante sus años en Los Quebrachitos y nos contó brevemente el transcurrir de sus vidas. Luego nos invitó a recorrer la residencia. Esta había sido construida como las iglesias coptas de antaño. Sobre el ala izquierda se encontraba la que había sido la habitación del matrimonio que ahora era el espacio administrativo del museo. Hacia la derecha estaba la que había sido la habitación de la hija. Ésta aún se conservaba tal cual como había sido durante la vida de la muchacha, con sus muebles y sus libros en sus respectivos lugares. Su vida se podía percibir en el lugar como si su espíritu todavía habitara allí. Era una presencia benéfica que causaba una profunda sensación de bienestar, de paz, de tranquilidad. Daban ganas de quedarse un momento, respirando, mirando, dialogando calladamente con esa presencia invisible. Pero el recorrido debía seguir.    
     Luego de recorrer la casa, nos dirigimos hacia la capilla. Tuvimos que ascender los treinta y cinco escalones de piedra que nos conducían hasta ella. Según nos contaba el guía, su forma exterior es la de un cardo santo cuando aún está es su capullo. Ésta es una de las flores características de la serranía cordobesa. Sin embargo, en su interior, la acústica reproduce más bien el sonido que se siente al apoyar el oído en la concha vacía de un caracol marino. Allí las voces se oyen de otra manera. Los sonidos de afuera ingresan por la puerta, que copia la forma exterior de la capilla, y se hacen presentes en el adentro. Desde allí se pueden oír los sonidos del arroyo, del viento, de los pájaros que cantan entre los árboles y de la gente que llega al lugar. Existe un eje invisible entre el mundo de adentro y el de afuera que comunica ambos espacios como si fueran uno solo, un eje que también debe existir entre el adentro y el afuera de cualquier hombre o mujer que viva sobre este mundo. El afuera es el adentro, el adentro es el afuera, los dos son un mismo espacio.

     Dentro del recinto, se pueden contemplar las diversas maravillas con las que Buffo decidió homenajear a sus mujeres. Principalmente los cuatro frescos que pintó en sus muros. Sin embargo, a causa de la época del año y la hora del día no se podían apreciar en toda su plenitud. El sol alejado y la luz menguante del día oscurecían el ambiente. El guía nos señaló que en otras condiciones lumínicas la obra del artista adquiría un mayor esplendor. Quizás por eso en esta visita, a pesar de la particular energía que emanaba en el ambiente, me quedé con la sensación de que la experiencia podría haber sido más intensa, más completa. Tal vez por eso no me sentí completamente satisfecho con la visita, tal vez por eso decidí volver en otra oportunidad, cuando las condiciones fueran más agradables.
     Esta segunda oportunidad se presentó al final de la primavera, casi en el verano. Fuimos aproximadamente a la misma hora en la que habíamos ido en la ocasión anterior. Ahora las condiciones eran distintas. Un cielo celeste brillaba incandescentemente. El agua del arroyo corría fresca y cristalina. El verde poblaba los árboles y las riberas del camino. Las flores habían renacido en una explosión de belleza y vitalidad. Los pájaros cantaban alegremente. Sin embargo, en el predio de Villa Leonor no había tanta gente como la vez anterior. Estuvimos dando vueltas durante un rato. Tomamos unos mates al costado del arroyo hasta que encontramos al guía de turno y le preguntamos si se iba a poder ingresar a la capilla. Sólo éramos nosotros dos. Pablo, el nuevo guía, nos respondió afirmativamente. Buscó las llaves y nos acompañó al lugar. Ingresamos por segunda vez a contemplar las maravillas de la Capilla Buffo. Ahora podríamos apreciarlas con un mayor esplendor.
     En su libro Guido Buffo y el templo de la transformación, Gustavo Díaz y Karina Rodríguez señalan que “recorrer los frescos murales con la vista es como entrar en contacto con el universo mismo, entregarse al infinito y ser parte de él”. Creo no mentir si digo que mis sensaciones fueron similares a las de ellos. En estos frescos, Buffo intentó representar cada una de las potencialidades del ser humano. En ellos, el artista trató de ofrecer una visión conjunta acerca de la fe, el sentimiento, la imaginación y la inteligencia. 
     El primer fresco que se ve de frente, detrás del altar, al ingresar a la capilla es el Elogio a Dios. Aquí Buffo representa su mirada sobre la creación. Es una mirada bastante particular basada en el cristianismo y en la espiritualidad pero con una perspectiva integradora y amplia. En el fresco, las manos de Dios sostienen el origen de la vida y de allí se desprenden las burbujas que van a dar forma al reino mineral, al vegetal y al animal. Desde el costado inferior derecho, la esposa y la hija del artista observan asombradas el prodigio de la Creación. Ésta es la ideación poética del momento preciso en el que Dios creó todo lo que existe en el universo gracias a un sentimiento de amor inconmensurable.
     A la derecha, mirando de frente, se encuentra el segundo fresco, el Elogio al sentimiento. Aquí se representa al amor. En ese sentido, la maternidad es la forma más pura del amor humano. En principio, Buffo comienza pintado a Leonor con su pequeña hija en el regazo, pero luego continúa con una visión más universal, pues un conjunto de ángeles con apariencia femenina acompañan y protegen tanto a la mujer como al bebé. En la parte inferior, unos lirios blancos entre nubes vaporosas sirven de asentamiento a la esposa con su hija. Según dicen, estas flores representan la perfección, la luz, la resurrección y la gracia divina. 
 
     El tercer fresco, ubicado a la izquierda, es el Elogio a la imaginación. En esta obra, el tema referido es el arte. Aquí se puede ver en el centro a Eleonora. A la izquierda, se encuentran las musas inspiradoras como un homenaje a la cultura griega y a la derecha, contemplando a su hija, está Leonor junto con Palas Atenea, la diosa de la sabiduría. Se dice que cada 6 de septiembre, la fecha en que falleció la muchacha, una de las luceras ubicadas en el techo de la capilla conduce la luz del sol hasta su figura, la alumbra y la resucita. Cada 6 de septiembre, una lágrima de luz ilumina la cara de la muchacha muerta prematuramente.
     El último fresco, que quedó inconcluso, se ubica sobre la puerta de ingreso a la capilla. Es el Elogio al intelecto. No se sabe bien como hubiera sido porque los únicos trazos que se pueden ver son las líneas con carbón que el artista dibujo antes de su muerte. Es el único indicio de lo que Buffo hubiera querido pintar allí. Sin embargo, Pablo, el guía, nos contaba que quizás hubiera querido pintar la ciudad de Córdoba vista tal como se veía desde Los Quebrachitos. En esta obra, según las palabras que se encuentran escritas en la pared, Buffo tal vez hubiera representado su particular visión acerca de la articulación entre el macrocosmos y el microcosmos. Es una metáfora interesante el hecho de que el conocimiento se encuentre en la puerta de entrada y que además haya quedado inconcluso. El hombre nunca termina de conocer el universo que habita.                   

     Uno tiene la extraña sensación de que la capilla que Guido Buffo levantó en memoria de su mujer y de su hija es uno de los lugares santos de la tierra, un espacio de peregrinación. Una vez que uno la ha visitado no vuelve a ser el mismo, algo en su alma ha cambiado, algo en su ser se ha transformado. Uno no puede dejar de pensar que el hombre que la construyó es el último representante de una saga de hombres que iluminaron al mundo con sus conocimientos y saberes luego de la oscuridad de la Edad Media, el último de una tradición que incluyó en su nómina a sabios tales como Leonardo da Vinci, Montaigne o Goethe. Uno no puede dejar de pensar que Guido Buffo fue el último humanista, un hombre que, con sus más genuinas esperanzas, vivió una historia de amor sin espacio ni tiempo, infinita y eterna, donde todo fin es un principio por nacer.