La
historia de la vida de todos los
hombres
de genio, enseña que a fuerza
de
alternar desilusiones, esperanzas y
aspiraciones,
se templan los espíritus
se
fortalecen los caracteres, y se los hace
más
bellos y más nobles.
Guido Buffo
El
sabio no estudia la Naturaleza porque sea útil;
la
estudia porque en ella encuentra placer,
y
encuentra placer, porque es bella.
M. Henry
Poincaré
En menos de un año fui dos veces con mi novia a la Capilla de Villa
Leonor, ubicada en la localidad de Unquillo, más precisamente en Cabana, en el
paraje Los Quebrachitos. Es un lugar único. Un espacio con una energía mágica y
maravillosa. Su constructor, Guido Buffo, fue un inmigrante italiano que llegó
a nuestro país en 1910, cuando tenía 25 años de edad. Había nacido en Treviso
en 1885. En su tierra natal, había estudiado Bellas Artes. Además tenía un excelente manejo del
italiano, el francés, el castellano y el latín. Fue pintor, arquitecto,
astrónomo y músico. El Padre Juan Etulain, un sacerdote salesiano que lo
conoció en 1955, cuando era un chico de 11 años y estudiaba en un colegio
religioso, dice que Buffo era un humanista del siglo XVI, un hombre tensionado
por la emoción, la imaginación y la razón científica, por lo múltiple y lo
transitorio, un hombre que vivió en un siglo equivocado y en una tierra errada,
incomprendido por la sociedad del momento, poco valorado en sus saberes y
conocimientos. Juan Etulain lo define como “un místico de mixtura, de gran
armonía entre lo terrenal y lo celestial”. Guido Buffo era, entonces, más un
hombre del Renacimiento que uno del siglo XX. En su persona no sólo se resumían
los conocimientos artísticos que había adquirido en sus estudios académicos
sino también los saberes científicos, místicos y esotéricos que había
desarrollado como autodidacta. Fueron estos conocimientos y saberes los que le
permitieron construir un monumento tan especial como la capilla dedicada a la
memoria de su esposa y de su hija.
Los
años previos a la llegada de Buffo a Argentina estaban convulsionados por la
posible guerra que se desataría un tiempo después en Europa. La miseria y el
presagio de futuras violencias se oponían a la esperanza de una vida distinta
en las promisorias tierras de Sudamérica. Buffo arribó a nuestro país para
participar de una muestra de artes plásticas en Buenos Aires. Luego viajó a
Córdoba para presentar su primera exposición de paisajes serranos. Allí fue
donde, gracias a la ilustración que le fue encargada con respecto a algunos
libros que iban a ser publicados, conoció a Leonor Allende, quien sería el gran
amor de su vida. Leonor fue una de las primeras mujeres que ejerció el
periodismo en nuestro territorio. También fue una escritora destacada. Había
nacido en 1883. En 1914 se casaron y poco después, en 1917, tuvieron una única
hija, Eleonora.
En
aquella época, Buffo se dedicó a la enseñanza del dibujo no sólo en Córdoba
sino también en Rosario. Según cuentan algunos, pocos años después, a causa de
la mala salud de su mujer, decidieron mudarse a un paraje cercano a Unquillo,
con el fin de paliar los síntomas de la tuberculosis que ya se dejaban percibir
en su cuerpo. Sin embargo, esa versión no es del todo fidedigna, pues otros
cuentan que en realidad la casa de Villa Leonor era una residencia veraniega
que el matrimonio había construido en recuerdo a la luna de miel que habían
pasado en la localidad.
La
vida de Guido Buffo y su familia en Villa Leonor no fue una vida fácil. Fue una
vida trágica, triste, una vida signada por el dolor. En primer lugar, Leonor,
su mujer, murió en 1931 a causa de la tuberculosis. Cuando su esposa enfermó,
Don Guido alternaba entre Córdoba y Buenos Aires, el lugar en donde se
encontraba trabajando en ese tiempo como Inspector en Enseñanza Secundaria, vivió
esa época entre los cuidados a su amada y las obligaciones laborales. En el
atardecer del 10 de mayo de 1931, Guido Buffo esperaba en Buenos Aires el tren
para regresar a Córdoba. Leonor falleció al día siguiente en casa de sus
padres. Buffo no llegó a tiempo. No alcanzo a ver sus ojos al partir. Tal vez
sea por eso que reprodujo su mirada constante en un fresco titulado Elogio al sentimiento. Allí los ojos de
la mujer persiguen durante todo el tiempo y en todos los rincones a los
visitantes que ingresan en la capilla. Es una mirada dulce, tranquila,
maternal. Una mirada que acompaña en todo momento.
Diez
años después, nuevamente la tuberculosis hizo su acto de presencia. Esta vez
afectó a su hija. La casa de campo en Los Quebrachitos supuestamente era buena
para aliviar la enfermedad, pero a pesar de su estadía en el lugar no se
manifestó ninguna mejoría. Don Guido desesperó y decidió internarla en Cosquín.
Pero el cuadro era de tal gravedad que tuvo que trasladarla a un sanatorio en
Castelar, en la provincia de Buenos Aires, donde falleció el 6 de septiembre de
1941. Antes de morir, Eleonora le pidió a su padre que abriera la ventana de la
habitación en donde se encontraba así podía observar el cielo. Esa fue su
última voluntad. Juntos contemplaron la posición de las estrellas en la noche
en la que la pobre muchacha dejó de respirar.
Pedro
Tosello, un viejo amigo de Don Guido, cuenta que, cuando murió su hija, Buffo
no comentaba nada, estaba en un negativismo total, completamente cerrado. Después
de un tiempo, reaccionó. Antes del año, ya había empezado a pensar la idea de
construir la capilla. Así transformó el dolor en belleza. Por ejemplo, en el
piso de la capilla, unas fichas de metal reproducen la posición de las
estrellas en la noche en que Leonor murió. Según cuenta Juan Etulain, el dato
preciso acerca de esa posición estelar se encuentra en la extraña conjunción
que existía esa noche entre Marte y Aldebarán. Esos son los únicos elementos
que brillan en la oscuridad interior de la capilla cuando la noche arriba y las
puertas están cerradas. Las estrellas iluminan la tristeza para transformarla
en afectuoso recuerdo, en memoria infinita.
Corrieron los años, reiterados actos de vandalismo asolaron la capilla.
Claudia, la hermana de Buffo, quien había ido a vivir junto a él después de la
muerte de sus dos mujeres, recuerda que una vez volvían del pueblo de hacer
unas compras y al llegar al arroyo empezaron a ver los papeles de Buffo
flotando en el agua. Guido bajó del auto. No podía creer lo que sucedía. Empezó
a levantar sus escritos, cuando vio también sus cuadros tirados, destruidos,
las pertenencias de su esposa e hija. Ante tal desgracia y con el ánimo
destrozado, fue víctima de un accidente cerebrovascular.
Pedro
Tosello cuenta que él se encontraba en Misiones en ese momento, trabajando como
médico, y recibió una carta de su madre en la cual le contaba acerca del
accidente que había sufrido Buffo. Él regresó a Córdoba y lo encontró en su
casa. Cuando llegó y lo vio, Don Guido tenía un parpado del ojo caído y se
señalaba la cabeza sin hablar, indicando que su cerebro ya no funcionaba.
Tosello tuvo que salir afuera descompuesto. La desgracia de su amigo era muy
fuerte, difícil de soportar. Buffo vivió dos años más en esas condiciones, pero
lo hizo mal porque ya no era el mismo, ya no era quien había sido, apenas si
podía decir algunas palabras. Finalmente murió el 13 de diciembre 1960 en la
casa de la familia Tosello. Fue sepultado por sus amigos en la cripta familiar,
junto con las mujeres que tanto había amado en vida.
La
Capilla es, entonces, un verdadero monumento al amor que no sólo sintetiza la
memoria de su esposa y de su hija sino que también es una muestra de la
multifacética personalidad de este humanista que hoy descansa en el mismo lugar
que construyó para sus mujeres, junto a ellas, como siempre quiso estar. Así,
de esta manera, la tristeza que vivió Buffo después de la desaparición de sus
dos seres más amados fue una tristeza dulcísima. Casi dos décadas de ausencia y
soledad tuvo que soportar el hombre en su alma, pero eran ausencias que se
hacían presentes en cada detalle de su vida, ausencias que lo acompañaban a
todos lados y le servían como fuente de inspiración.
Así es
como, un año después de la muerte de Leonor, en un escrito titulado “Factores
de excelencia en el arte”, señalaba que la inspiración era la influencia de una
fuerza sobrenatural que solía embargar al alma del artista cuando en su
entusiasmo creador vislumbraba y concebía como en una visión de ensueño la obra
que, obedeciendo a una necesidad íntima, se proponía traducir a la realidad.
Sin embargo, la inspiración por sí sola no era el origen de una obra de arte,
pues ella necesitaba también del libre albedrío del artista, es decir, de su
facultad de obrar a través de la reflexión, de la capacidad de ejercer una acto
de voluntad que le permitiera traducir todo ese caos que bullía dentro de sí en
un orden que representara el cosmos de su ser.
Por
otra parte, la estética de Buffo respondía a una concepción naturalista del
arte. Para el humanista italiano, este último buscaba reproducir e interpretar
la belleza subyacente de la naturaleza. En su Ensayo sobre la arqueología americana comienza señalando, por
ejemplo, que la naturaleza es la fuente en la que se han inspirado los
artífices de todas las épocas y civilizaciones, “el hombre no ha podido nunca
substraerse al atractivo de las cosas en medio de las cuales ha vivido”. Buffo
era, sin duda, un gran amante de la naturaleza, un gran observador de sus
bellezas. Con respecto a su vida en Los Quebrachitos, Buffo expresaba en su
diario personal que allí podía encontrar la paz, en esa quietud y serenidad
realizaba sus pinturas, soltando la imaginación, renaciendo, recreando,
resignificando la naturaleza que lo rodeaba.
Pues
bien, la primera noticia que tuve con respecto a la existencia de este lugar
provino de una anécdota que me contó mi novia. Según ella, como tantas otras
veces, en su niñez, su abuelo, Don Félix Gottardi le había contado la triste
historia de Guido Buffo y la construcción de la Capilla de Villa Leonor.
Siempre había estado interesada en visitar el lugar, pero en aquella época el
abuelo Félix, a causa de su enfermedad y de la edad, ya se encontraba
ciertamente imposibilitado de moverse demasiado. Por lo tanto, no había podido
llevarla a conocer la Capilla Buffo como si la había llevado a conocer, por
ejemplo, el monumento a Myriam Stefford, otra de las construcciones que se
levantaron en nuestro territorio por obra y gracia del amor. Así fue como el
interés por conocer ese lugar recién pudo concretarse este año.
La
primera vez que viajamos hacia allá fue durante el invierno. En esta estación
del año, los paisajes serranos me provocan cierta desazón. El cielo suele estar
gris, cubierto por nubes. Las horas luminosas son más escasas, la noche se
avecina pronto. Los árboles carecen de hojas, sus ramas desnudas se elevan
tétricas y quebradizas hacia el cielo clamando por un poco de agua, por un poco
de calor y luz solar. La vegetación es escasa y de color amarillo o marrón. El
viento levanta la tierra no asentada por las lluvias. No, el invierno no es una
estación del año que me guste demasiado.
De
todos modos, decidimos viajar durante esta época con el fin de conocer tan ansiado
lugar. Para llegar allí hay que recorrer durante algunos kilómetros un sinuoso
camino de tierra. Cuando se llega al final de su recorrido, allí se encuentra
la Casa-Museo de Guido Buffo junto con la capilla que construyó en homenaje a
sus mujeres queridas. En aquella ocasión, dejamos el auto estacionado a la
entrada del predio y proseguimos el camino a pie. Atravesamos un puente que nos
permitió cruzar el arroyo Cabana y seguimos por un ancho sendero hasta llegar a
unas escaleras empinadas. Las ascendimos. Finalmente llegamos a la casa de Don
Guido.
Bastante gente se encontraba caminando en el predio. Estábamos en el
período vacacional del invierno. Sin duda, el lugar es un interesante atractivo
turístico para esta época del año. Tanto la casa como la capilla aún estaban
cerradas, pero, según lo que decía un cartel en la puerta de la primera, la
última visita guiada del día se iniciaría en media hora. Eran las tres y media
de la tarde. Para hacer tiempo en espera del comienzo del recorrido, con mi
novia, caminamos libremente por el lugar.
Los
árboles que ascendían hacia la sierra estaban pelados, sin hojas, con las ramas
desnudas y frágiles. Causaba cierta desolación verlos en ese estado. Esos eran
los árboles que habían sembrado Buffo y su hija luego de la muerte de Leonor.
Habían levantado un bosque artísticamente diseñado detrás de la casa en la que
habían decidido habitar definitivamente luego del deceso de la mujer.
Recorrimos el sendero poético en el cual se encontraban inscriptas en placas de
laja los versos que Eleonora había escrito en su libro Como la flor del aire. Algunas placas habían sido robadas, otras se
encontraban quebradas. Las que aún podían ser leídas dejaban translucir un
profundo sentimiento de nostalgia ante la ausencia de su madre.
Finalmente, llegó el momento en el que el guía anunció el comienzo del
recorrido. Primero ingresamos a la casa. Allí nos mostró un álbum de fotos que
retrataba la vida de la familia durante sus años en Los Quebrachitos y nos
contó brevemente el transcurrir de sus vidas. Luego nos invitó a recorrer la
residencia. Esta había sido construida como las iglesias coptas de antaño.
Sobre el ala izquierda se encontraba la que había sido la habitación del
matrimonio que ahora era el espacio administrativo del museo. Hacia la derecha
estaba la que había sido la habitación de la hija. Ésta aún se conservaba tal
cual como había sido durante la vida de la muchacha, con sus muebles y sus
libros en sus respectivos lugares. Su vida se podía percibir en el lugar como
si su espíritu todavía habitara allí. Era una presencia benéfica que causaba
una profunda sensación de bienestar, de paz, de tranquilidad. Daban ganas de
quedarse un momento, respirando, mirando, dialogando calladamente con esa
presencia invisible. Pero el recorrido debía seguir.
Luego de
recorrer la casa, nos dirigimos hacia la capilla. Tuvimos que ascender los
treinta y cinco escalones de piedra que nos conducían hasta ella. Según nos
contaba el guía, su forma exterior es la de un cardo santo cuando aún está es
su capullo. Ésta es una de las flores características de la serranía cordobesa.
Sin embargo, en su interior, la acústica reproduce más bien el sonido que se
siente al apoyar el oído en la concha vacía de un caracol marino. Allí las
voces se oyen de otra manera. Los sonidos de afuera ingresan por la puerta, que
copia la forma exterior de la capilla, y se hacen presentes en el adentro.
Desde allí se pueden oír los sonidos del arroyo, del viento, de los pájaros que
cantan entre los árboles y de la gente que llega al lugar. Existe un eje
invisible entre el mundo de adentro y el de afuera que comunica ambos espacios
como si fueran uno solo, un eje que también debe existir entre el adentro y el
afuera de cualquier hombre o mujer que viva sobre este mundo. El afuera es el
adentro, el adentro es el afuera, los dos son un mismo espacio.
Dentro
del recinto, se pueden contemplar las diversas maravillas con las que Buffo
decidió homenajear a sus mujeres. Principalmente los cuatro frescos que pintó
en sus muros. Sin embargo, a causa de la época del año y la hora del día no se
podían apreciar en toda su plenitud. El sol alejado y la luz menguante del día
oscurecían el ambiente. El guía nos señaló que en otras condiciones lumínicas
la obra del artista adquiría un mayor esplendor. Quizás por eso en esta visita,
a pesar de la particular energía que emanaba en el ambiente, me quedé con la
sensación de que la experiencia podría haber sido más intensa, más completa.
Tal vez por eso no me sentí completamente satisfecho con la visita, tal vez por
eso decidí volver en otra oportunidad, cuando las condiciones fueran más
agradables.
Esta
segunda oportunidad se presentó al final de la primavera, casi en el verano.
Fuimos aproximadamente a la misma hora en la que habíamos ido en la ocasión
anterior. Ahora las condiciones eran distintas. Un cielo celeste brillaba
incandescentemente. El agua del arroyo corría fresca y cristalina. El verde
poblaba los árboles y las riberas del camino. Las flores habían renacido en una
explosión de belleza y vitalidad. Los pájaros cantaban alegremente. Sin
embargo, en el predio de Villa Leonor no había tanta gente como la vez
anterior. Estuvimos dando vueltas durante un rato. Tomamos unos mates al
costado del arroyo hasta que encontramos al guía de turno y le preguntamos si
se iba a poder ingresar a la capilla. Sólo éramos nosotros dos. Pablo, el nuevo
guía, nos respondió afirmativamente. Buscó las llaves y nos acompañó al lugar.
Ingresamos por segunda vez a contemplar las maravillas de la Capilla Buffo.
Ahora podríamos apreciarlas con un mayor esplendor.
En su
libro Guido Buffo y el templo de la
transformación, Gustavo Díaz y Karina Rodríguez señalan que “recorrer los
frescos murales con la vista es como entrar en contacto con el universo mismo,
entregarse al infinito y ser parte de él”. Creo no mentir si digo que mis
sensaciones fueron similares a las de ellos. En estos frescos, Buffo intentó
representar cada una de las potencialidades del ser humano. En ellos, el
artista trató de ofrecer una visión conjunta acerca de la fe, el sentimiento,
la imaginación y la inteligencia.
El
primer fresco que se ve de frente, detrás del altar, al ingresar a la capilla
es el Elogio a Dios. Aquí Buffo
representa su mirada sobre la creación. Es una mirada bastante particular basada
en el cristianismo y en la espiritualidad pero con una perspectiva integradora
y amplia. En el fresco, las manos de Dios sostienen el origen de la vida y de
allí se desprenden las burbujas que van a dar forma al reino mineral, al
vegetal y al animal. Desde el costado inferior derecho, la esposa y la hija del
artista observan asombradas el prodigio de la Creación. Ésta es la ideación
poética del momento preciso en el que Dios creó todo lo que existe en el
universo gracias a un sentimiento de amor inconmensurable.
A la
derecha, mirando de frente, se encuentra el segundo fresco, el Elogio al sentimiento. Aquí se
representa al amor. En ese sentido, la maternidad es la forma más pura del amor
humano. En principio, Buffo comienza pintado a Leonor con su pequeña hija en el
regazo, pero luego continúa con una visión más universal, pues un conjunto de
ángeles con apariencia femenina acompañan y protegen tanto a la mujer como al
bebé. En la parte inferior, unos lirios blancos entre nubes vaporosas sirven de
asentamiento a la esposa con su hija. Según dicen, estas flores representan la
perfección, la luz, la resurrección y la gracia divina.
El
tercer fresco, ubicado a la izquierda, es el Elogio a la imaginación. En esta obra, el tema referido es el arte.
Aquí se puede ver en el centro a Eleonora. A la izquierda, se encuentran las
musas inspiradoras como un homenaje a la cultura griega y a la derecha,
contemplando a su hija, está Leonor junto con Palas Atenea, la diosa de la
sabiduría. Se dice que cada 6 de septiembre, la fecha en que falleció la
muchacha, una de las luceras ubicadas en el techo de la capilla conduce la luz
del sol hasta su figura, la alumbra y la resucita. Cada 6 de septiembre, una
lágrima de luz ilumina la cara de la muchacha muerta prematuramente.
El
último fresco, que quedó inconcluso, se ubica sobre la puerta de ingreso a la
capilla. Es el Elogio al intelecto.
No se sabe bien como hubiera sido porque los únicos trazos que se pueden ver son
las líneas con carbón que el artista dibujo antes de su muerte. Es el único
indicio de lo que Buffo hubiera querido pintar allí. Sin embargo, Pablo, el
guía, nos contaba que quizás hubiera querido pintar la ciudad de Córdoba vista
tal como se veía desde Los Quebrachitos. En esta obra, según las palabras que
se encuentran escritas en la pared, Buffo tal vez hubiera representado su
particular visión acerca de la articulación entre el macrocosmos y el
microcosmos. Es una metáfora interesante el hecho de que el conocimiento se
encuentre en la puerta de entrada y que además haya quedado inconcluso. El
hombre nunca termina de conocer el universo que habita.
Uno
tiene la extraña sensación de que la capilla que Guido Buffo levantó en memoria
de su mujer y de su hija es uno de los lugares santos de la tierra, un espacio
de peregrinación. Una vez que uno la ha visitado no vuelve a ser el mismo, algo
en su alma ha cambiado, algo en su ser se ha transformado. Uno no puede dejar
de pensar que el hombre que la construyó es el último representante de una saga
de hombres que iluminaron al mundo con sus conocimientos y saberes luego de la
oscuridad de la Edad Media, el último de una tradición que incluyó en su nómina
a sabios tales como Leonardo da Vinci, Montaigne o Goethe. Uno no puede dejar
de pensar que Guido Buffo fue el último humanista, un hombre que, con sus más
genuinas esperanzas, vivió una historia de amor sin espacio ni tiempo, infinita
y eterna, donde todo fin es un principio por nacer.