sábado, 19 de septiembre de 2015

NIÑOS PEQUEÑOS

Un día cualquiera, la agilidad del cuerpo
comienza a decrecer, a degradarse.
El peso aumenta, las articulaciones
se endurecen, los dolores se hacen
más frecuentes, más constantes.
Sin que uno se dé cuenta, el tiempo pasa.
Un día cualquiera, el cabello se llena
de nieve, los surcos atraviesan el rostro.
Uno escucha el usted en vez del vos,
el señor en vez del muchacho.
¡Cuidado con el señor!
Sin que uno se dé cuenta, el tiempo pasa.
Y de pronto, uno es viejo, demasiado viejo.
Se sienta en una silla a recordar el pasado,
su tiempo es otro, su mundo ha cambiado.
Está quieto, inmóvil, alejado de todo.
¿Por qué a los niños pequeños nos pasan estas cosas?

domingo, 6 de septiembre de 2015

Lo inolvidable inmemorial en dos novelas latinoamericanas

Hacia el final de la novela La casa y el viento de Héctor Tizón, el narrador reconoce que “la historia de un hombre es un largo rodeo alrededor de su casa” (Tizón, 145). En ese sentido, el hombre es un viajero, pero siempre es un viajero que está rondando su propia casa o que la lleva a cuestas. En el caso de esta novela, el viaje del narrador protagonista es un viaje de ida, se va de su casa, huye de ella, porque según él se niega a dormir entre violentos y asesinos. Y así inicia su viaje. Pero antes de huir quiere ver lo que deja tras de sí, quiere cargar su corazón con imágenes no para contar su vida en años sino en montañas, en gestos, en infinitos rostros; no en cifras sino en ternuras, en furores, en penas y alegrías. Quiere llevarse consigo la áspera historia de su pueblo (Tizón, 13). Por lo tanto, la novela de Tizón narra la historia de una huida, pero también narra la de un deseo, el deseo de conservar en cierta manera lo que se pierde. ¿Y cómo se conserva lo que se pierde? Sólo a través de la memoria. En ese sentido, la memoria supone la conservación de la identidad.

          En contrapartida, el viaje que realiza el narrador en la novela Los pasos perdidos de Alejo Carpentier parece ser en principio un viaje de regreso hacia su propio origen. Pero no es sólo eso sino que asimismo es antes un viaje de ida hacia el lugar de procedencia de su padre, hacia el viejo continente, hacia el mundo de la civilización. Para el padre del narrador, que por circunstancias azarosas se había visto obligado a viajar hacia otro territorio, eso que llamaban Nuevo Mundo era un hemisferio sin historia, una “tierra de indios y de negros, poblado por los desechos de las grandes naciones europeas” (Carpentier, 115-116), es decir, una tierra de bárbaros y de salvajes. Para él, “la afirmación de ciertos principios constituía al haber supremo de la civilización” y “hacía hincapié, sobre todo, en el respeto que allá (en el viejo continente) se tenía por la sagrada vida del hombre” (Carpentier, 116). Sin embargo, cuando su hijo viaja hacia ese lugar, no encuentra las raíces que buscaba, sino que por el contrario, siente que ese no es el lugar del cual le hablaba su padre, siente que allí no puede encontrar su verdadera identidad. Allí pues, el narrador se encuentra con realidades que contrarían singularmente las enseñanzas de su padre (Carpentier, 117), se asombra por la diferencia que existe entre el mundo añorado por su progenitor y el que le toca conocer (Carpentier, 119). Es por eso que, para recuperar dicha identidad, debe realizar un viaje de regreso a través de sus “pasos perdidos”. Regresar a través de los pasos perdidos es recuperar la memoria del sí mismo, es en cierto modo volver a ser quien se era o se debió haber sido.

          Por lo tanto, se puede decir que, mientras que en la novela de Tizón se narra la historia de alguien que intenta conservar la memoria, en la de Carpentier se narra la de alguien que casi de manera fortuita la recupera. De esta manera, en ambas novelas se produce una dialéctica entre la memoria y el olvido que estructura los ejes de las narraciones. Con respecto a esta dialéctica, en La lectura del tiempo pasado: memoria y olvido, Paul Ricoeur manifiesta que la memoria es un “ente del tiempo”, en tanto que el olvido es “obra del tiempo destructor” (1999a: 13). En consecuencia, puede decirse que ambos procesos, tanto el de la construcción de la memoria como el de la destrucción del olvido, se desarrollan a través de una dimensión temporal. Por otra parte, en Las formas del olvido, Marc Augé postula que “lo que queda (en la memoria) es el producto de una erosión provocada por el olvido” (1998: 27). Desde ese punto de vista, reconoce que “el olvido, en suma, es la fuerza viva de la memoria” (1998: 28). Es por eso, entonces, que puede decirse que mientras el narrador protagonista de La casa y el viento intenta conservar la memoria para no olvidar su identidad, el de Los pasos perdidos la recupera porque ha olvidado su origen.
          Desde este punto de vista, es válido analizar que sentido pueden tener los componentes del titulo de la novela de Tizón. Y así, “la casa”, que no es únicamente la vivienda en donde habita el narrador sino que también es su tierra, podría ser definida como el espacio del refugio; es decir, el lugar en el cual se encuentra el amparo, el lugar en el cual uno es o debiera ser tal como es, el lugar en donde uno construye su identidad. Es por eso que, antes de abandonarla, el narrador se ve obligado a reconstruirla a partir de la memoria, se ve obligado a no olvidarla. Por lo tanto, “la casa” puede ser definida también como el espacio de la memoria. De esta manera, en tanto “la casa” es el espacio del refugio y de la memoria, “el viento” es el de la intemperie, pues es el lugar en el cual uno está fuera de la casa, el lugar en donde uno está abandonado a sí mismo, pues la intemperie no es ni más ni menos que la permanencia a cielo descubierto, sin techo, la vida sin refugio, la vida en el peligro de la muerte. Y así lo sugiere el narrador cuando dice que
el aire acumulado en el desfiladero que habíamos dejado atrás acababa de nacer y, convertido en viento, iba a asolar el páramo […] Era el atardecer, pronto sería la noche, y tal vez el viento, la nieve, la muerte comprobé en ese momento también que en este mundo, elegido como un tránsito, tampoco tenía cabida (Tizón: 120-121)

          Es por eso, entonces, que el protagonista se ve obligado a buscar refugio en “otras casas” y conoce otras memorias. Los asesinos y los violentos, como se decía anteriormente, lo obligan a abandonar “su casa” y lo llevan a vivir a merced del viento. Pero es en el viento en donde paradójicamente puede conocer las otras voces, las otras memorias, la voz y la memoria del pueblo. De este modo, mientras que por un lado el viento supone la vida en el exilio, por el otro también se manifiesta como la posibilidad de conocer las distintas voces de la memoria que le permiten llevar su casa (su tierra) a cuestas; es decir, le posibilitan, en cierta manera, conservar su propio ser, su identidad. Sin embargo, cuando uno se va, tal como lo mencionaba Augé, el olvido erosiona las aristas de la memoria, la casa deja de ser la que era. Y cuando uno al fin puede regresar a ella se encuentra con que ya no es la misma, con que ya es otra. Así es como cuando el narrador retorne a su casa, ésta será la que era pero ya no lo será. En ese sentido, tal como lo postula Ricoeur en Historia y narratividad, la casa será una concordancia discordante. No obstante, la casa siempre será el refugio al cual uno desea regresar, siempre será el lugar en donde uno construye su identidad.
          De la misma manera, la casa es mencionada en distintas ocasiones en la novela de Carpentier. Tal vez la más notoria e importante sea aquella en la cual el narrador cuenta uno de sus disgustos con su amante Mouche y Rosario inteviene. Allí, hablando de Mouche, el narrador dice
La miré de modo tan ambiguo que Rosario, creyendo tal vez que iba a pelear de nuevo, por celos, me salió al paso en maniobra de aplacamiento con una frase oscura que tenía de proverbio y de sentencia: “Cuando el hombre pelea, que sea por defender su casa”. No sé que entendía Rosario por “mi casa”; pero tenía razón si pretendía decir lo que quise comprender: Mouche no era “mi casa”. (Carpentier: 138-139)
Así, se establece una suerte de relación de oposición entre ambas mujeres en donde una de ellas, Mouche, representa el mundo de más allá del cual regresa el narrador, es decir, el mundo superficial y de apariencias en donde él se sentía vacío de toda identidad posible. En tanto que la otra, Rosario, realmente sería la casa en la cual se puede encontrar un verdadero refugio, una verdadera identidad. Sólo al regresar a su casa, el narrador puede recuperar su memoria y su identidad.
          Sin embargo, tanto la memoria que intenta conservar el narrador de La casa y el viento como la que recupera el de Los pasos perdidos no es solamente una memoria individual sino que es más bien una memoria colectiva. En La lectura del tiempo pasado, Ricoeur establece claramente las diferencias y las relaciones entre ambos tipos de memoria. Con respecto a la memoria individual, menciona tres características. En primer lugar, manifiesta que “la memoria constituye por sí sola un criterio de identidad personal”. En segundo lugar, postula que “el vínculo original de la conciencia con el pasado reside en la memoria”. Y por último, dice que “se encuentra vinculada a la memoria la sensación de orientarse a lo largo del tiempo, del pasado al futuro” (1999a: 15-17). Pero al concepto de la memoria individual, Ricoeur le agrega la idea de una memoria colectiva y reconoce que
uno no recuerda solo, sino con ayuda de los recuerdos de otro […] nuestros presuntos recuerdos muy a menudo se han tomado prestados de los relatos contados por otro […] nuestros recuerdos se encuentran inscritos en relatos colectivos que, a su vez, son reforzados mediante conmemoraciones y celebraciones públicas de los acontecimientos destacados (1999a: 17)
Así es como en ambas novelas, los narradores protagonistas no construyen su memoria solamente a partir de sus recuerdos personales sino también a través de los relatos que oyen de otras personas. De este modo, no sólo pretenden conservar y recuperar una memoria histórica personal sino que más bien intentan conservar y recuperar la memoria colectiva, es decir, la memoria primigenia y mítica de los habitantes de la tierra. En cierta manera, puede decirse que ambos narradores pretenden conservar y recuperar lo que ha sido olvidado.

          Desde este punto de vista, es válido recurrir al concepto de lo inolvidable inmemorial que, en El filo fotográfico de la historia, Elizabeth Collingwood-Selby opone al de lo memorable. Según ella, “los mecanismos de configuración de la memoria (histórica) nacional serán también, inevitablemente, por tanto, mecanismos de institución del olvido” (2009: 19). En consecuencia, con respecto a lo memorable, lo define como “aquello que efectiva y conscientemente puede ser o ha sido recordado por los hombres”. En tanto que lo inolvidable inmemorial es “lo inolvidable que exigiendo ser recordado sin embargo, ha sido, es y habrá de ser irremediablemente olvidado por todos los hombres” (2009: 39). Así es entonces como la historia colectiva nacional se construye a partir del recuerdo de lo memorable y del olvido de lo inolvidable inmemorial.
          En relación con estas ideas, el narrador de La casa y el viento reconoce que
No, no era quizá la vida lo que estaba hoy en las calles, sino sólo la historia. […] Las calles, las ciudades, los recintos planificados por la estética, la asepsia, la política. También por las ideas, la represión, la policía, la competición y la muerte; la seguridad por el orden, que sólo nos conduce a la locura o a la estupidez. Mi pasado está allí, en algún lugar, pero aún apresado en él ya no le temo. Siento que la vida es como un relámpago, una suma de relámpagos aislados, irregulares e intensos. Y el recuerdo no es más que la busca de esos instantes perdidos. (Tizón: 121)
En este contexto, la historia estaría relacionada con lo memorable mientras que la vida lo estaría con lo inolvidable inmemorial, con la “suma de relámpagos aislados”, con “esos instantes perdidos” que son buscados por el narrador. La historia memorable supone el olvido de la vida en las calles, es la muerte de lo que debiendo ser recordado es olvidado. Marc Augé, en cierta manera, coincide con esta idea cuando manifiesta que “la memoria y el olvido guardan en cierto modo la misma relación que la vida y la muerte” (1998: 19). Es por ello que, no sólo el narrador de la novela de Tizón sino también el de Los pasos perdidos, intentan conservar y recuperar lo inolvidable inmemorial.
          Ahora bien, ¿cómo hacen estos narradores para conservar y recuperar lo que debiendo ser recordado ha sido olvidado? En el caso de la novela de Tizón, el intento de conservar lo inolvidable inmemorial estaría representado por la búsqueda del verso perdido que realiza Belindo de Casira. Este último sólo logra conocer este verso en el instante final de su muerte luego de haberse enfrentado en un duelo con un desconocido en un almacen de Sococha (Tizón: 75-77). Y es precisamente el hombre que lo ultima quien le da a conocer de manera secreta las palabras del verso perdido, es él quien le permite acceder a lo inolvidable inmemorial. Pero lo inolvidable inmemorial no es únicamente el verso perdido que Belindo conoce en el momento de su muerte sino que también lo son los relatos que los habitantes de la tierra le cuentan al narrador en la reconstrucción de la historia del famoso coplero. Esta última es una historia mítica que no es recordada ni fijada desde la historia oficial sino que es reproducida en múltiples versiones a partir de lo que cuentan los lugareños.
          En el caso de Los pasos perdidos, la recuperación de lo inolvidable inmemorial se da cuando el narrador presencia el momento mítico del nacimiento de la música en el treno que el hechicero de una tribu primitiva esboza ante la muerte de un hombre. Cuando presencia esta escena, el narrador percibe que esa manifestación “es algo situado mucho más allá del lenguaje, y que, sin embargo está muy lejos aún del canto” (Carpentier: 239). Pero es sólo en este instante cuando comprende que todas sus teorías (y las de sus colegas) con respecto al nacimiento de la música estaban equivocadas. Es éste el instante mágico en el cual el narrador puede recuperar lo inolvidable inmemorial, lo que debiendo ser recordado ha sido olvidado, a través de la expresión y el gesto animista de un hombre primitivo.
          En conclusión, puede decirse que tanto en La casa y el viento como en la novela de Carpentier se narran historias de hombres que emprenden un viaje en el cual se pretende conservar y recuperar a través de la memoria aquello que no tendría que haber sido olvidado por los hombres, pues sólo a partir del recuerdo de los acontecimientos míticos de un pueblo es posible no sólo conservar la identidad personal de un individuo sino más bien la identidad cultural y colectiva de un pueblo.

Bibliografía
AUGÉ, Marc (1998). Las formas del olvido. Gedisa, Barcelona.
CARPENTIER, Alejo (2010). Los pasos perdidos. Losada. Buenos Aires.
COLLINGWOOD-SELBY, Elizabeth (2009). El filo fotográfico de la historia. Walter Benjamin y el olvido de lo inolvidable. Metales Pesados, Santiago de Chile.
RICOUER, Paul (1999a). La lectura del tiempo pasado: memoria y olvido. Arrecife, Madrid.
RICOEUR, Paul (1999b). Historia y narratividad. Paidós, Barcelona.
TIZÓN, Héctor (2013). La casa y el viento. Alfaguara, Buenos Aires.