Hacia
el final de la novela La casa y el viento
de Héctor Tizón, el narrador reconoce que “la historia de un hombre es un largo
rodeo alrededor de su casa” (Tizón, 145). En ese sentido, el hombre es un
viajero, pero siempre es un viajero que está rondando su propia casa o que la
lleva a cuestas. En el caso de esta novela, el viaje del narrador protagonista
es un viaje de ida, se va de su casa, huye de ella, porque según él se niega a
dormir entre violentos y asesinos. Y así inicia su viaje. Pero antes de huir
quiere ver lo que deja tras de sí, quiere cargar su corazón con imágenes no
para contar su vida en años sino en montañas, en gestos, en infinitos rostros;
no en cifras sino en ternuras, en furores, en penas y alegrías. Quiere llevarse
consigo la áspera historia de su pueblo (Tizón, 13). Por lo tanto, la novela de
Tizón narra la historia de una huida, pero también narra la de un deseo, el
deseo de conservar en cierta manera lo que se pierde. ¿Y cómo se conserva lo
que se pierde? Sólo a través de la memoria. En ese sentido, la memoria supone
la conservación de la identidad.
En contrapartida, el viaje que
realiza el narrador en la novela Los
pasos perdidos de Alejo Carpentier parece ser en principio un viaje de
regreso hacia su propio origen. Pero no es sólo eso sino que asimismo es antes
un viaje de ida hacia el lugar de procedencia de su padre, hacia el viejo
continente, hacia el mundo de la civilización. Para el padre del narrador, que
por circunstancias azarosas se había visto obligado a viajar hacia otro
territorio, eso que llamaban Nuevo Mundo era un hemisferio sin historia, una
“tierra de indios y de negros, poblado por los desechos de las grandes naciones
europeas” (Carpentier, 115-116), es decir, una tierra de bárbaros y de salvajes.
Para él, “la afirmación de ciertos principios constituía al haber supremo de la
civilización” y “hacía hincapié, sobre todo, en el respeto que allá (en el
viejo continente) se tenía por la sagrada vida del hombre” (Carpentier, 116).
Sin embargo, cuando su hijo viaja hacia ese lugar, no encuentra las raíces que
buscaba, sino que por el contrario, siente que ese no es el lugar del cual le
hablaba su padre, siente que allí no puede encontrar su verdadera identidad.
Allí pues, el narrador se encuentra con realidades que contrarían singularmente
las enseñanzas de su padre (Carpentier, 117), se asombra por la diferencia que
existe entre el mundo añorado por su progenitor y el que le toca conocer
(Carpentier, 119). Es por eso que, para recuperar dicha identidad, debe
realizar un viaje de regreso a través de sus “pasos perdidos”. Regresar a
través de los pasos perdidos es recuperar la memoria del sí mismo, es en cierto
modo volver a ser quien se era o se debió haber sido.
Por lo tanto, se puede decir que,
mientras que en la novela de Tizón se narra la historia de alguien que intenta
conservar la memoria, en la de Carpentier se narra la de alguien que casi de
manera fortuita la recupera. De esta manera, en ambas novelas se produce una
dialéctica entre la memoria y el olvido que estructura los ejes de las
narraciones. Con respecto a esta dialéctica, en La lectura del tiempo pasado: memoria y olvido, Paul Ricoeur
manifiesta que la memoria es un “ente del tiempo”, en tanto que el olvido es
“obra del tiempo destructor” (1999a: 13). En consecuencia, puede decirse que
ambos procesos, tanto el de la construcción de la memoria como el de la
destrucción del olvido, se desarrollan a través de una dimensión temporal. Por
otra parte, en Las formas del olvido,
Marc Augé postula que “lo que queda (en la memoria) es el producto de una
erosión provocada por el olvido” (1998: 27). Desde ese punto de vista, reconoce
que “el olvido, en suma, es la fuerza viva de la memoria” (1998: 28). Es por
eso, entonces, que puede decirse que mientras el narrador protagonista de La casa y el viento intenta conservar la
memoria para no olvidar su identidad, el de Los
pasos perdidos la recupera porque ha olvidado su origen.
Desde este punto de vista, es válido
analizar que sentido pueden tener los componentes del titulo de la novela de
Tizón. Y así, “la casa”, que no es únicamente la vivienda en donde habita el
narrador sino que también es su tierra, podría ser definida como el espacio del
refugio; es decir, el lugar en el cual se encuentra el amparo, el lugar en el
cual uno es o debiera ser tal como es, el lugar en donde uno construye su
identidad. Es por eso que, antes de abandonarla, el narrador se ve obligado a
reconstruirla a partir de la memoria, se ve obligado a no olvidarla. Por lo
tanto, “la casa” puede ser definida también como el espacio de la memoria. De
esta manera, en tanto “la casa” es el espacio del refugio y de la memoria, “el
viento” es el de la intemperie, pues es el lugar en el cual uno está fuera de
la casa, el lugar en donde uno está abandonado a sí mismo, pues la intemperie
no es ni más ni menos que la permanencia a cielo descubierto, sin techo, la
vida sin refugio, la vida en el peligro de la muerte. Y así lo sugiere el
narrador cuando dice que
el aire acumulado en el
desfiladero que habíamos dejado atrás acababa de nacer y, convertido en viento,
iba a asolar el páramo […] Era el atardecer, pronto sería la noche, y tal vez
el viento, la nieve, la muerte comprobé en ese momento también que en este
mundo, elegido como un tránsito, tampoco tenía cabida (Tizón: 120-121)
Es por eso, entonces, que el
protagonista se ve obligado a buscar refugio en “otras casas” y conoce otras
memorias. Los asesinos y los violentos, como se decía anteriormente, lo obligan
a abandonar “su casa” y lo llevan a vivir a merced del viento. Pero es en el
viento en donde paradójicamente puede conocer las otras voces, las otras
memorias, la voz y la memoria del pueblo. De este modo, mientras que por un
lado el viento supone la vida en el exilio, por el otro también se manifiesta
como la posibilidad de conocer las distintas voces de la memoria que le
permiten llevar su casa (su tierra) a cuestas; es decir, le posibilitan, en
cierta manera, conservar su propio ser, su identidad. Sin embargo, cuando uno
se va, tal como lo mencionaba Augé, el olvido erosiona las aristas de la
memoria, la casa deja de ser la que era. Y cuando uno al fin puede regresar a
ella se encuentra con que ya no es la misma, con que ya es otra. Así es como
cuando el narrador retorne a su casa, ésta será la que era pero ya no lo será.
En ese sentido, tal como lo postula Ricoeur en Historia y narratividad, la casa será una concordancia discordante.
No obstante, la casa siempre será el refugio al cual uno desea regresar, siempre
será el lugar en donde uno construye su identidad.
De la misma manera, la casa es mencionada en
distintas ocasiones en la novela de Carpentier. Tal vez la más notoria e
importante sea aquella en la cual el narrador cuenta uno de sus disgustos con
su amante Mouche y Rosario inteviene. Allí, hablando de Mouche, el narrador
dice
La miré de modo tan ambiguo que
Rosario, creyendo tal vez que iba a pelear de nuevo, por celos, me salió al
paso en maniobra de aplacamiento con una frase oscura que tenía de proverbio y
de sentencia: “Cuando el hombre pelea, que sea por defender su casa”. No sé que
entendía Rosario por “mi casa”; pero tenía razón si pretendía decir lo que
quise comprender: Mouche no era “mi casa”. (Carpentier: 138-139)
Así,
se establece una suerte de relación de oposición entre ambas mujeres en donde
una de ellas, Mouche, representa el mundo de más allá del cual regresa el narrador, es decir, el mundo superficial y
de apariencias en donde él se sentía vacío de toda identidad posible. En tanto
que la otra, Rosario, realmente sería la casa en la cual se puede encontrar un
verdadero refugio, una verdadera identidad. Sólo al regresar a su casa, el
narrador puede recuperar su memoria y su identidad.
Sin embargo, tanto la memoria que intenta
conservar el narrador de La casa y el
viento como la que recupera el de Los
pasos perdidos no es solamente una memoria individual sino que es más bien
una memoria colectiva. En La lectura del
tiempo pasado, Ricoeur establece claramente las diferencias y las
relaciones entre ambos tipos de memoria. Con respecto a la memoria individual,
menciona tres características. En primer lugar, manifiesta que “la memoria
constituye por sí sola un criterio de identidad personal”. En segundo lugar, postula
que “el vínculo original de la conciencia con el pasado reside en la memoria”.
Y por último, dice que “se encuentra vinculada a la memoria la sensación de
orientarse a lo largo del tiempo, del pasado al futuro” (1999a: 15-17). Pero al
concepto de la memoria individual, Ricoeur le agrega la idea de una memoria
colectiva y reconoce que
uno no recuerda solo, sino con
ayuda de los recuerdos de otro […] nuestros presuntos recuerdos muy a menudo se
han tomado prestados de los relatos contados por otro […] nuestros recuerdos se
encuentran inscritos en relatos colectivos que, a su vez, son reforzados
mediante conmemoraciones y celebraciones públicas de los acontecimientos
destacados (1999a: 17)
Así
es como en ambas novelas, los narradores protagonistas no construyen su memoria
solamente a partir de sus recuerdos personales sino también a través de los
relatos que oyen de otras personas. De este modo, no sólo pretenden conservar y
recuperar una memoria histórica personal sino que más bien intentan conservar y
recuperar la memoria colectiva, es decir, la memoria primigenia y mítica de los
habitantes de la tierra. En cierta manera, puede decirse que ambos narradores
pretenden conservar y recuperar lo que ha sido olvidado.
Desde este punto de vista, es válido
recurrir al concepto de lo inolvidable inmemorial que, en El filo fotográfico de la historia, Elizabeth Collingwood-Selby
opone al de lo memorable. Según ella, “los mecanismos de configuración de la
memoria (histórica) nacional serán también, inevitablemente, por tanto,
mecanismos de institución del olvido” (2009: 19). En consecuencia, con respecto
a lo memorable, lo define como “aquello que efectiva y conscientemente puede
ser o ha sido recordado por los hombres”. En tanto que lo inolvidable
inmemorial es “lo inolvidable que exigiendo ser recordado sin embargo, ha sido,
es y habrá de ser irremediablemente olvidado por todos los hombres” (2009: 39).
Así es entonces como la historia colectiva nacional se construye a partir del
recuerdo de lo memorable y del olvido de lo inolvidable inmemorial.
En relación con estas ideas, el
narrador de La casa y el viento
reconoce que
No, no era quizá la vida lo que
estaba hoy en las calles, sino sólo la historia. […] Las calles, las ciudades,
los recintos planificados por la estética, la asepsia, la política. También por
las ideas, la represión, la policía, la competición y la muerte; la seguridad
por el orden, que sólo nos conduce a la locura o a la estupidez. Mi pasado está
allí, en algún lugar, pero aún apresado en él ya no le temo. Siento que la vida
es como un relámpago, una suma de relámpagos aislados, irregulares e intensos.
Y el recuerdo no es más que la busca de esos instantes perdidos. (Tizón: 121)
En este contexto, la historia estaría
relacionada con lo memorable mientras que la vida lo estaría con lo inolvidable
inmemorial, con la “suma de relámpagos aislados”, con “esos instantes perdidos”
que son buscados por el narrador. La historia memorable supone el olvido de la
vida en las calles, es la muerte de lo que debiendo ser recordado es olvidado.
Marc Augé, en cierta manera, coincide con esta idea cuando manifiesta que “la
memoria y el olvido guardan en cierto modo la misma relación que la vida y la
muerte” (1998: 19). Es por ello que, no sólo el narrador de la novela de Tizón
sino también el de Los pasos perdidos,
intentan conservar y recuperar lo inolvidable inmemorial.
Ahora bien, ¿cómo hacen estos narradores para conservar y recuperar lo
que debiendo ser recordado ha sido olvidado? En el caso de la novela de Tizón,
el intento de conservar lo inolvidable inmemorial estaría representado por la
búsqueda del verso perdido que realiza Belindo de Casira. Este último sólo
logra conocer este verso en el instante final de su muerte luego de haberse
enfrentado en un duelo con un desconocido en un almacen de Sococha (Tizón:
75-77). Y es precisamente el hombre que lo ultima quien le da a conocer de manera
secreta las palabras del verso perdido, es él quien le permite acceder a lo
inolvidable inmemorial. Pero lo inolvidable inmemorial no es únicamente el
verso perdido que Belindo conoce en el momento de su muerte sino que también lo
son los relatos que los habitantes de la tierra le cuentan al narrador en la
reconstrucción de la historia del famoso coplero. Esta última es una historia
mítica que no es recordada ni fijada desde la historia oficial sino que es
reproducida en múltiples versiones a partir de lo que cuentan los lugareños.
En el caso de Los pasos perdidos,
la recuperación de lo inolvidable inmemorial se da cuando el narrador presencia
el momento mítico del nacimiento de la música en el treno que el hechicero de una tribu primitiva esboza ante la muerte
de un hombre. Cuando presencia esta escena, el narrador percibe que esa
manifestación “es algo situado mucho más allá del lenguaje, y que, sin embargo
está muy lejos aún del canto” (Carpentier: 239). Pero es sólo en este instante
cuando comprende que todas sus teorías (y las de sus colegas) con respecto al
nacimiento de la música estaban equivocadas. Es éste el instante mágico en el
cual el narrador puede recuperar lo inolvidable inmemorial, lo que debiendo ser
recordado ha sido olvidado, a través de la expresión y el gesto animista de un
hombre primitivo.
En conclusión, puede decirse que tanto en La casa y el viento como en la novela de Carpentier se narran
historias de hombres que emprenden un viaje en el cual se pretende conservar y
recuperar a través de la memoria aquello que no tendría que haber sido olvidado
por los hombres, pues sólo a partir del recuerdo de los acontecimientos míticos
de un pueblo es posible no sólo conservar la identidad personal de un individuo
sino más bien la identidad cultural y colectiva de un pueblo.
Bibliografía
AUGÉ, Marc (1998). Las formas del olvido. Gedisa, Barcelona.
CARPENTIER, Alejo (2010). Los pasos perdidos. Losada. Buenos
Aires.
COLLINGWOOD-SELBY,
Elizabeth (2009). El filo fotográfico de
la historia. Walter Benjamin y el olvido de lo inolvidable. Metales
Pesados, Santiago de Chile.
RICOUER,
Paul (1999a). La lectura del tiempo
pasado: memoria y olvido. Arrecife, Madrid.
RICOEUR,
Paul (1999b). Historia y narratividad.
Paidós, Barcelona.
TIZÓN,
Héctor (2013). La casa y el viento.
Alfaguara, Buenos Aires.