I
En el Paraje Los Cerrillos, al costado de
la ruta entre Córdoba y Alta Gracia, se eleva un monumento en el cual descansa
una aviadora muerta en un accidente. Es un monolito solitario, oscuro, sombrío
y majestuoso. Se encuentra totalmente abandonado. La maleza crece a su
alrededor. La buena semilla muere. La mala se expande. Una gruesa puerta de
acero negro está sellada e impide el acceso al interior de la construcción. Las
placas metálicas con diversas inscripciones que recordaban a la mujer han sido
saqueadas. Los profanadores de tumbas han dejado sus huellas. Tal vez la maldición haya caído sobre ellos. Se siente a los
insectos caminar entre la maleza. Se los siente observar a los escasos y
casuales visitantes que se atreven a acercarse al monumento abandonado. El sol
de la siesta cae impiadosamente sobre el lugar. El desierto crece. El desierto y la semilla. La
mala semilla.
La aviadora se hacía llamar Myriam
Stefford aunque su verdadero nombre era Rosa Margarita Rossi Hoffman. Había
sido una famosa actriz. Era de nacionalidad suiza e hija de padres italianos y
en 1928, durante unas vacaciones en Venecia, había conocido y se había
enamorado de un multimillonario argentino. También hay quienes dicen que no
habría sido la famosa ciudad italiana el lugar en donde se habrían conocido
sino Viena, la capital de Austria. Se
había casado con el multimillonario argentino en la Basílica de San Marcos en
1930 y había venido a vivir a nuestro país siguiendo a su gran amor. Compartía
con su marido la pasión por la aviación. Por ejemplo, en la contratapa de la
nouvelle Vuelo nocturno de Antoine de
Saint-Exúpery recientemente editada por el sello Caballo Negro, se le atribuye
la siguiente frase: “Vuelo intensamente. Todos los días. Para mí constituye una
verdadera obligación”. Así pues, Myriam Stefford murió haciendo lo que más la
apasionaba, volar. El 26 de agosto de 1931, el Chingolo II, el avión en el que
viajaba, se precipitó raudamente al suelo en la localidad sanjuanina de Marayes.
Ella había emprendido un raid de vuelo a través del cual pretendía unir catorce
capitales de provincia de nuestro país. La joven aviadora murió a la temprana
edad de 26 años y su marido decidió homenajear su memoria levantando un
portentoso mausoleo en el cual descansaran sus restos. En aquella época, hubo
quienes afirmaron que el accidente había sido planeado por el esposo. Se dice
que el siniestro fue causado por la rotura de una pieza del avión que no se
podría haber roto por casualidad. Se dice que alguien habría tenido que
intervenir para averiarla. El motivo que habría tenido el hombre para acabar
con la vida de su mujer habría sido la sospecha que tenía acerca de un romance
existente entre la aviadora y su instructor de vuelo, Ludwig Fuchs, un piloto
alemán veterano de la Primera Guerra Mundial. Se cuenta que, durante una fiesta
en el Sierras Hotel, alguien habría visto salir a la mujer de la habitación de
Fusch. El rumor habría empezado a correr. El marido habría tenido que tomar una
decisión. Sin embargo, las pericias policiales nunca pudieron comprobar la
existencia de un posible crimen.
Por otra parte, la historiadora Carina
Villafañe Batica afirma que Myriam Stefford no murió en el siniestro de Marayes
sino que ese fue un “accidente aéreo simulado”. En una investigación que
realizó con la colaboración del Suboficial Mayor Luis Eduardo Medici concluyó
que “el avión en el que se trasladaba Stefford aterrizó en la Mina Richard, un
lugar de parada obligatoria del avión porque tenía una autonomía de vuelo de
seis horas. Era un biplaza Messerschmitt BFW M23”. Dice además que “los
pobladores recuerdan un avión dar vueltas y luego de un tiempo un fogonazo. El
fogonazo existió porque existió la destrucción del avión”. Para sostener sus
afirmaciones, la historiadora muestra una foto con los restos calcinados de
ambos tripulantes del avión y menciona que la ropa que utilizaban no era ropa
de vuelo sino vestimenta civil. También habla acerca del estado del avión diciendo
que ese “es otro detalle netamente aeronáutico que es para la junta de
accidentes”. Esto último no es muy transparente. Asimismo afirma que “la
sombra que se proyecta es a las diez de la mañana”. Y se pregunta: “Si el avión
llega a las nueve de la mañana, ¿quién pudo sacar estas fotos? Sólo la persona
que estaba ahí”. Cuando el entrevistador la interroga acerca de la manera en
que murió entonces la aviadora, Villafañe Batica responde simplemente que
“Myriam Stefford murió en un accidente aéreo simulado”. Los misterios en torno
a la muerte de la famosa aviadora se siguen ahondando, se expanden, crecen como
la maleza alrededor de su monumento. Las malas semillas se diseminan. ¿Murió en
un accidente de aviación? ¿Su marido tuvo algo que ver con el accidente y con
su muerte? ¿Fue un accidente aéreo simulado? Sin embargo, los argumentos de la
historiadora parecen ser algo confusos, no aclaran totalmente lo que pretenden
aclarar, no termina de decir cómo murió Myriam Stefford en el supuesto caso que
el suyo haya sido un accidente simulado, no señala cuáles pudieron haber sido
los posibles motivos de su deceso. Gabriel Waisberg, un hombre que sostiene
haber investigado la vida de la aviadora y de su marido durante diez años,
indica que “esta mujer (la historiadora) jamás ha hecho ninguna investigación
seria y solo manipula algunos datos de cuando sucedió el accidente. La
investigación se llevó a cabo en su momento por el personal más calificado de
la época y se cerró con un informe técnico de los motivos por el cual el
Chingolo II se precipitó a tierra causando la muerte de sus dos pilotos”.
Waisberg concluye diciendo que “Villafañe Batica busca publicidad a través del
nombre de Myriam Stefford y se ve que lo logra”. Las voces se cruzan en un
espacio fracturado en donde la verdad parece perderse. Cada vez es menos
posible saber lo que realmente ocurrió. Después de todo, ¿es la verdad la
adecuación entre lo que sucedió y lo que se dice o es más bien lo que se
construye en los distintos relatos? Tal vez como decía el filósofo no existan
hechos sino sólo interpretaciones. La realidad nunca deja de estar tejida de
ficciones.
El monumento simula ser el ala de un avión
coronada por un faro. Sin embargo, hay quienes sostienen que en realidad es un
símbolo esotérico. Es un obelisco que se eleva al costado de la ruta provincial
5 durante unos largos 82 metros de altura. Siempre han existido varias
versiones con respecto al sentido simbólico de los obeliscos. Se solía decir
que donde se elevaba uno de ellos, existía alguna logia masónica. También se
afirma que en el Antiguo Egipto se construían al ingreso de las tumbas puesto
que se creía que tenían un gran poder vivificante que se transmitía
posteriormente en la resurrección del difunto. Estos antiguos monumentos,
entonces, intentaban simbolizar la eternidad. La construcción dedicada a Myriam
Stefford está hecha con hormigón armado, granito y mármol. Cerca de cien
obreros polacos trabajaron en ella bajo las órdenes del ingeniero Fausto Newton
y se inauguró en 1935 cuando el marido de la aviadora colocó el féretro de su
extinta mujer en la cripta. La tumba está a seis metros de profundidad y se
dice que junto a ella se encuentran sepultadas sus joyas tal cual si fuera una
princesa egipcia. Se dice que incluso se halla en ese lugar el famoso diamante
Cruz del Sur. Antiguamente, en una losa ubicada en la entrada al monumento se
podía leer el siguiente epitafio: “Viajero, rinde homenaje con tu silencio a la
mujer que, en su audacia, quiso llegar hasta las águilas”. En un pedestal al
costado de la construcción se podían observar el casco de Myriam, su reloj de
vuelo y el timón del avión caído. También se dice que el sepulcro en el
interior de la cripta estaba rodeado por cariátides y que la inscripción que se
encontraba sobre la lápida de mármol negro rezaba: “Maldito sea el que profane
esta tumba”. Además, en la cúspide del fastuoso monolito existen cuatro
ventanas a las cuales se asciende a través de una escalera y se ingresa por una escotilla ubicada en la
parte superior. En la parte central se halla un balcón que sirve de descanso
para quienes quieren subir hasta la parte más alta. En 1946, cuando el
peronismo llegó al poder, el viudo de la aviadora mandó a sellar las puertas
del monumento con dos gruesas chapas de acero naval que habían formado parte
del acorazado alemán Graf Spee, hundido en la batalla del Río de la Plata a
fines de 1939. El mausoleo quedó cerrado hasta 1955 cuando fue ocupado por una
columna militar leal a Perón que pretendía utilizarlo como observatorio
estratégico durante el alzamiento del Gral. Lonardi.
Cuenta mi novia que cuando era chica su
abuelo la llevó junto a su hermana a conocer el monumento a la famosa aviadora.
Mientras el hombre tomaba unos mates sentado en la pirca de piedra que rodea a
la construcción, las niñas jugaban y correteaban. En un momento dado, entraron
al monumento y subieron por las escaleras. Se encontraron sorpresivamente con
un anciano de aspecto tétrico. No tardaron mucho en descender desesperadas y
aterrorizadas, corriendo y gritando. El anciano también bajó, lentamente, como
bajan los monstruos en las películas de terror. El abuelo intentó calmarlas
diciéndoles que “el señor era el cuidador del lugar”. Sin embargo, ellas no se
lo creyeron del todo. Mientras el abuelo y el anciano intercambiaban algunas
palabras, las pequeñas miraban al cuidador con los ojos desorbitados y los
labios temblorosos. Las imagino a cada una de ellas tomada fuertemente de cada
una de las piernas de su abuelo, tironeando sus pantalones, temblando y aún
atemorizadas por la inesperada presencia del extraño hombre. Ellas tuvieron el
privilegio de conocer al cuidador pocos años antes que muriera. Después de su
deceso, sin nadie que permaneciera en el lugar, el monumento quedó a la deriva.
El desierto comenzó a crecer. La mala semilla empezó a expandirse. La
gigantesca mole de piedra quedó abandonada. Las puertas se cerraron. Dicen que
para contratar al cuidador, el viudo de Myriam Stefford había realizado una
suerte de casting en el que había
intentado elegir a alguien que se pareciera a Quasimodo, el famoso jorobado de
la novela de Víctor Hugo. Mi novia, que lo conoció, seguramente puede afirmar
que el multimillonario se dio ese gusto. A pesar de que el anciano parecía
inofensivo, su contemplación no fue para ella una experiencia del todo
agradable. La muerte inesperada, el monolito, el cuidador… todo contribuye a
crear un clima de misterio y leyenda alrededor de la historia de la aviadora y
su marido.