domingo, 26 de abril de 2015

El desierto crece (Primera parte)

I
     En el Paraje Los Cerrillos, al costado de la ruta entre Córdoba y Alta Gracia, se eleva un monumento en el cual descansa una aviadora muerta en un accidente. Es un monolito solitario, oscuro, sombrío y majestuoso. Se encuentra totalmente abandonado. La maleza crece a su alrededor. La buena semilla muere. La mala se expande. Una gruesa puerta de acero negro está sellada e impide el acceso al interior de la construcción. Las placas metálicas con diversas inscripciones que recordaban a la mujer han sido saqueadas. Los profanadores de tumbas han dejado sus huellas. Tal vez la maldición haya caído sobre ellos. Se siente a los insectos caminar entre la maleza. Se los siente observar a los escasos y casuales visitantes que se atreven a acercarse al monumento abandonado. El sol de la siesta cae impiadosamente sobre el lugar. El  desierto crece. El desierto y la semilla. La mala semilla.

     La aviadora se hacía llamar Myriam Stefford aunque su verdadero nombre era Rosa Margarita Rossi Hoffman. Había sido una famosa actriz. Era de nacionalidad suiza e hija de padres italianos y en 1928, durante unas vacaciones en Venecia, había conocido y se había enamorado de un multimillonario argentino. También hay quienes dicen que no habría sido la famosa ciudad italiana el lugar en donde se habrían conocido sino Viena, la capital de Austria.  Se había casado con el multimillonario argentino en la Basílica de San Marcos en 1930 y había venido a vivir a nuestro país siguiendo a su gran amor. Compartía con su marido la pasión por la aviación. Por ejemplo, en la contratapa de la nouvelle Vuelo nocturno de Antoine de Saint-Exúpery recientemente editada por el sello Caballo Negro, se le atribuye la siguiente frase: “Vuelo intensamente. Todos los días. Para mí constituye una verdadera obligación”. Así pues, Myriam Stefford murió haciendo lo que más la apasionaba, volar. El 26 de agosto de 1931, el Chingolo II, el avión en el que viajaba, se precipitó raudamente al suelo en la localidad sanjuanina de Marayes. Ella había emprendido un raid de vuelo a través del cual pretendía unir catorce capitales de provincia de nuestro país. La joven aviadora murió a la temprana edad de 26 años y su marido decidió homenajear su memoria levantando un portentoso mausoleo en el cual descansaran sus restos. En aquella época, hubo quienes afirmaron que el accidente había sido planeado por el esposo. Se dice que el siniestro fue causado por la rotura de una pieza del avión que no se podría haber roto por casualidad. Se dice que alguien habría tenido que intervenir para averiarla. El motivo que habría tenido el hombre para acabar con la vida de su mujer habría sido la sospecha que tenía acerca de un romance existente entre la aviadora y su instructor de vuelo, Ludwig Fuchs, un piloto alemán veterano de la Primera Guerra Mundial. Se cuenta que, durante una fiesta en el Sierras Hotel, alguien habría visto salir a la mujer de la habitación de Fusch. El rumor habría empezado a correr. El marido habría tenido que tomar una decisión. Sin embargo, las pericias policiales nunca pudieron comprobar la existencia de un posible crimen.

     Por otra parte, la historiadora Carina Villafañe Batica afirma que Myriam Stefford no murió en el siniestro de Marayes sino que ese fue un “accidente aéreo simulado”. En una investigación que realizó con la colaboración del Suboficial Mayor Luis Eduardo Medici concluyó que “el avión en el que se trasladaba Stefford aterrizó en la Mina Richard, un lugar de parada obligatoria del avión porque tenía una autonomía de vuelo de seis horas. Era un biplaza Messerschmitt BFW M23”. Dice además que “los pobladores recuerdan un avión dar vueltas y luego de un tiempo un fogonazo. El fogonazo existió porque existió la destrucción del avión”. Para sostener sus afirmaciones, la historiadora muestra una foto con los restos calcinados de ambos tripulantes del avión y menciona que la ropa que utilizaban no era ropa de vuelo sino vestimenta civil. También habla acerca del estado del avión diciendo que ese “es otro detalle netamente aeronáutico que es para la junta de accidentes”. Esto último no es muy transparente. Asimismo afirma que “la sombra que se proyecta es a las diez de la mañana”. Y se pregunta: “Si el avión llega a las nueve de la mañana, ¿quién pudo sacar estas fotos? Sólo la persona que estaba ahí”. Cuando el entrevistador la interroga acerca de la manera en que murió entonces la aviadora, Villafañe Batica responde simplemente que “Myriam Stefford murió en un accidente aéreo simulado”. Los misterios en torno a la muerte de la famosa aviadora se siguen ahondando, se expanden, crecen como la maleza alrededor de su monumento. Las malas semillas se diseminan. ¿Murió en un accidente de aviación? ¿Su marido tuvo algo que ver con el accidente y con su muerte? ¿Fue un accidente aéreo simulado? Sin embargo, los argumentos de la historiadora parecen ser algo confusos, no aclaran totalmente lo que pretenden aclarar, no termina de decir cómo murió Myriam Stefford en el supuesto caso que el suyo haya sido un accidente simulado, no señala cuáles pudieron haber sido los posibles motivos de su deceso. Gabriel Waisberg, un hombre que sostiene haber investigado la vida de la aviadora y de su marido durante diez años, indica que “esta mujer (la historiadora) jamás ha hecho ninguna investigación seria y solo manipula algunos datos de cuando sucedió el accidente. La investigación se llevó a cabo en su momento por el personal más calificado de la época y se cerró con un informe técnico de los motivos por el cual el Chingolo II se precipitó a tierra causando la muerte de sus dos pilotos”. Waisberg concluye diciendo que “Villafañe Batica busca publicidad a través del nombre de Myriam Stefford y se ve que lo logra”. Las voces se cruzan en un espacio fracturado en donde la verdad parece perderse. Cada vez es menos posible saber lo que realmente ocurrió. Después de todo, ¿es la verdad la adecuación entre lo que sucedió y lo que se dice o es más bien lo que se construye en los distintos relatos? Tal vez como decía el filósofo no existan hechos sino sólo interpretaciones. La realidad nunca deja de estar tejida de ficciones.    
     El monumento simula ser el ala de un avión coronada por un faro. Sin embargo, hay quienes sostienen que en realidad es un símbolo esotérico. Es un obelisco que se eleva al costado de la ruta provincial 5 durante unos largos 82 metros de altura. Siempre han existido varias versiones con respecto al sentido simbólico de los obeliscos. Se solía decir que donde se elevaba uno de ellos, existía alguna logia masónica. También se afirma que en el Antiguo Egipto se construían al ingreso de las tumbas puesto que se creía que tenían un gran poder vivificante que se transmitía posteriormente en la resurrección del difunto. Estos antiguos monumentos, entonces, intentaban simbolizar la eternidad. La construcción dedicada a Myriam Stefford está hecha con hormigón armado, granito y mármol. Cerca de cien obreros polacos trabajaron en ella bajo las órdenes del ingeniero Fausto Newton y se inauguró en 1935 cuando el marido de la aviadora colocó el féretro de su extinta mujer en la cripta. La tumba está a seis metros de profundidad y se dice que junto a ella se encuentran sepultadas sus joyas tal cual si fuera una princesa egipcia. Se dice que incluso se halla en ese lugar el famoso diamante Cruz del Sur. Antiguamente, en una losa ubicada en la entrada al monumento se podía leer el siguiente epitafio: “Viajero, rinde homenaje con tu silencio a la mujer que, en su audacia, quiso llegar hasta las águilas”. En un pedestal al costado de la construcción se podían observar el casco de Myriam, su reloj de vuelo y el timón del avión caído. También se dice que el sepulcro en el interior de la cripta estaba rodeado por cariátides y que la inscripción que se encontraba sobre la lápida de mármol negro rezaba: “Maldito sea el que profane esta tumba”. Además, en la cúspide del fastuoso monolito existen cuatro ventanas a las cuales se asciende a través de una escalera y  se ingresa por una escotilla ubicada en la parte superior. En la parte central se halla un balcón que sirve de descanso para quienes quieren subir hasta la parte más alta. En 1946, cuando el peronismo llegó al poder, el viudo de la aviadora mandó a sellar las puertas del monumento con dos gruesas chapas de acero naval que habían formado parte del acorazado alemán Graf Spee, hundido en la batalla del Río de la Plata a fines de 1939. El mausoleo quedó cerrado hasta 1955 cuando fue ocupado por una columna militar leal a Perón que pretendía utilizarlo como observatorio estratégico durante el alzamiento del Gral. Lonardi.


     Cuenta mi novia que cuando era chica su abuelo la llevó junto a su hermana a conocer el monumento a la famosa aviadora. Mientras el hombre tomaba unos mates sentado en la pirca de piedra que rodea a la construcción, las niñas jugaban y correteaban. En un momento dado, entraron al monumento y subieron por las escaleras. Se encontraron sorpresivamente con un anciano de aspecto tétrico. No tardaron mucho en descender desesperadas y aterrorizadas, corriendo y gritando. El anciano también bajó, lentamente, como bajan los monstruos en las películas de terror. El abuelo intentó calmarlas diciéndoles que “el señor era el cuidador del lugar”. Sin embargo, ellas no se lo creyeron del todo. Mientras el abuelo y el anciano intercambiaban algunas palabras, las pequeñas miraban al cuidador con los ojos desorbitados y los labios temblorosos. Las imagino a cada una de ellas tomada fuertemente de cada una de las piernas de su abuelo, tironeando sus pantalones, temblando y aún atemorizadas por la inesperada presencia del extraño hombre. Ellas tuvieron el privilegio de conocer al cuidador pocos años antes que muriera. Después de su deceso, sin nadie que permaneciera en el lugar, el monumento quedó a la deriva. El desierto comenzó a crecer. La mala semilla empezó a expandirse. La gigantesca mole de piedra quedó abandonada. Las puertas se cerraron. Dicen que para contratar al cuidador, el viudo de Myriam Stefford había realizado una suerte de casting en el que había intentado elegir a alguien que se pareciera a Quasimodo, el famoso jorobado de la novela de Víctor Hugo. Mi novia, que lo conoció, seguramente puede afirmar que el multimillonario se dio ese gusto. A pesar de que el anciano parecía inofensivo, su contemplación no fue para ella una experiencia del todo agradable. La muerte inesperada, el monolito, el cuidador… todo contribuye a crear un clima de misterio y leyenda alrededor de la historia de la aviadora y su marido.

domingo, 19 de abril de 2015

El ser humano es una concordancia discordante

El pasado late en mi interior
como un segundo corazón.
El mar, John Banville.       

         En Historia y narratividad, Paul Ricoeur habla acerca de la concordancia discordante. ¿A qué se refiere con este concepto? Simplemente a la capacidad de algo o de alguien de ser el mismo durante el transcurso del tiempo, pero a la vez ir siendo otro. Es decir, hace referencia a la identidad de algo o de alguien como permanencia y cambio del sí mismo a los largo de la dimensión temporal. Por eso es que Ricoeur caracteriza a la identidad dinámica “mediante el conflicto que existe entre la exigencia de concordancia y el reconocimiento de las discordancias que […] ponen en peligro su identidad” (Ricoeur, 1999: 219). Desde este punto de vista, puede decirse que existen momentos puntuales de la vida en los cuales uno sigue siendo el que era, pero al mismo tiempo deja de serlo. Ahora bien, esta tensión entre la permanencia y el cambio en el proceso de construcción de una identidad narrativa puede percibirse con claridad en las novelas de dos escritores europeos contemporáneos: Zapatos italianos del sueco Henning Mankell y El mar del británico John Banville.

         Entre estas novelas se produce un juego de semejanzas y diferencias a partir del cual se configura la identidad narrativa de los protagonistas. Por empezar, hay que mencionar que ambas novelas están narradas en primera persona y pretenden contar una historia de vida particular. Según palabras de Ricoeur, una historia de vida se convierte en historia contada cuando a la dimensión temporal de la vida se le proporciona una dimensión lingüística (Ricoeur, 1999: 216). Es decir, cuando los hechos de una vida son narrados mediante palabras. También aquí es cuando Ricoeur plantea la existencia de una aporía y se pregunta “cómo podría el ser humano seguir siendo sumamente parecido si no existiera en él un núcleo inmutable que eludiese el cambio temporal”  y se responde que “la experiencia humana contradice por completo esta inmutabilidad del núcleo personal” (Ricoeur, 1999: 217). Es entonces en este momento cuando comienza a platearse la existencia de una concordancia discordante en la cual el ser humano es inmutable y mutable al mismo tiempo. Se dice que “la designación de una persona mediante el mismo nombre, desde que nace hasta que muere, parece implicar la existencia de dicho núcleo inmutable”, pero que simultáneamente “la experiencia del cambio corporal y mental contradice dicha mismidad” (Ricoeur, 1999: 217). Ahora bien, esos narradores en primera persona que pretenden contar sus historia de vida en la novelas de Mankell y de Banville tienen la particularidad semejante de ser hombres que se encuentran en una edad madura desde la cual rememoran su pasado.  Otra particularidad semejante entre ellos reside en el hecho de que ambos han sufrido una experiencia que ha alterado su rutina habitual y que actúa como disparadora para el recuerdo de los acontecimientos pasados. En el caso de Zapatos italianos, ese acontecimiento está relacionado con la repentina reaparición de Harriet, la antigua novia del Frank Welind. Mientras que en El mar, ese suceso tiene que ver con la muerte inesperada de Anna, la esposa de Max Morden. De esta manera, ambos personajes protagonistas comienzan a reconstruir sus recuerdos entre la memoria y el olvido, intentan recordar quiénes fueron a partir de lo que son. Se dan cuenta de que ese ser presente que son sólo puede haber sido a partir del que fueron y al mismo tiempo habiendo dejarlo de ser. Así es como la concordancia discordante de la cual hablaba Ricoeur se hace presente en estos relatos. Por ejemplo, Max Morden, al recordar el que quizás fuera el primer beso con Chloe Grace en el cine, se dice después de ese suceso: “Yo era yo y al mismo tiempo otro, alguien completamente distinto, alguien completamente nuevo” (EM, 125)[1]. Es por eso  que, al recordar también su enamoramiento hacia la señora Grace, se pregunta “en qué momento, de entre todos los momentos, nuestra vida no cambia completamente, totalmente, hasta el cambio más trascendental de todos” (EM, 35). De esta manera se da a entender entonces que el yo nunca permanece idéntico a sí mismo sino que, por el contrario, está sometido al cambio constante en todos los instantes de la vida. Así el yo nunca es definitivamente el yo sino que siempre está siendo otro.
         Asimismo, en Zapatos italianos, Harriet, al recordar su tiempo pasado con Frank Welind, le dice:
Hubo un tiempo en que sabía quién eras. Paseábamos por las calles de Estocolmo. Cuando, en mis recuerdos, caminamos por allí, siempre es primavera. Apenas si puedo evocar un día de oscuridad o de lluvia. El hombre que iba entonces a mi lado no es la misma persona que ahora tengo ante mí. Aquel hombre podía convertirse en cualquier cosa, salvo en un viejo solitario que vive en una isla remota. (ZI, 58)[2]
Ahora bien, ¿cuáles fueron los acontecimientos vitales que determinaron que Frank Welind dejara de ser es hombre joven y feliz que paseaba junto a su novia por las calles de Estocolmo para pasar a ser “un viejo solitario que vive en una isla remota”? Esa es la pregunta que va a intentar ser respondida a lo largo de este escrito, no sólo en referencia al protagonista de la novela de Mankell sino también al de la de Banville.

         Como se decía anteriormente, esa concordancia discordante que es el yo se reconfigura a partir del recuerdo de un tiempo vivido en el pasado. Con respecto a esta idea, en La lectura del tiempo pasado, Paul Ricoeur señala que la memoria individual se caracteriza por constituir por sí sola un criterio de identidad personal. Según éste autor, “la memoria es una extensión en el tiempo de la identidad reflexiva que hace que uno sea igual a sí mismo”[3] (Ricoeur, 1999: 16). Además también señala que “el vínculo original de la conciencia con el pasado reside en la memoria […] la memoria es el presente en el pasado” (Ricoeur, 1999: 16). Entonces, recordar es traer el pasado hacia el presente, es hacer existir lo que ya no existe, lo que ha existido. En este sentido, Max Morden, en la novela de Banville, piensa que “uno podría volver a vivir otra vez toda su existencia sólo con que pudiera esforzarse lo suficiente en recordar” (EM, 137). De este modo, la memoria es concordancia del sí mismo en cuanto “garantiza la continuidad temporal de la persona” (Ricoeur, 1999: 16). Así es como esa continuidad entre el pasado y el presente le permite a los seres humanos remontarse sin solución de continuidad desde la actualidad vivida ahora hasta los acontecimientos más lejanos de la infancia. Sin dudas, algo de esto sucede con los protagonistas de las novelas de Mankell y de Banville. En ambos casos, ellos se remontan hacia el pasado a través de la memoria con el fin de reconocer su yo presente; los hechos vividos en el pasado son, en cierto modo, los que determinan su ser actual. En el caso de Max Morden determinan la existencia de ese viudo triste que emprende un viaje de retorno hacia el lugar en el cual pasaba los veranos durante su infancia. Mientras que en el de Frank Welind señalan el ser de ese viejo solitario que vive recluido en una isla remota.

          Sin embargo, “uno no recuerda sólo, sino con ayuda de los recuerdos de otro” (Ricoeur, 1999: 17). Así la memoria no es únicamente individual sino que también se hace colectiva. Este fenómeno puede verse en los personajes de las dos novelas. Por ejemplo, uno se puede preguntar por qué Max Morden regresa a Ballyless. Y una de las respuestas posibles es que lo hace para reconstruir las muertes de Chloe y Myles Grace a partir del relato de Rose Vavassour, la antigua institutriz de los niños y la actual administradora de la pensión de los Cedros, la otra testigo presencial de ese hecho. Las muertes precoces de los hermanos fueron, sin dudas, uno de los hechos (si no “el hecho”) traumáticos del pasado de Max Morden, uno de esos hechos que determinaron su ser actual. Es por eso que Max tiene preguntas y necesita respuestas. Y para eso recurre a Rose. Piensa que ella conoce las preguntas que quiere formularle, las preguntas que se muere por expresar sin haber tenido el valor de decirlas (EM, 206). Desea preguntarle si se culpa por la muerte de los niños o si está convencida de que el hecho de que se ahogaran juntos fue un accidente u otra cosa (EM, 208). Y si fue otra cosa, ¿qué otra cosa pudo haber sido? ¿Tal vez un acto final de rebeldía hacia esa institutriz a la que pretendían humillar constantemente? ¿Una represalia ante las órdenes que no deseaban obedecer? Sin dudas, esas son preguntas a las cuales ni Max ni nadie  pueden responderse por sí solos.
         En Zapatos italianos sucede algo similar, pues aquí también los personajes buscan a otros personajes con el fin de encontrar ciertas respuestas con respecto a los hechos de su pasado. Por ejemplo, Harriet busca a Frank con el fin de que cumpla una antigua promesa, pero también lo busca (aunque no lo declare explícitamente) para saber porqué la abandonó tan repentinamente en el pasado, así también como para revelarle la existencia de una hija en común. De esta manera, Frank deja de ser el viejo solitario que se recluye en una isla para pasar a ser el padre de una hija a la cual no conoce. Por otra parte, Frank también busca a Agnes, la joven nadadora a la cual le amputó el brazo por equivocación, con el fin de saber si ha podido ser perdonado por su error, un error que determinó que el médico reconocido pasara ser el viejo solitario. Así, a lo largo de la historia y de los recuerdos, se pueden notar las distintas identidades de esa concordancia discordante que es el protagonista de novela de Mankell, pues así como ahora es el viejo solitario antes también fue el joven enamorado o el médico reconocido y de la misma manera después será el padre de una mujer de 35 años.

        Por otra parte, los recuerdos que configuran los relatos de ambos personajes se construyen entre la memoria y el olvido. Por eso, el pasado nunca es el que realmente fue sino el que se construye de manera imaginaria a lo largo de los años. Por ejemplo, en El mar, cuando Max recuerda un diálogo que tuvo con Chloe después de salir del cine el día del beso, se dice (o nos dice):
    Pero esperad, algo no funciona. Este no puede haber sido el día del beso. Cuando salimos del cine era ya el ocaso, había llovido, y ahora es media tarde, de ahí ese sol tibio, esa brisa serpenteante. ¿Y dónde está Myles? Había ido con nosotros al cine, así pues, ¿dónde se había metido, él, que nunca se separaba del lado de su hermana a no ser para que lo echaran? De verdad, Madame Memoria, retiro todos mis elogios, si es que quien actúa es la Memoria y no otra musa, más fantasiosa. (EM, 139)
A partir de este fragmento de la novela de Banville pueden señalarse varios aspectos pertinentes para el análisis de la relación entre memoria y olvido. En primer lugar, es válido reconocer que cuando se cuenta un hecho acontecido en la realidad  nunca se cuenta el hecho en sí tal cual sucedió, sino que lo que se cuenta es ese hecho pero desde una perspectiva personal. Por lo tanto, si resulta ciertamente dificultoso contar un hecho sucedido en el presente o en un pasado reciente de manera exacta y fiel, aún más dificultoso debe resultar contar un hecho sucedido en un pasado lejano, pues allí no sólo influirá la perspectiva personal sino también las erosiones que el olvido pueda haber provocado en la memoria.
          Es por ello que Ricoeur en la Introducción de La lectura del tiempo pasado adelanta que su investigación va a desarrollarse entre el polo de la memoria, en cuanto ente del tiempo, y el del olvido, en cuanto obra del tiempo destructor (Ricoeur, 1999: 12). Asimismo, Marc Augé en Las formas del olvido reconoce que
es evidente que nuestra memoria quedaría pronto “saturada” si tuviésemos que conservar todas las imágenes de nuestra infancia […]. Pero lo interesante es lo que queda de todo ello […] lo que queda es el producto de una erosión provocada por el olvido. Los recuerdos son moldeados por el olvido como el mar moldea los contornos de la orilla. (1998, 27)
En este sentido, es interesante la asociación que se establece entre el mar como el olvido y la orilla como el recuerdo. Sin dudas, la metáfora marina utilizada por Augé remite inmediatamente al título de la obra de Banville. Y es entonces cuando uno se pregunta por qué la novela del escritor británico se titula precisamente de esa manera. Tal vez para obtener una respuesta a este interrogante sea útil recordar la frase final de la novela. Luego de la muerte de Anna, dice Max: “Una enfermera vino a buscarme. Me di la vuelta y la seguí hacia el interior del hospital, y fue como si me adentrara en el mar” (EM, 219). ¿Cómo puede ser interpretada esta frase final? Según Max, el mar era el espacio donde pasaba el verano junto a su familia pero también es el espacio en el cual desaparecen los hermanos Grace. En tal sentido, el mar marca el fin de una etapa en la vida del protagonista, pues el suceso traumático de la muerte de Chloe y Myles señala el fin de su infancia. De la misma manera, la entrada al hospital después de la muerte de su esposa también puede señalar el fin de la edad madura y el adentramiento en la vejez.
          Ahora bien, ¿cómo el mar puede asociarse al olvido según la metáfora de Augé? Si se tiene en cuenta la interpretación anterior, el mar como cierre de las etapas de la vida del protagonista inscribe a esos momentos de su historia personal en el pasado, un pasado que sólo puede ser reconstruido a partir de la memoria, es decir, en las orillas del recuerdo. Pero también es un pasado erosionado por el mar del olvido en el mismo instante en que intenta ser recordado. De un modo similar, el mar, sobre todo el mar helado, también cumple una función importante en la novela de Mankell, pues es el espacio en el cual Frank Welind pretende refugiarse después de haber cometido el error que marcó su vida. El mar es el espacio en el cual pretende olvidar su pasado, pero también es el lugar en el que pretende ser olvidado por los demás. En tal sentido, es el espacio en el cual el protagonista pretende cancelar el relato de su vida a partir del olvido. Pero el olvido no es la cancelación del relato de la vida sino que, por el contrario, es uno de los factores que junto a la memoria lo configuran. Es por eso que Augé postula que “el olvido es, en suma, la fuerza viva de la memoria y el recuerdo es el producto de ésta” (1998, 28).
          En segundo lugar, volviendo al fragmento citado de la novela de Banville, se puede ver como Max se pregunta si es la Memoria la que actúa en la construcción de los recuerdos o si es alguna otra cosa más fantasiosa. Desde este punto de vista, también puede ser válido analizar cómo funcionan los cruces entre memoria e imaginación en el relato de una historia de vida. Se puede pensar que si existen espacios en blanco en la memoria que han sido erosionados por el olvido, tal vez esos espacios hayan sido llenados por la imaginación. Así sería entonces la manera en que Max Morden, al no recordar con exactitud los sucesos acaecidos en su infancia, se vería obligado a completarlos con el recurso imperfecto de la imaginación. Así, con respecto a estos supuestos vínculos que existen entra la memoria y la imaginación, Ricoeur reconoce que ambas operaciones mentales cumplen una función común, la de hacer presente algo ausente (Arrecife, 1999: 24). Sin embargo, también señala que, mientras “la memoria desea y asume la labor […] de ser fiel y exacta” (es decir, de tener una pretensión veritativa), la imaginación “tiende a situarse espontáneamente en el ámbito de la ficción, de lo irreal, de lo virtual o de lo posible” (Ricoeur, 1999: 29-30). No obstante, Ricoeur tampoco puede dejar de reconocer la poca fiabilidad de la memoria a medida que transcurre el tiempo y señala que en este punto la teoría de la memoria sufre la mayor incursión de la teoría de la imaginación (Ricoeur, 1999: 30). Aún así, sigue insistiendo con la mayor adecuabilidad que la memoria tiene con respecto a un relato que se pretenda verdadero en oposición a un supuesto relato ficticio que sea originado a partir de la imaginación.
          Es en este punto, finalmente, en el cual Augé entra en discusión con Ricoeur, en el de la consideración del término “ficción” (asociado a imaginación). Y es así como cuestiona la idea de Ricoeur acerca del paso de una mímesis primaria a una secundaria en un proceso de transformación en el cual el conjunto de las mediaciones simbólicas se plasman en una configuración narrativa. De esta manera, Augé también cuestiona el sentido de la ficción como lo opuesto a lo verdadero y se pregunta si la vida se hace relato a través de la sintaxis simbólica o si la vida ya es un relato en sí misma. Desde ese punto de vista, las configuraciones narrativas ya no pueden ser calificadas como verdaderas o falsas según se aproximen más o menos a lo pretendidamente real sino que simplemente son configuraciones que pretenden reflejar un aspecto de la realidad. A partir de este hecho entonces, novelas como las de Mankell o la de Banville, que supuestamente narran historias de vida originadas a partir de la imaginación de un autor, pueden tener el mismo estatuto ontológico que novelas tales como La invención de la soledad de Paul Auster o Nada se opone a la noche de Delphine De Vigan, las cuales supuestamente pretenden narrar hechos recordados por la memoria de sus autores. Es así como nos terminamos preguntando entonces dónde se dibuja el límite entre la memoria y la imaginación, entre la realidad y la ficción.
Bibliografía
AUGÉ, Marc (1998). Las formas del olvido. Gedisa, Barcelona.
BANVILLE, John (2006). El mar. Anagrama, Barcelona.
MANKELL, Henning  (2014). Zapatos italianos. Tusquets, Buenos Aires.
RICOUER, Paul (1999). La lectura del tiempo pasado: memoria y olvido. Arrecife, Madrid.
RICOEUR, Paul (1999). Historia y narratividad. Paidós, Barcelona.    
        



[1]  Las citas referidas a las novelas analizadas se indicarán con la iniciales de su título y la página correspondiente.
[2] El destacado en cursivas me pertenece.
[3] En este caso, las cursivas le pertenecen al autor citado

domingo, 12 de abril de 2015

La maldad de Dios

En primera instancia, la novela Caín (2009) de José Saramago puede ser leída como una fábula acerca del poder y la resistencia. Desde ese punto de vista, en El poder, una bestia magnífica, un libro de entrevistas realizadas a Michel Foucault, el autor francés reconoce que “las relaciones de poder son las que los aparatos de Estado ejercen sobre los individuos, pero asimismo la que el padre de familia ejerce sobre su mujer  y sus hijos, el poder ejercido por el médico, el poder ejercido por el notable, el poder que el dueño ejerce en su fábrica sobre sus obreros” (2012: 42). Por lo tanto, según lo expuesto por Foucault, puede decirse que el poder aparece por todos lados, no sólo en los mecanismos del Estado. Sin embargo, Foucault también reconoce que “el avance del poder provoca como contragolpe un movimiento de resistencia” (2012: 46). Pues bien, si se parte desde estos conceptos, entonces, la relación entre poder y resistencia es una lectura posible que puede ser realizada con respecto a esta novela del Nobel portugués


     En relación con estas ideas, entonces, en el primer diálogo que sostiene el protagonista de la historia con Dios (sin dudas, Saramago escribiría Su sagrado nombre con minúscula), luego de haber matado a su hermano Abel, el Señor dice con cierto autoritarismo ante los cuestionamientos del primer homicida: “Yo soy el dueño soberano de todas las cosas”. Sin embargo, Caín no se atemoriza frente a Su posible enojo y le responde: “Y de todos los seres, pero no de mi persona ni de mi libertad”. Por lo tanto, ya desde el primer momento, en el texto de Saramago, Dios pretende imponerse como el poder absoluto mientras que Caín se ubica en el lugar de la resistencia, del cuestionamiento ante las decisiones del Padre. Ese intercambio de palabras continua y Dios reconviene a su siervo calificando su discurso como “sedicioso”. No obstante, otra vez Caín se arma de coraje y responde: “Benditos sean los que eligieron la sedición porque de ellos será el reino de la tierra” (2009: 40-41). En consecuencia, a partir de estas palabras, puede decirse que el discurso de Caín no es solamente un discurso de resistencia ante el poder sino que también es uno de rebelión, pues en él opone el posible reino de los cielos destinado a quienes obedezcan al Señor con el posible reino de la tierra destinado a los hombres que se le rebelen. De esta manera, al poder, la obediencia y la esclavitud se le oponen las ideas de resistencia, rebelión y libertad. Los arbitrarios preceptos del poder son cuestionados desde el libre albedrío de la resistencia. El poder tiende a ser conservador en cuanto intenta preservar un orden establecido, en tanto que la resistencia tiende a ser revolucionaria en cuanto intenta cambiar dicho orden.

     Sin embargo, el poder que intenta ejercer Dios sobre Caín no es el único poder que se ejerce en la novela. En su comienzo, Adán también intenta ejercer su poder de hombre sobre Eva, la mujer. Lilith, la fortuita amante de Caín, ejerce el poder de su belleza no sólo sobre su marido sino también sobre la gente de la tierra de Nod. De ella se dice que “es quien gobierne el rebaño” (2009: 55), pero también “se dice que es bruja, capaz de enloquecer a un hombre con sus hechizos”, que los hombres que tuvieron comercio carnal con ella terminaron transformados en espectros, en sombras de lo que habían sido (2009: 57)  De la misma manera, Abraham ejerce su poder como padre sobre su hijo Isaac, su poder como marido sobre su mujer Sara o su poder como amo sobre su esclava Agar; Moisés ejerce su poder como patriarca y líder espiritual del pueblo de Israel; Noe ejerce su poder como jefe de familia y como constructor del arca. Y de la misma manera que Caín se resiste y cuestiona los “inescrutables” designios de Dios, algunos personajes oponen cierta resistencia ante quienes pretenden ejercer el poder sobre ellos. Noah, el marido de Lilith, por ejemplo, se resiste a ser engañado por ésta y por Caín. Isaac, el hijo de Abraham, cuestiona la fe de su padre luego de que Caín lo ha salvado de morir como víctima de un sacrificio solicitado por el Señor. El pueblo de Israel decide adorar a un becerro de oro luego de que Dios y su patriarca Moisés han dado muestras de ausencia. Desde ese punto de vista, tal como lo reconoce Foucault, tanto las relaciones de poder como las de resistencia no son únicas y no se dan en una sola dirección sino que más bien son múltiples y pluridimensionales.

     Por otra parte, del mismo modo que El evangelio según Jesucristo (1991) es una relectura crítica acerca del Nuevo Testamento, Caín también lo es con respecto al Antiguo Testamento. Todo aquello que es asumido como incuestionable en la historia de Dios y sus patriarcas antes de la llegada de Jesucristo es objeto de un cuestionamiento en esta segunda obra de Saramago. La infalibilidad del Señor es puesta en duda, por ejemplo, cuando el ángel que envía para salvar a Isaac del sacrificio impuesto llega tarde y el pobre muchacho, entonces, ha tenido que ser salvado por el estigmatizado Caín. Igualmente es puesta en duda su justicia cuando decide aceptar arbitrariamente las ofrendas de Abel pero no las de su hermano Caín y ocasiona así la enemistad entre ambos. Por eso, cuando Dios lo interpela, Caín manifiesta que el Señor es tan responsable como él por el asesinato de su hermano y le dice, refiriéndose a la muerte de su hermano, “yo fui el brazo ejecutor, pero la sentencia fue dictada por ti  […] Tan ladrón es el que va a la viña como el que se queda vigilando la guarda” (2009: 40). Desde ese punto de vista, Dios es tan culpable de la muerte de Abel como el mismo Caín.

     Ahora bien, esta novela de Saramago no sólo cuenta las vicisitudes de la vida de Caín sino que también narra algunos de los acontecimientos más notorios del Antiguo Testamento. En Caín se narran las historias de Abraham, de la Torre de Babel, de Sodoma y Gomorra, de Moisés, de Josúe, de Job o de Noé. ¿Cómo se realiza esto si por una cuestión de naturaleza la vida de un hombre tal como lo es Caín no alcanza para abarcar un período tan extenso de tiempo? Para esto, Saramago recurre a un mecanismo de ficción en el cual el protagonista de la historia no vive su único presente sino que vive constantes y múltiples presentes que le permiten presenciar los distintos hechos que sucedieron en aquellas antiguas épocas. Cuando regresa a las tierras de Nod, luego de un largo peregrinaje, Caín le dice a Lilith que para ver las cosas que todavía no sucedieron él no estuvo en el futuro sino que estuvo en otro presente, o más bien, en otros presentes. Dice que realmente estaba allí, que se encontraba en otro presente, pues lo que había sido futuro dejaba de serlo, el mañana era ahora (2009: 140). De este modo, Caín “viaja” a través del tiempo bíblico y puede presenciar los acontecimientos más importantes de aquella época, los acontecimientos narrados en el Antiguo Testamento.

     Finalmente, además del tema del poder y la resistencia, otro de los temas polémicos planteados tanto en El evangelio según Jesucristo como en Caín es el de la posible maldad de Dios. En la primera de estas novelas, cuando Pastor (el Diablo) se encuentra reunido con Dios y Jesús en una barca en medio del lago ocultos tras la niebla, dice: “Hay que ser Dios para complacerse en tanta sangre” (1993:300). ¿Por qué el Diablo dice esto? Lo dice porque Dios, ante un pedido de Jesús, ha contado todo lo que va  a suceder luego de que su hijo sea crucificado, ha contado por ejemplo que los cimientos de la futura Iglesia, para quedar bien firmes, “tendrán que ser excavados en carne, y estar compuestos de un cemento de renuncias, lágrimas, dolores, torturas, de todas las muertes imaginables hoy, y otras que solo en el futuro serán conocidas” (1993: 292). Y todas esas muertes ocurrirán como una condición del poder del futuro dios de toda la humanidad, todas esas muertes serán una condición para la expansión de su poder, nada más ni nada menos. De la misma manera, Caín, después de presenciar varios de los funestos hechos narrados en el Antiguo Testamento, concluye que “sólo un loco sin conciencia de sus actos admitiría ser el culpable directo de la muerte de cientos de miles de personas y se comportaría luego como si nada hubiese sucedido, salvo que, y pudiera ser, no se tratara de locura, la involuntaria, la auténtica, sino de pura y simple maldad” (2009: 142). Desde este punto de vista, en ambas novelas se cuestiona la tan remanida frase acerca de que los designios del Señor son inescrutables y se pone sobre el tapete, no sólo la posible inexistencia de Dios, sino también su posible maldad. En este sentido, las novelas de Saramago no dejan de responder a la tradición humanista del Cándido de Voltaire.

Bibliografía
FOUCAULT, Michel (2012). El poder, una bestia magnífica. Buenos Aires, Siglo XXI.
SARAMAGO, José (2009). Caín. Buenos Aires, Alfaguara.
SARAMAGO, José (1993). El Evangelio según Jesucristo. Buenos Aires, Seix Barral.     

     

domingo, 5 de abril de 2015

Viaje a La Cumbrecita

     La Cumbrecita es un pintoresco pueblo cordobés ubicado en el departamento de Calamuchita. Desde Córdoba se puede llegar a él saliendo por la ruta provincial 5 que a la altura de Alta Gracia se convierte en la ruta provincial 52. Desde allí se prosigue el camino dirigiéndose hacia Villa General Belgrano, pero unos 8 kilómetros antes de llegar a esta localidad y unos kilómetros luego de pasar Ciudad Parque Los Reartes se debe doblar hacia la derecha. Antes de llegar a este punto, uno tiene la oportunidad de transitar por el costado del Embalse Los Molinos. Aquí, el paisaje es simplemente espectacular, pero el camino es bastante complicado no por su estado que es excelente sino por las continuas curvas, contracurvas, pendientes en bajada y en subida que lo conforman. Una vez llegado a la desviación a la derecha antes mencionada, se debe proseguir el camino durante unos 33 kilómetros aproximadamente. En este camino se pasa al costado de las localidades de Atos Pampa, Inti Yaco, Villa Alpina y Villa Berna. Una vez recorrido ese trecho, el camino se hace empedrado y luego de recorrerlo aproximadamente durante un kilómetro se tiene la oportunidad de llegar al destino deseado. Una de las principales características de esta localidad es que es un lugar preponderantemente peatonal. Sólo pueden ingresar en sus vehículos sus habitantes y los distintos visitantes que se alojan en los hoteles y hosterías del pueblo. El resto de los visitantes, los que vienen durante el día, deben dejarlos en un estacionamiento en las afueras del mismo que se encuentra habilitado para tal función.

     Según la información brindada por su página de internet, cuando Helmut Cabjolsky llegó al lugar, La Cumbrecita era un campo perdido en el corazón de las Sierras Grandes de Córdoba. Para llegar había tenido que recorrer unos 700 kilómetros en tren desde Buenos Aires hasta Alta Gracia, luego más de 30 kilómetros en auto y finalmente había cabalgado durante más de tres horas por un sendero apenas dibujado en el terreno. Cabjolsky había nacido en Berlín en 1892 y llegó a Argentina con 40 años de edad, junto a su mujer y a sus dos hijos, para hacerse cargo de la gerencia de la sucursal de la empresa Siemens en Buenos Aires. En 1934 compró los terrenos en los cuales actualmente se encuentra ubicado el pueblo. Ese mismo año fueron enviados a Argentina desde Europa Federico y Enrique Behrend, los cuñados de Cabjolsky. Su misión era trazar el camino de acceso al lugar y comenzar con la forestación. Durante ese año, los hermanos Behrend vivieron en carpas, pero aún así desarrollaron un vivero local, cercaron el campo para impedir el paso de los animales, trazaron una huella desde el pueblo más cercano e iniciaron la forestación de la región. La primera edificación del pueblo se comenzó a construir en 1935. Fue una casa de adobe con ocho habitaciones en donde se albergaría la familia durante el verano. Los materiales utilizados para la construcción se adquirían en Alta Gracia, a más de 50 kilómetros del lugar. En poco tiempo, a causa de la llegada de algunos conocidos de la familia, la casa comenzó a funcionar como una pequeña hostería. Algunos de esos visitantes, atraídos por la belleza de la zona, se convirtieron en los primeros habitantes del pueblo. A partir de ese momento, varias familias tanto de origen centroeuropeo como criollo fueron llegando al pueblo, se instalaron y determinaron su identidad cultural. Con el paso del tiempo, el lugar creció y se transformó en una villa alpina que despertó el interés turístico de los futuros visitantes.

     Apenas uno llega La Cumbrecita y pasa por la oficina de turismo, le entregan un mapa en el cual se señala un posible recorrido por el lugar y sus puntos de interés cultural o natural. Desde mi humilde punto de vista, más allá de la belleza arquitectónica del pueblo, resultan mucho más atractivos para visitar y contemplar los espacios naturales antes que los culturales. Entre estos últimos se destacan, por ejemplo, la placita del ajedrez que fue construida por Don Julio Diesemberg, un inmigrante alemán, y en la cual existe un tablero de ajedrez hecho en el piso con mosaicos blancos y negros en donde se pueden ubicar las distintas piezas del juego. Estas piezas fueron elaboradas en hierro y hojalata. Para poder jugar una partida hay que pedir las llaves del casillero en el cual se guardan las piezas en la oficina de turismo. Si uno recorre unos metros más por el camino principal del pueblo, se encuentra con la Plaza de los Pioneros, lugar que hace homenaje precisamente a los primeros habitantes del lugar. Esta es una plaza irregular cercada con vallas de madera y poblada por numerosos árboles. A través de ella, se puede unir el camino alto del bosque con el camino bajo sin necesidad de alargar el recorrido por las calles. En el camino alto, también se encuentra la Capilla de San Benito. Esta es una construcción pequeña que también fue diseñada por Helmut Cabjosky. Fue construida con materiales de la zona en 1967 con el fin de que permaneciera abierta a todos los credos cristianos. En su interior se encuentra la Figura de María y el Niño, especialmente tallada en la Escuela de Ebanistería de Obermmergan en Baviera. Desde costado exterior derecho de la capilla sale una escalera que desciende hacia el camino bajo. Está hecha de piedra y, cuando se baja por ella, se tiene la oportunidad de contemplar un tupido bosque poblado por las más variadas especies vegetales. Si se sigue el recorrido por el camino alto, uno tiene la posibilidad de llegar a la fuente. Ésta, al igual que la capilla, fue diseñada por el Ing. Helmut Cabjolsky y construida en madera de lapacho en 1942 como obsequio para el cumpleaños de su padre, el fundador del pueblo. Posee un cuenco que almacena el agua y está coronada por una campana que se hacía sonar como alarma en caso de incendio o emergencia. El agua que emana de ella es sumamente refrescante. Otros de los puntos de interés cultural que se pueden visitar y no alcanzamos a visitar son el Museo Mineralis y el Cementerio de las Grutas ubicado por la zona de la Confitería Lisbeth y el Cerro Wank.

     En cuanto a los espacios naturales, el primero que visitamos fue la Olla. Según dicen los lugareños, éste es uno de los rincones más visitados del arroyo Almbach. Se encuentra en uno de los extremos del pueblo, al casi finalizar el recorrido del camino bajo, y es el balneario predilecto por los visitantes durante los días del verano. Sus aguas son profundas, claras y frías. Está rodeado por un frondoso bosque de coníferas que contribuyen al aspecto refrescante del lugar. El sendero para arribar a la Olla no es muy complicado, sólo hay que recorrer unos treinta metros a través de un conjunto de piedras no demasiado irregulares. Luego seguimos el recorrido por lo que queda del camino bajo y nos dirigimos hacia el Lago de las Truchas. Éste lugar es otra pequeña olla plácida en el cauce del arroyo que se caracteriza por la gran cantidad de truchas arco iris que nadan allí. El espacio está habilitado para la pesca pero con devolución obligatoria de los peces extraídos del agua. Para llegar al Lago de las Truchas se debe caminar por otro sendero un poco más largo que el anterior pero que tampoco es demasiado dificultoso. Finalmente, volviendo por el camino bajo hacia la entrada de la Olla nos encontramos con la unión con el camino alto. Desde allí, uno puede dirigirse hacia la entrada del sendero de la Cascada Grande. Este sendero sí presenta una dificultad bastante considerable en su recorrido, no sólo por su extensión, que es mayor a la de los otros senderos, sino también por las pendientes en subida que hay que superar en su recorrido. Es más, unos metros antes de llegar a la Cascada hay que ascender por una escalera sumamente empinada y, cuando se llega a su máxima altura, hay que descender por un conjunto de piedras muy irregulares hacia el destino buscado. A pesar de su dificultad, el recorrido vale la pena. La Cascada Grande es uno de los espacios naturales más representativos de La Cumbrecita. Allí la naturaleza del lugar se manifiesta en todo su esplendor. El arroyo Almbach se abre paso en medio de una gran quebrada y produce un espectacular salto de agua de catorce metros de altura que se precipita sobre una olla de unos cinco metros de profundidad. Aquí, al igual que en la Olla,  el agua es sumamente fría. Según cuentan, otros espacios dignos de contemplar que no tuvimos la oportunidad de visitar por una cuestión de tiempo son el Cerro Wank y el Bosque de los Abedules. El camino que conduce al primero de estos lugares comienza en una pequeña pasarela de madera que atraviesa el arroyo Almbach frente a la tradicional confitería Lisbeth. Desde allí el sendero trepa por el corazón del bosque y, a medida que se va ganando altura, la vegetación se hace más escasa y rala. Desde allí también se puede observar los distintos rincones del pueblo. La cima del cerro se encuentra a 1715 metros de altura sobre el nivel del mar y permite apreciar no sólo La Cumbrecita sino también el contorno de las Sierras Grandes, las grandes extensiones de bosque y los diferentes puntos del Valle de Calamuchita. Para llegar al segundo de estos lugares, el Bosque de los Abedules, se debe realizar un recorrido de cinco horas que se puede iniciar desde la entrada de la Cascada Grande hacia la Cascada Escondida. Se dice que durante la primavera y el verano estos abedules se distinguen del resto de las especies vegetales por el color plateado de sus ramas y el verde intenso de sus hojas; aunque es en otoño cuando más deslumbrante resulta a causa de la increíble variedad de colores que va adquiriendo el follaje con el paso de los días.

     En su novela El evangelio según Van Hutten (1999), Abelardo Castillo hace transcurrir la historia precisamente en La Cumbrecita. En este texto, Castillo relata como un maduro profesor de historia descubre que el polémico arqueólogo Estanislao Van Hutten, dado por muerto, vive oculto de sus detractores en una perdida localidad de las sierras cordobesas. Van Hutten vive con un secreto que puede hacer tambalear las más arraigadas creencias religiosas. Las revelaciones que le hace al narrador sobre las Sagradas Escrituras se basan en el descubrimiento de los milenarios rollos del Mar Muerto y ponen en entredicho la versión oficial de la Iglesia sobre el origen y la vida de Jesucristo. En esta novela, Castillo también describe los diversos espacios del pueblo. La historia narrada transcurre en el año 1983, así que el pueblo descripto corresponde al de esta época. Según cuenta el narrador de la novela de Castillo, en ese tiempo, el último trayecto del camino estaba bordeado por pircas y era apenas transitable. Incluso el narrador le dice al chofer que lo traslada que el camino es bastante malo y éste, con su acento extranjero, le responde que es a propósito. El chofer describe al lugar y cuenta brevemente su historia de la siguiente manera: “Nunca arreglan el camino. No lo arreglan para que sea difícil llegar. Viven de la gente que llega a esos hoteles, pero no les gusta mucho la gente. Es un lugar muy hermoso, ya lo va a ver. Tal vez sea el lugar más hermoso de este país. Una aldea alpina en miniatura. Miles de árboles plantados a mano, uno a uno. Ellos llegaron hace cincuenta años, en burro. Hicieron todo este camino en burro, en mula o a caballo, vieron el lugar, imaginaron lo que podría llegar a ser y plantaron miles de árboles. Construyeron las casas y los hoteles. Hay un arroyo y una cascada entre los árboles. El arroyo se llamaba Mussolini, que me dice. Hay un cementerio allá arriba, a mis seiscientos metros de altura. Parece un parque. Si no fuera por los muertos uno podría quedarse a vivir ahí. Al final del camino principal hay una hoya con gansos. Casi todos ellos son alemanes pero en el cementerio hay dos tumbas judías. Los seres humanos son muy extraños. Del otro lado de la hoya de los gansos está la posada de Frau Lisa” (2006: 15-16).

Según lo que cuenta luego el narrador en la novela, el ascenso hacia el cementerio duraba casi una hora. El camino, que en su mayor parte era de piedra pura, terminaba abruptamente en la explanada de una meseta cubierta de pinos y cipreses. El cementerio estaba circundado por una verja de fierro y ocupaba un pequeño sector de la explanada. Se entraba a él por una puerta que formaba parte de la verja de fierro. El suelo estaba cubierto de hojas doradas. Había unos cuantos bancos de piedra, dispuestos para el descanso de los vivos más que el de los muertos. Estaban las dos tumbas judías coronadas por la estrella de David. En una cruz se leía la siguiente inscripción en latín: Stabit Crux Dum Volvitur Orbis  (Detente ante la cruz antes de volver al mundo). También había otra cruz dentro de una rueda (¿un símbolo templario?) y una lápida con una sola fecha, pero sobre todo había árboles y un silencio rumoroso hecho de pájaros y hojas. No era un cementerio sino un parque secreto en el cual ni siquiera las estelas funerarias recordaban a la muerte (2006: 58-59). De este modo, la novela de Castillo también es un testimonio acerca de la historia y la existencia de La Cumbrecita en donde se destaca tanto la belleza como el aislamiento del lugar. En La Cumbrecita es en el único sitio en el cual se puede esconder el arqueólogo “hereje” Estanislao Van Hutten, supuestamente muerto en 1975. Gracias a la obra de Castillo, La Cumbrecita no sólo es un espacio real sino que también es mucho más que eso, un espacio de ficción.    

   

sábado, 4 de abril de 2015

Un romance en progreso

Romance del enano

Que pidiera clemencia
le aconsejó su hermano,
 mas un juicio por combate
demandó el enano.

En el peor calabozo
lo encerró su hermana
para que esperara
la lucha a la mañana.

Un príncipe se ofreció
para ser su campeón.
A la Montaña eligió
la Casa del León.


El príncipe, con orgullo,
ganar la batalla creyó,
mas el feroz gigante
con fuerza sus ojos hundió.

Y frente a su padre
que ejercía como juez,
sin justicia ni piedad,
el enano condenado fue.