domingo, 19 de abril de 2015

El ser humano es una concordancia discordante

El pasado late en mi interior
como un segundo corazón.
El mar, John Banville.       

         En Historia y narratividad, Paul Ricoeur habla acerca de la concordancia discordante. ¿A qué se refiere con este concepto? Simplemente a la capacidad de algo o de alguien de ser el mismo durante el transcurso del tiempo, pero a la vez ir siendo otro. Es decir, hace referencia a la identidad de algo o de alguien como permanencia y cambio del sí mismo a los largo de la dimensión temporal. Por eso es que Ricoeur caracteriza a la identidad dinámica “mediante el conflicto que existe entre la exigencia de concordancia y el reconocimiento de las discordancias que […] ponen en peligro su identidad” (Ricoeur, 1999: 219). Desde este punto de vista, puede decirse que existen momentos puntuales de la vida en los cuales uno sigue siendo el que era, pero al mismo tiempo deja de serlo. Ahora bien, esta tensión entre la permanencia y el cambio en el proceso de construcción de una identidad narrativa puede percibirse con claridad en las novelas de dos escritores europeos contemporáneos: Zapatos italianos del sueco Henning Mankell y El mar del británico John Banville.

         Entre estas novelas se produce un juego de semejanzas y diferencias a partir del cual se configura la identidad narrativa de los protagonistas. Por empezar, hay que mencionar que ambas novelas están narradas en primera persona y pretenden contar una historia de vida particular. Según palabras de Ricoeur, una historia de vida se convierte en historia contada cuando a la dimensión temporal de la vida se le proporciona una dimensión lingüística (Ricoeur, 1999: 216). Es decir, cuando los hechos de una vida son narrados mediante palabras. También aquí es cuando Ricoeur plantea la existencia de una aporía y se pregunta “cómo podría el ser humano seguir siendo sumamente parecido si no existiera en él un núcleo inmutable que eludiese el cambio temporal”  y se responde que “la experiencia humana contradice por completo esta inmutabilidad del núcleo personal” (Ricoeur, 1999: 217). Es entonces en este momento cuando comienza a platearse la existencia de una concordancia discordante en la cual el ser humano es inmutable y mutable al mismo tiempo. Se dice que “la designación de una persona mediante el mismo nombre, desde que nace hasta que muere, parece implicar la existencia de dicho núcleo inmutable”, pero que simultáneamente “la experiencia del cambio corporal y mental contradice dicha mismidad” (Ricoeur, 1999: 217). Ahora bien, esos narradores en primera persona que pretenden contar sus historia de vida en la novelas de Mankell y de Banville tienen la particularidad semejante de ser hombres que se encuentran en una edad madura desde la cual rememoran su pasado.  Otra particularidad semejante entre ellos reside en el hecho de que ambos han sufrido una experiencia que ha alterado su rutina habitual y que actúa como disparadora para el recuerdo de los acontecimientos pasados. En el caso de Zapatos italianos, ese acontecimiento está relacionado con la repentina reaparición de Harriet, la antigua novia del Frank Welind. Mientras que en El mar, ese suceso tiene que ver con la muerte inesperada de Anna, la esposa de Max Morden. De esta manera, ambos personajes protagonistas comienzan a reconstruir sus recuerdos entre la memoria y el olvido, intentan recordar quiénes fueron a partir de lo que son. Se dan cuenta de que ese ser presente que son sólo puede haber sido a partir del que fueron y al mismo tiempo habiendo dejarlo de ser. Así es como la concordancia discordante de la cual hablaba Ricoeur se hace presente en estos relatos. Por ejemplo, Max Morden, al recordar el que quizás fuera el primer beso con Chloe Grace en el cine, se dice después de ese suceso: “Yo era yo y al mismo tiempo otro, alguien completamente distinto, alguien completamente nuevo” (EM, 125)[1]. Es por eso  que, al recordar también su enamoramiento hacia la señora Grace, se pregunta “en qué momento, de entre todos los momentos, nuestra vida no cambia completamente, totalmente, hasta el cambio más trascendental de todos” (EM, 35). De esta manera se da a entender entonces que el yo nunca permanece idéntico a sí mismo sino que, por el contrario, está sometido al cambio constante en todos los instantes de la vida. Así el yo nunca es definitivamente el yo sino que siempre está siendo otro.
         Asimismo, en Zapatos italianos, Harriet, al recordar su tiempo pasado con Frank Welind, le dice:
Hubo un tiempo en que sabía quién eras. Paseábamos por las calles de Estocolmo. Cuando, en mis recuerdos, caminamos por allí, siempre es primavera. Apenas si puedo evocar un día de oscuridad o de lluvia. El hombre que iba entonces a mi lado no es la misma persona que ahora tengo ante mí. Aquel hombre podía convertirse en cualquier cosa, salvo en un viejo solitario que vive en una isla remota. (ZI, 58)[2]
Ahora bien, ¿cuáles fueron los acontecimientos vitales que determinaron que Frank Welind dejara de ser es hombre joven y feliz que paseaba junto a su novia por las calles de Estocolmo para pasar a ser “un viejo solitario que vive en una isla remota”? Esa es la pregunta que va a intentar ser respondida a lo largo de este escrito, no sólo en referencia al protagonista de la novela de Mankell sino también al de la de Banville.

         Como se decía anteriormente, esa concordancia discordante que es el yo se reconfigura a partir del recuerdo de un tiempo vivido en el pasado. Con respecto a esta idea, en La lectura del tiempo pasado, Paul Ricoeur señala que la memoria individual se caracteriza por constituir por sí sola un criterio de identidad personal. Según éste autor, “la memoria es una extensión en el tiempo de la identidad reflexiva que hace que uno sea igual a sí mismo”[3] (Ricoeur, 1999: 16). Además también señala que “el vínculo original de la conciencia con el pasado reside en la memoria […] la memoria es el presente en el pasado” (Ricoeur, 1999: 16). Entonces, recordar es traer el pasado hacia el presente, es hacer existir lo que ya no existe, lo que ha existido. En este sentido, Max Morden, en la novela de Banville, piensa que “uno podría volver a vivir otra vez toda su existencia sólo con que pudiera esforzarse lo suficiente en recordar” (EM, 137). De este modo, la memoria es concordancia del sí mismo en cuanto “garantiza la continuidad temporal de la persona” (Ricoeur, 1999: 16). Así es como esa continuidad entre el pasado y el presente le permite a los seres humanos remontarse sin solución de continuidad desde la actualidad vivida ahora hasta los acontecimientos más lejanos de la infancia. Sin dudas, algo de esto sucede con los protagonistas de las novelas de Mankell y de Banville. En ambos casos, ellos se remontan hacia el pasado a través de la memoria con el fin de reconocer su yo presente; los hechos vividos en el pasado son, en cierto modo, los que determinan su ser actual. En el caso de Max Morden determinan la existencia de ese viudo triste que emprende un viaje de retorno hacia el lugar en el cual pasaba los veranos durante su infancia. Mientras que en el de Frank Welind señalan el ser de ese viejo solitario que vive recluido en una isla remota.

          Sin embargo, “uno no recuerda sólo, sino con ayuda de los recuerdos de otro” (Ricoeur, 1999: 17). Así la memoria no es únicamente individual sino que también se hace colectiva. Este fenómeno puede verse en los personajes de las dos novelas. Por ejemplo, uno se puede preguntar por qué Max Morden regresa a Ballyless. Y una de las respuestas posibles es que lo hace para reconstruir las muertes de Chloe y Myles Grace a partir del relato de Rose Vavassour, la antigua institutriz de los niños y la actual administradora de la pensión de los Cedros, la otra testigo presencial de ese hecho. Las muertes precoces de los hermanos fueron, sin dudas, uno de los hechos (si no “el hecho”) traumáticos del pasado de Max Morden, uno de esos hechos que determinaron su ser actual. Es por eso que Max tiene preguntas y necesita respuestas. Y para eso recurre a Rose. Piensa que ella conoce las preguntas que quiere formularle, las preguntas que se muere por expresar sin haber tenido el valor de decirlas (EM, 206). Desea preguntarle si se culpa por la muerte de los niños o si está convencida de que el hecho de que se ahogaran juntos fue un accidente u otra cosa (EM, 208). Y si fue otra cosa, ¿qué otra cosa pudo haber sido? ¿Tal vez un acto final de rebeldía hacia esa institutriz a la que pretendían humillar constantemente? ¿Una represalia ante las órdenes que no deseaban obedecer? Sin dudas, esas son preguntas a las cuales ni Max ni nadie  pueden responderse por sí solos.
         En Zapatos italianos sucede algo similar, pues aquí también los personajes buscan a otros personajes con el fin de encontrar ciertas respuestas con respecto a los hechos de su pasado. Por ejemplo, Harriet busca a Frank con el fin de que cumpla una antigua promesa, pero también lo busca (aunque no lo declare explícitamente) para saber porqué la abandonó tan repentinamente en el pasado, así también como para revelarle la existencia de una hija en común. De esta manera, Frank deja de ser el viejo solitario que se recluye en una isla para pasar a ser el padre de una hija a la cual no conoce. Por otra parte, Frank también busca a Agnes, la joven nadadora a la cual le amputó el brazo por equivocación, con el fin de saber si ha podido ser perdonado por su error, un error que determinó que el médico reconocido pasara ser el viejo solitario. Así, a lo largo de la historia y de los recuerdos, se pueden notar las distintas identidades de esa concordancia discordante que es el protagonista de novela de Mankell, pues así como ahora es el viejo solitario antes también fue el joven enamorado o el médico reconocido y de la misma manera después será el padre de una mujer de 35 años.

        Por otra parte, los recuerdos que configuran los relatos de ambos personajes se construyen entre la memoria y el olvido. Por eso, el pasado nunca es el que realmente fue sino el que se construye de manera imaginaria a lo largo de los años. Por ejemplo, en El mar, cuando Max recuerda un diálogo que tuvo con Chloe después de salir del cine el día del beso, se dice (o nos dice):
    Pero esperad, algo no funciona. Este no puede haber sido el día del beso. Cuando salimos del cine era ya el ocaso, había llovido, y ahora es media tarde, de ahí ese sol tibio, esa brisa serpenteante. ¿Y dónde está Myles? Había ido con nosotros al cine, así pues, ¿dónde se había metido, él, que nunca se separaba del lado de su hermana a no ser para que lo echaran? De verdad, Madame Memoria, retiro todos mis elogios, si es que quien actúa es la Memoria y no otra musa, más fantasiosa. (EM, 139)
A partir de este fragmento de la novela de Banville pueden señalarse varios aspectos pertinentes para el análisis de la relación entre memoria y olvido. En primer lugar, es válido reconocer que cuando se cuenta un hecho acontecido en la realidad  nunca se cuenta el hecho en sí tal cual sucedió, sino que lo que se cuenta es ese hecho pero desde una perspectiva personal. Por lo tanto, si resulta ciertamente dificultoso contar un hecho sucedido en el presente o en un pasado reciente de manera exacta y fiel, aún más dificultoso debe resultar contar un hecho sucedido en un pasado lejano, pues allí no sólo influirá la perspectiva personal sino también las erosiones que el olvido pueda haber provocado en la memoria.
          Es por ello que Ricoeur en la Introducción de La lectura del tiempo pasado adelanta que su investigación va a desarrollarse entre el polo de la memoria, en cuanto ente del tiempo, y el del olvido, en cuanto obra del tiempo destructor (Ricoeur, 1999: 12). Asimismo, Marc Augé en Las formas del olvido reconoce que
es evidente que nuestra memoria quedaría pronto “saturada” si tuviésemos que conservar todas las imágenes de nuestra infancia […]. Pero lo interesante es lo que queda de todo ello […] lo que queda es el producto de una erosión provocada por el olvido. Los recuerdos son moldeados por el olvido como el mar moldea los contornos de la orilla. (1998, 27)
En este sentido, es interesante la asociación que se establece entre el mar como el olvido y la orilla como el recuerdo. Sin dudas, la metáfora marina utilizada por Augé remite inmediatamente al título de la obra de Banville. Y es entonces cuando uno se pregunta por qué la novela del escritor británico se titula precisamente de esa manera. Tal vez para obtener una respuesta a este interrogante sea útil recordar la frase final de la novela. Luego de la muerte de Anna, dice Max: “Una enfermera vino a buscarme. Me di la vuelta y la seguí hacia el interior del hospital, y fue como si me adentrara en el mar” (EM, 219). ¿Cómo puede ser interpretada esta frase final? Según Max, el mar era el espacio donde pasaba el verano junto a su familia pero también es el espacio en el cual desaparecen los hermanos Grace. En tal sentido, el mar marca el fin de una etapa en la vida del protagonista, pues el suceso traumático de la muerte de Chloe y Myles señala el fin de su infancia. De la misma manera, la entrada al hospital después de la muerte de su esposa también puede señalar el fin de la edad madura y el adentramiento en la vejez.
          Ahora bien, ¿cómo el mar puede asociarse al olvido según la metáfora de Augé? Si se tiene en cuenta la interpretación anterior, el mar como cierre de las etapas de la vida del protagonista inscribe a esos momentos de su historia personal en el pasado, un pasado que sólo puede ser reconstruido a partir de la memoria, es decir, en las orillas del recuerdo. Pero también es un pasado erosionado por el mar del olvido en el mismo instante en que intenta ser recordado. De un modo similar, el mar, sobre todo el mar helado, también cumple una función importante en la novela de Mankell, pues es el espacio en el cual Frank Welind pretende refugiarse después de haber cometido el error que marcó su vida. El mar es el espacio en el cual pretende olvidar su pasado, pero también es el lugar en el que pretende ser olvidado por los demás. En tal sentido, es el espacio en el cual el protagonista pretende cancelar el relato de su vida a partir del olvido. Pero el olvido no es la cancelación del relato de la vida sino que, por el contrario, es uno de los factores que junto a la memoria lo configuran. Es por eso que Augé postula que “el olvido es, en suma, la fuerza viva de la memoria y el recuerdo es el producto de ésta” (1998, 28).
          En segundo lugar, volviendo al fragmento citado de la novela de Banville, se puede ver como Max se pregunta si es la Memoria la que actúa en la construcción de los recuerdos o si es alguna otra cosa más fantasiosa. Desde este punto de vista, también puede ser válido analizar cómo funcionan los cruces entre memoria e imaginación en el relato de una historia de vida. Se puede pensar que si existen espacios en blanco en la memoria que han sido erosionados por el olvido, tal vez esos espacios hayan sido llenados por la imaginación. Así sería entonces la manera en que Max Morden, al no recordar con exactitud los sucesos acaecidos en su infancia, se vería obligado a completarlos con el recurso imperfecto de la imaginación. Así, con respecto a estos supuestos vínculos que existen entra la memoria y la imaginación, Ricoeur reconoce que ambas operaciones mentales cumplen una función común, la de hacer presente algo ausente (Arrecife, 1999: 24). Sin embargo, también señala que, mientras “la memoria desea y asume la labor […] de ser fiel y exacta” (es decir, de tener una pretensión veritativa), la imaginación “tiende a situarse espontáneamente en el ámbito de la ficción, de lo irreal, de lo virtual o de lo posible” (Ricoeur, 1999: 29-30). No obstante, Ricoeur tampoco puede dejar de reconocer la poca fiabilidad de la memoria a medida que transcurre el tiempo y señala que en este punto la teoría de la memoria sufre la mayor incursión de la teoría de la imaginación (Ricoeur, 1999: 30). Aún así, sigue insistiendo con la mayor adecuabilidad que la memoria tiene con respecto a un relato que se pretenda verdadero en oposición a un supuesto relato ficticio que sea originado a partir de la imaginación.
          Es en este punto, finalmente, en el cual Augé entra en discusión con Ricoeur, en el de la consideración del término “ficción” (asociado a imaginación). Y es así como cuestiona la idea de Ricoeur acerca del paso de una mímesis primaria a una secundaria en un proceso de transformación en el cual el conjunto de las mediaciones simbólicas se plasman en una configuración narrativa. De esta manera, Augé también cuestiona el sentido de la ficción como lo opuesto a lo verdadero y se pregunta si la vida se hace relato a través de la sintaxis simbólica o si la vida ya es un relato en sí misma. Desde ese punto de vista, las configuraciones narrativas ya no pueden ser calificadas como verdaderas o falsas según se aproximen más o menos a lo pretendidamente real sino que simplemente son configuraciones que pretenden reflejar un aspecto de la realidad. A partir de este hecho entonces, novelas como las de Mankell o la de Banville, que supuestamente narran historias de vida originadas a partir de la imaginación de un autor, pueden tener el mismo estatuto ontológico que novelas tales como La invención de la soledad de Paul Auster o Nada se opone a la noche de Delphine De Vigan, las cuales supuestamente pretenden narrar hechos recordados por la memoria de sus autores. Es así como nos terminamos preguntando entonces dónde se dibuja el límite entre la memoria y la imaginación, entre la realidad y la ficción.
Bibliografía
AUGÉ, Marc (1998). Las formas del olvido. Gedisa, Barcelona.
BANVILLE, John (2006). El mar. Anagrama, Barcelona.
MANKELL, Henning  (2014). Zapatos italianos. Tusquets, Buenos Aires.
RICOUER, Paul (1999). La lectura del tiempo pasado: memoria y olvido. Arrecife, Madrid.
RICOEUR, Paul (1999). Historia y narratividad. Paidós, Barcelona.    
        



[1]  Las citas referidas a las novelas analizadas se indicarán con la iniciales de su título y la página correspondiente.
[2] El destacado en cursivas me pertenece.
[3] En este caso, las cursivas le pertenecen al autor citado

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