En
primera instancia, la novela Caín
(2009) de José Saramago puede ser leída como una fábula acerca del poder y la
resistencia. Desde ese punto de vista, en El
poder, una bestia magnífica, un libro de entrevistas realizadas a Michel
Foucault, el autor francés reconoce que “las relaciones de poder son las que
los aparatos de Estado ejercen sobre los individuos, pero asimismo la que el
padre de familia ejerce sobre su mujer y
sus hijos, el poder ejercido por el médico, el poder ejercido por el notable,
el poder que el dueño ejerce en su fábrica sobre sus obreros” (2012: 42). Por
lo tanto, según lo expuesto por Foucault, puede decirse que el poder aparece
por todos lados, no sólo en los mecanismos del Estado. Sin embargo, Foucault
también reconoce que “el avance del poder provoca como contragolpe un
movimiento de resistencia” (2012: 46). Pues bien, si se parte desde estos conceptos, entonces, la relación entre poder y resistencia es una lectura posible que puede ser realizada con respecto a esta novela del Nobel portugués.
En relación con estas ideas, entonces, en
el primer diálogo que sostiene el protagonista de la historia con Dios (sin
dudas, Saramago escribiría Su sagrado nombre con minúscula), luego de haber
matado a su hermano Abel, el
Señor dice con cierto autoritarismo ante los cuestionamientos del primer homicida: “Yo soy el dueño soberano de todas las
cosas”. Sin embargo, Caín no se atemoriza frente a Su posible enojo y le
responde: “Y de todos los seres, pero no de mi persona ni de mi libertad”. Por lo tanto, ya desde el primer momento, en el texto de Saramago, Dios pretende
imponerse como el poder absoluto mientras que Caín se ubica en el lugar de la
resistencia, del cuestionamiento ante las decisiones del Padre. Ese
intercambio de palabras continua y Dios reconviene a su siervo calificando su
discurso como “sedicioso”. No obstante, otra vez Caín se arma de coraje y
responde: “Benditos sean los que eligieron la sedición porque de ellos será el
reino de la tierra” (2009: 40-41). En consecuencia, a partir de estas palabras, puede decirse que el
discurso de Caín no es solamente un discurso de resistencia ante el poder sino
que también es uno de rebelión, pues en él opone el posible reino de los cielos
destinado a quienes obedezcan al Señor con el posible reino de la tierra
destinado a los hombres que se le rebelen. De esta manera, al poder, la
obediencia y la esclavitud se le oponen las ideas de resistencia, rebelión y
libertad. Los arbitrarios preceptos del poder son cuestionados desde el libre
albedrío de la resistencia. El poder tiende a ser conservador en cuanto intenta
preservar un orden establecido, en tanto que la resistencia tiende a ser
revolucionaria en cuanto intenta cambiar dicho orden.
Sin embargo, el poder que intenta ejercer
Dios sobre Caín no es el único poder que se ejerce en la novela. En su comienzo, Adán también intenta ejercer su poder de
hombre sobre Eva, la mujer. Lilith, la fortuita amante de Caín, ejerce el poder
de su belleza no sólo sobre su marido sino también sobre la gente de la tierra
de Nod. De ella se dice que “es quien gobierne el rebaño” (2009: 55), pero
también “se dice que es bruja, capaz de enloquecer a un hombre con sus
hechizos”, que los hombres que tuvieron comercio carnal con ella terminaron
transformados en espectros, en sombras de lo que habían sido (2009: 57) De la misma manera, Abraham ejerce su poder
como padre sobre su hijo Isaac, su poder como marido sobre su mujer Sara o su
poder como amo sobre su esclava Agar; Moisés ejerce su poder como patriarca y
líder espiritual del pueblo de Israel; Noe ejerce su poder como jefe de familia y como constructor del arca. Y de la misma manera que Caín se resiste
y cuestiona los “inescrutables” designios de Dios, algunos personajes oponen
cierta resistencia ante quienes pretenden ejercer el poder sobre ellos. Noah,
el marido de Lilith, por ejemplo, se resiste a ser engañado por ésta y por
Caín. Isaac, el hijo de Abraham, cuestiona la fe de su padre luego de que Caín
lo ha salvado de morir como víctima de un sacrificio solicitado por el Señor.
El pueblo de Israel decide adorar a un becerro de oro luego de que Dios y su
patriarca Moisés han dado muestras de ausencia. Desde ese punto de vista, tal
como lo reconoce Foucault, tanto las relaciones de poder como las de
resistencia no son únicas y no se dan en una sola dirección sino que más bien son múltiples y
pluridimensionales.
Por otra parte, del mismo modo que El evangelio según Jesucristo (1991) es
una relectura crítica acerca del Nuevo Testamento, Caín también lo es con respecto al Antiguo Testamento. Todo aquello que es
asumido como incuestionable en la historia de Dios y sus patriarcas antes de la
llegada de Jesucristo es objeto de un cuestionamiento en esta segunda obra de
Saramago. La infalibilidad del Señor es puesta en duda, por ejemplo, cuando el
ángel que envía para salvar a Isaac del sacrificio impuesto llega tarde
y el pobre muchacho, entonces, ha tenido que ser salvado por el estigmatizado
Caín. Igualmente es puesta en duda su justicia cuando decide aceptar
arbitrariamente las ofrendas de Abel pero no las de su hermano Caín y ocasiona así
la enemistad entre ambos. Por eso, cuando Dios lo interpela, Caín manifiesta
que el Señor es tan responsable como él por el asesinato de su hermano y le dice,
refiriéndose a la muerte de su hermano, “yo fui el brazo ejecutor, pero la
sentencia fue dictada por ti […] Tan
ladrón es el que va a la viña como el que se queda vigilando la guarda” (2009:
40). Desde ese punto de vista, Dios es tan culpable de la muerte de Abel como
el mismo Caín.
Ahora bien, esta novela de Saramago no
sólo cuenta las vicisitudes de la vida de Caín sino que también narra algunos
de los acontecimientos más notorios del Antiguo Testamento. En Caín se narran las historias de Abraham, de la Torre de Babel, de Sodoma y Gomorra, de Moisés, de Josúe, de Job o de Noé. ¿Cómo se realiza
esto si por una cuestión de naturaleza la vida de un hombre tal como lo es Caín
no alcanza para abarcar un período tan extenso de tiempo? Para esto, Saramago
recurre a un mecanismo de ficción en el cual el protagonista de la historia no
vive su único presente sino que vive constantes y múltiples presentes que le
permiten presenciar los distintos hechos que sucedieron en aquellas antiguas
épocas. Cuando regresa a las tierras de Nod, luego de un largo peregrinaje,
Caín le dice a Lilith que para ver las cosas que todavía no sucedieron él no
estuvo en el futuro sino que estuvo en otro presente, o más bien, en otros
presentes. Dice que realmente estaba allí, que se encontraba en otro presente,
pues lo que había sido futuro dejaba de serlo, el mañana era ahora (2009: 140).
De este modo, Caín “viaja” a través del tiempo bíblico y puede presenciar los
acontecimientos más importantes de aquella época, los acontecimientos narrados
en el Antiguo Testamento.
Finalmente, además del tema del poder y la
resistencia, otro de los temas polémicos planteados tanto en El evangelio según Jesucristo como en Caín es el de la posible maldad de Dios.
En la primera de estas novelas, cuando Pastor (el Diablo) se encuentra reunido
con Dios y Jesús en una barca en medio del lago ocultos tras la niebla, dice: “Hay
que ser Dios para complacerse en tanta sangre” (1993:300). ¿Por qué el Diablo
dice esto? Lo dice porque Dios, ante un pedido de Jesús, ha contado todo lo que
va a suceder luego de que su hijo sea
crucificado, ha contado por ejemplo que los cimientos de la futura Iglesia,
para quedar bien firmes, “tendrán que ser excavados en carne, y estar
compuestos de un cemento de renuncias, lágrimas, dolores, torturas, de todas
las muertes imaginables hoy, y otras que solo en el futuro serán conocidas”
(1993: 292). Y todas esas muertes ocurrirán como una condición del poder del
futuro dios de toda la humanidad, todas esas muertes serán una condición para
la expansión de su poder, nada más ni nada menos. De la misma manera, Caín,
después de presenciar varios de los funestos hechos narrados en el Antiguo
Testamento, concluye que “sólo un loco sin conciencia de sus actos admitiría
ser el culpable directo de la muerte de cientos de miles de personas y se
comportaría luego como si nada hubiese sucedido, salvo que, y pudiera ser, no
se tratara de locura, la involuntaria, la auténtica, sino de pura y simple
maldad” (2009: 142). Desde este punto de vista, en ambas novelas se cuestiona
la tan remanida frase acerca de que los designios del Señor son inescrutables y
se pone sobre el tapete, no sólo la posible inexistencia de Dios, sino también
su posible maldad. En este sentido, las novelas de Saramago no dejan de
responder a la tradición humanista del Cándido
de Voltaire.
Bibliografía
FOUCAULT,
Michel (2012). El poder, una bestia
magnífica. Buenos Aires, Siglo XXI.
SARAMAGO, José (2009). Caín. Buenos Aires, Alfaguara.
SARAMAGO, José (1993). El Evangelio según Jesucristo. Buenos Aires, Seix Barral.
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