domingo, 5 de abril de 2015

Viaje a La Cumbrecita

     La Cumbrecita es un pintoresco pueblo cordobés ubicado en el departamento de Calamuchita. Desde Córdoba se puede llegar a él saliendo por la ruta provincial 5 que a la altura de Alta Gracia se convierte en la ruta provincial 52. Desde allí se prosigue el camino dirigiéndose hacia Villa General Belgrano, pero unos 8 kilómetros antes de llegar a esta localidad y unos kilómetros luego de pasar Ciudad Parque Los Reartes se debe doblar hacia la derecha. Antes de llegar a este punto, uno tiene la oportunidad de transitar por el costado del Embalse Los Molinos. Aquí, el paisaje es simplemente espectacular, pero el camino es bastante complicado no por su estado que es excelente sino por las continuas curvas, contracurvas, pendientes en bajada y en subida que lo conforman. Una vez llegado a la desviación a la derecha antes mencionada, se debe proseguir el camino durante unos 33 kilómetros aproximadamente. En este camino se pasa al costado de las localidades de Atos Pampa, Inti Yaco, Villa Alpina y Villa Berna. Una vez recorrido ese trecho, el camino se hace empedrado y luego de recorrerlo aproximadamente durante un kilómetro se tiene la oportunidad de llegar al destino deseado. Una de las principales características de esta localidad es que es un lugar preponderantemente peatonal. Sólo pueden ingresar en sus vehículos sus habitantes y los distintos visitantes que se alojan en los hoteles y hosterías del pueblo. El resto de los visitantes, los que vienen durante el día, deben dejarlos en un estacionamiento en las afueras del mismo que se encuentra habilitado para tal función.

     Según la información brindada por su página de internet, cuando Helmut Cabjolsky llegó al lugar, La Cumbrecita era un campo perdido en el corazón de las Sierras Grandes de Córdoba. Para llegar había tenido que recorrer unos 700 kilómetros en tren desde Buenos Aires hasta Alta Gracia, luego más de 30 kilómetros en auto y finalmente había cabalgado durante más de tres horas por un sendero apenas dibujado en el terreno. Cabjolsky había nacido en Berlín en 1892 y llegó a Argentina con 40 años de edad, junto a su mujer y a sus dos hijos, para hacerse cargo de la gerencia de la sucursal de la empresa Siemens en Buenos Aires. En 1934 compró los terrenos en los cuales actualmente se encuentra ubicado el pueblo. Ese mismo año fueron enviados a Argentina desde Europa Federico y Enrique Behrend, los cuñados de Cabjolsky. Su misión era trazar el camino de acceso al lugar y comenzar con la forestación. Durante ese año, los hermanos Behrend vivieron en carpas, pero aún así desarrollaron un vivero local, cercaron el campo para impedir el paso de los animales, trazaron una huella desde el pueblo más cercano e iniciaron la forestación de la región. La primera edificación del pueblo se comenzó a construir en 1935. Fue una casa de adobe con ocho habitaciones en donde se albergaría la familia durante el verano. Los materiales utilizados para la construcción se adquirían en Alta Gracia, a más de 50 kilómetros del lugar. En poco tiempo, a causa de la llegada de algunos conocidos de la familia, la casa comenzó a funcionar como una pequeña hostería. Algunos de esos visitantes, atraídos por la belleza de la zona, se convirtieron en los primeros habitantes del pueblo. A partir de ese momento, varias familias tanto de origen centroeuropeo como criollo fueron llegando al pueblo, se instalaron y determinaron su identidad cultural. Con el paso del tiempo, el lugar creció y se transformó en una villa alpina que despertó el interés turístico de los futuros visitantes.

     Apenas uno llega La Cumbrecita y pasa por la oficina de turismo, le entregan un mapa en el cual se señala un posible recorrido por el lugar y sus puntos de interés cultural o natural. Desde mi humilde punto de vista, más allá de la belleza arquitectónica del pueblo, resultan mucho más atractivos para visitar y contemplar los espacios naturales antes que los culturales. Entre estos últimos se destacan, por ejemplo, la placita del ajedrez que fue construida por Don Julio Diesemberg, un inmigrante alemán, y en la cual existe un tablero de ajedrez hecho en el piso con mosaicos blancos y negros en donde se pueden ubicar las distintas piezas del juego. Estas piezas fueron elaboradas en hierro y hojalata. Para poder jugar una partida hay que pedir las llaves del casillero en el cual se guardan las piezas en la oficina de turismo. Si uno recorre unos metros más por el camino principal del pueblo, se encuentra con la Plaza de los Pioneros, lugar que hace homenaje precisamente a los primeros habitantes del lugar. Esta es una plaza irregular cercada con vallas de madera y poblada por numerosos árboles. A través de ella, se puede unir el camino alto del bosque con el camino bajo sin necesidad de alargar el recorrido por las calles. En el camino alto, también se encuentra la Capilla de San Benito. Esta es una construcción pequeña que también fue diseñada por Helmut Cabjosky. Fue construida con materiales de la zona en 1967 con el fin de que permaneciera abierta a todos los credos cristianos. En su interior se encuentra la Figura de María y el Niño, especialmente tallada en la Escuela de Ebanistería de Obermmergan en Baviera. Desde costado exterior derecho de la capilla sale una escalera que desciende hacia el camino bajo. Está hecha de piedra y, cuando se baja por ella, se tiene la oportunidad de contemplar un tupido bosque poblado por las más variadas especies vegetales. Si se sigue el recorrido por el camino alto, uno tiene la posibilidad de llegar a la fuente. Ésta, al igual que la capilla, fue diseñada por el Ing. Helmut Cabjolsky y construida en madera de lapacho en 1942 como obsequio para el cumpleaños de su padre, el fundador del pueblo. Posee un cuenco que almacena el agua y está coronada por una campana que se hacía sonar como alarma en caso de incendio o emergencia. El agua que emana de ella es sumamente refrescante. Otros de los puntos de interés cultural que se pueden visitar y no alcanzamos a visitar son el Museo Mineralis y el Cementerio de las Grutas ubicado por la zona de la Confitería Lisbeth y el Cerro Wank.

     En cuanto a los espacios naturales, el primero que visitamos fue la Olla. Según dicen los lugareños, éste es uno de los rincones más visitados del arroyo Almbach. Se encuentra en uno de los extremos del pueblo, al casi finalizar el recorrido del camino bajo, y es el balneario predilecto por los visitantes durante los días del verano. Sus aguas son profundas, claras y frías. Está rodeado por un frondoso bosque de coníferas que contribuyen al aspecto refrescante del lugar. El sendero para arribar a la Olla no es muy complicado, sólo hay que recorrer unos treinta metros a través de un conjunto de piedras no demasiado irregulares. Luego seguimos el recorrido por lo que queda del camino bajo y nos dirigimos hacia el Lago de las Truchas. Éste lugar es otra pequeña olla plácida en el cauce del arroyo que se caracteriza por la gran cantidad de truchas arco iris que nadan allí. El espacio está habilitado para la pesca pero con devolución obligatoria de los peces extraídos del agua. Para llegar al Lago de las Truchas se debe caminar por otro sendero un poco más largo que el anterior pero que tampoco es demasiado dificultoso. Finalmente, volviendo por el camino bajo hacia la entrada de la Olla nos encontramos con la unión con el camino alto. Desde allí, uno puede dirigirse hacia la entrada del sendero de la Cascada Grande. Este sendero sí presenta una dificultad bastante considerable en su recorrido, no sólo por su extensión, que es mayor a la de los otros senderos, sino también por las pendientes en subida que hay que superar en su recorrido. Es más, unos metros antes de llegar a la Cascada hay que ascender por una escalera sumamente empinada y, cuando se llega a su máxima altura, hay que descender por un conjunto de piedras muy irregulares hacia el destino buscado. A pesar de su dificultad, el recorrido vale la pena. La Cascada Grande es uno de los espacios naturales más representativos de La Cumbrecita. Allí la naturaleza del lugar se manifiesta en todo su esplendor. El arroyo Almbach se abre paso en medio de una gran quebrada y produce un espectacular salto de agua de catorce metros de altura que se precipita sobre una olla de unos cinco metros de profundidad. Aquí, al igual que en la Olla,  el agua es sumamente fría. Según cuentan, otros espacios dignos de contemplar que no tuvimos la oportunidad de visitar por una cuestión de tiempo son el Cerro Wank y el Bosque de los Abedules. El camino que conduce al primero de estos lugares comienza en una pequeña pasarela de madera que atraviesa el arroyo Almbach frente a la tradicional confitería Lisbeth. Desde allí el sendero trepa por el corazón del bosque y, a medida que se va ganando altura, la vegetación se hace más escasa y rala. Desde allí también se puede observar los distintos rincones del pueblo. La cima del cerro se encuentra a 1715 metros de altura sobre el nivel del mar y permite apreciar no sólo La Cumbrecita sino también el contorno de las Sierras Grandes, las grandes extensiones de bosque y los diferentes puntos del Valle de Calamuchita. Para llegar al segundo de estos lugares, el Bosque de los Abedules, se debe realizar un recorrido de cinco horas que se puede iniciar desde la entrada de la Cascada Grande hacia la Cascada Escondida. Se dice que durante la primavera y el verano estos abedules se distinguen del resto de las especies vegetales por el color plateado de sus ramas y el verde intenso de sus hojas; aunque es en otoño cuando más deslumbrante resulta a causa de la increíble variedad de colores que va adquiriendo el follaje con el paso de los días.

     En su novela El evangelio según Van Hutten (1999), Abelardo Castillo hace transcurrir la historia precisamente en La Cumbrecita. En este texto, Castillo relata como un maduro profesor de historia descubre que el polémico arqueólogo Estanislao Van Hutten, dado por muerto, vive oculto de sus detractores en una perdida localidad de las sierras cordobesas. Van Hutten vive con un secreto que puede hacer tambalear las más arraigadas creencias religiosas. Las revelaciones que le hace al narrador sobre las Sagradas Escrituras se basan en el descubrimiento de los milenarios rollos del Mar Muerto y ponen en entredicho la versión oficial de la Iglesia sobre el origen y la vida de Jesucristo. En esta novela, Castillo también describe los diversos espacios del pueblo. La historia narrada transcurre en el año 1983, así que el pueblo descripto corresponde al de esta época. Según cuenta el narrador de la novela de Castillo, en ese tiempo, el último trayecto del camino estaba bordeado por pircas y era apenas transitable. Incluso el narrador le dice al chofer que lo traslada que el camino es bastante malo y éste, con su acento extranjero, le responde que es a propósito. El chofer describe al lugar y cuenta brevemente su historia de la siguiente manera: “Nunca arreglan el camino. No lo arreglan para que sea difícil llegar. Viven de la gente que llega a esos hoteles, pero no les gusta mucho la gente. Es un lugar muy hermoso, ya lo va a ver. Tal vez sea el lugar más hermoso de este país. Una aldea alpina en miniatura. Miles de árboles plantados a mano, uno a uno. Ellos llegaron hace cincuenta años, en burro. Hicieron todo este camino en burro, en mula o a caballo, vieron el lugar, imaginaron lo que podría llegar a ser y plantaron miles de árboles. Construyeron las casas y los hoteles. Hay un arroyo y una cascada entre los árboles. El arroyo se llamaba Mussolini, que me dice. Hay un cementerio allá arriba, a mis seiscientos metros de altura. Parece un parque. Si no fuera por los muertos uno podría quedarse a vivir ahí. Al final del camino principal hay una hoya con gansos. Casi todos ellos son alemanes pero en el cementerio hay dos tumbas judías. Los seres humanos son muy extraños. Del otro lado de la hoya de los gansos está la posada de Frau Lisa” (2006: 15-16).

Según lo que cuenta luego el narrador en la novela, el ascenso hacia el cementerio duraba casi una hora. El camino, que en su mayor parte era de piedra pura, terminaba abruptamente en la explanada de una meseta cubierta de pinos y cipreses. El cementerio estaba circundado por una verja de fierro y ocupaba un pequeño sector de la explanada. Se entraba a él por una puerta que formaba parte de la verja de fierro. El suelo estaba cubierto de hojas doradas. Había unos cuantos bancos de piedra, dispuestos para el descanso de los vivos más que el de los muertos. Estaban las dos tumbas judías coronadas por la estrella de David. En una cruz se leía la siguiente inscripción en latín: Stabit Crux Dum Volvitur Orbis  (Detente ante la cruz antes de volver al mundo). También había otra cruz dentro de una rueda (¿un símbolo templario?) y una lápida con una sola fecha, pero sobre todo había árboles y un silencio rumoroso hecho de pájaros y hojas. No era un cementerio sino un parque secreto en el cual ni siquiera las estelas funerarias recordaban a la muerte (2006: 58-59). De este modo, la novela de Castillo también es un testimonio acerca de la historia y la existencia de La Cumbrecita en donde se destaca tanto la belleza como el aislamiento del lugar. En La Cumbrecita es en el único sitio en el cual se puede esconder el arqueólogo “hereje” Estanislao Van Hutten, supuestamente muerto en 1975. Gracias a la obra de Castillo, La Cumbrecita no sólo es un espacio real sino que también es mucho más que eso, un espacio de ficción.    

   

No hay comentarios:

Publicar un comentario