¿Qué es un fantasma?
Un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez.
Algo muerto que parece por momentos vivo aún.
Un sentimiento suspendido en el tiempo como un insecto
atrapado en ámbar.
El espinazo del diablo.
Se dice que el Hotel Edén en La Falda está
habitado por fantasmas. Muchas historias sobrenaturales se cuentan acerca del
lugar. Las leyendas urbanas forman parte de su mitología. Se cuenta, por
ejemplo, que en los primeros años del hotel una niña llamada Ana murió en una
de las habitaciones del hotel a causa de la tuberculosis. Desde ese entonces,
por lo tanto, la niña vaga por sus pasillos esperando que sus padres la vengan
a buscar. Se dice que sus apariciones espectrales no se producen tanto durante
las visitas nocturnas sino más bien en las diurnas. Se dice que prefiere
manifestarse frente a los niños antes que frente a los adultos. De estos
últimos prefiere ocultarse. Ariel, uno de los guías del hotel, cuenta que una
vez, durante una visita diurna, una niña se resistía a continuar con el
recorrido del lugar. Decía que quería quedarse con una nena que la había
invitado a jugar. La niña, entonces, tuvo que ser llevada a la fuerza por sus
padres detrás del guía. Luego de hacer el recorrido pautado, Ariel sintió curiosidad
con respecto al lugar exacto en el cual la niña que visitaba el hotel había
visto a la otra nena. Así que, después de haber finalizado la visita general
con el resto del grupo, la invitó junto a sus padres a que le señalara ese
lugar en el cual había tenido la visión y le contara lo que había visto. La
niña señaló una de las habitaciones en uno de los pasillos de la planta alta
del hotel, describió la vestimenta de la otra nena y contó que junto a ella
tenía un balde que le servía para escupir sangre dentro del mismo. Los detalles
eran demasiado exactos como para ser un mero producto de la imaginación. Con el
tiempo, Ariel investigó la historia y averiguó que efectivamente en los
primeros años del hotel una niña llamada Ana había muerto de tuberculosis en el
lugar señalado. Éste es el primero de los hechos escalofriantes que conforman
la particular historia del hotel.
Otra de las historias sobrenaturales está
referida a la temprana muerte de un bebé durante un crudo invierno. Se cuenta
que en una de las casas aledañas al hotel vivía una mujer de vida disoluta
junto con su pequeño hijo. Una gélida noche de invierno en la que incluso
nevaba, ella se encontraba con uno de sus casuales amantes mientras el niño
lloraba fuerte y continuamente sin que nadie le diera importancia. En un
momento dado de la madrugada, el niño dejó de llorar. Cuando la desaprensiva
madre lo fue a ver, se encontró con el cadáver de su hijo. El pequeño había
muerto durante la noche a causa de la hipotermia. Al darse cuenta de su
terrible omisión la mujer desapareció. Unos meses después una pareja se instaló
en la casa. El hombre pasaba poco tiempo en el lugar debido a que su trabajo lo
requería continuamente, pero la mujer permanecía todo el tiempo en la casa. Se
cuenta que una fría noche de invierno, similar a aquella en la que había muerto
el niño, la nueva habitante comenzó a oír un sollozo prolongado y muy sentido,
muy dolido. Intentó buscar de dónde provenía el misterioso e inquietante
sonido, pero no pudo encontrar su fuente. Esto se repitió durante muchas noches
de ese invierno. Los vecinos del lugar se quejaban del continuo llanto del
pequeño aunque la mujer intentara explicarles que con ella no vivía ningún niño,
que no tenía hijos. El misterio crecía. Todas las noches de extremo frío se
podía sentir el sollozo y las quejas de un bebé, pero la mujer seguía sin saber
cuál era el origen de tales sonidos. Hasta que un día, una de las vecinas del
lugar le contó el escalofriante hecho que había sucedido en esa casa. La mujer,
entonces, intentó conjurar por todos los medios posibles la manifestación de
ese supuesto fenómeno sobrenatural. Intentó escapar del mal. Consultó a
sacerdotes, psicólogos, espiritistas y demás estudiosos de lo paranormal. No
pudo obtener ninguna solución. Los llantos seguían oyéndose en las noches más
frías del invierno. El miedo era el dueño del lugar. También se cuenta que una
de las noches de ese invierno la mujer se asomó a una de las ventanas de la
casa y vio en el jardín seco y arrasado por la época del año a una extraña
mujer rezando un rosario. Supuso que sería la madre del pequeño muerto. Intentó
llamarla pero la misteriosa mujer se levantó silenciosamente, pegó la vuelta y
despareció. Un tiempo después la nueva habitante de la casa se marchó y
abandonó el lugar para siempre. Se cuenta que nadie más quiso vivir nuevamente
en esa casa. Se cuenta que aún hoy los llantos del bebé se siguen oyendo en las
noches más crueles del invierno. El invierno no es una época nada recomendable
para estar en ese lugar.
En el año 2007, a causa de estos
inquietantes fenómenos paranormales, se comenzaron a efectuar las visitas
nocturnas al legendario hotel. Uno de los objetivos de esta visita, por lo
tanto, es hacerle experimentar a los incautos turistas la presencia de lo
sobrenatural, es hacerle sentir un extraño contacto con algo que está más allá
de lo que comúnmente viven. Una de las inclinaciones más extrañas de los seres
humanos es pretender experimentar la sensación del miedo, del terror, del temor
más absoluto. Quizás no sea una sensación agradable, pero sí es una sensación
deseada. Sin dudas, todo aquel que está dispuesto a sentir el miedo, lo siente.
En cierta manera, el miedo es una disposición del espíritu. Supongo que los
organizadores de la visita nocturna al Hotel Edén están al tanto de esta
extraña costumbre de los seres humanos y hacen todo lo posible para cumplir sus
deseos. Nadie se marcha de esa visita sin haber experimentado al menos un
susto. En este caso, el miedo tal vez sea más una cuestión de sugestión que de
existencia verdadera de algún fenómeno paranormal pero no por eso deja de ser
menos efectivo. Aunque es válido aclarar que este sentimiento cobra más fuerza
en los espíritus crédulos que en los escépticos. Quizás el escepticismo sea una
barrera contra el miedo hacia lo sobrenatural.
La visita comienza con una breve charla
introductoria por parte de uno de los guías en una de las salas del hotel.
Durante esta charla, la sala permanece a oscuras, entre penumbras. La cara del
guía apenas sí se ve entre las sombras, sólo permanece encendida la linterna
que lleva en su mano derecha. Juan Pablo, así se llama el guía, nos cuenta que
en la visita nocturna no se hace énfasis en la historia del hotel sino en la de
los fenómenos paranormales que posiblemente han ocurrido en él. Sin embargo, no
puede dejar de hacernos algunos comentarios con respecto a la fundación del
hotel y a sus años de esplendor. Luego de esta introducción se proyecta un
video en el cual se muestran los diversos hechos sobrenaturales que pueden
haber acontecido en el lugar. En uno de los fragmentos del video se muestran
fotos sacadas por los visitantes durante las visitas diurnas. En esas fotos se
pueden notar las presencias de figuras borrosas que acompañan a quienes hacen
el recorrido del hotel. Supuestamente son los fantasmas de los que tanto se
habla. Cuando uno las ve, desde su escepticismo, se pregunta si serán reales o
trucadas. Los seres humanos en todas las ocasiones de su vida eligen creer
incondicionalmente o dudar. En el caso de lo sobrenatural, yo soy de los que
eligen dudar. En el video también se cuenta que la sala de mantenimiento del
hotel es el lugar más afectado por la presencia de lo paranormal. Se explica
este hecho diciendo que en cada una de las siete caras de cada una de las
torres del hotel se encuentra tallada la cara de Heimdal, el dios nórdico que
todo lo veía y lo vigilaba. Sin embargo, justo la cara de la torre que mira
hacia esta sala ha sido destruida. Heimdal ha dejado de vigilar la sala de
mantenimiento del Hotel Edén. Los espíritus de los muertos pueden caminar
tranquilamente entre sus paredes.
Justamente hacia la sala de mantenimiento
del hotel es el primer lugar al cual el contingente de visitantes se dirige.
Salimos por una de las puertas traseras del hotel. La noche es fresca, el
viento corre, hay una leve amenaza de llovizna. El clima de temor ya ha sido
creado. Caminamos hacia la sala de mantenimiento. En el trayecto desde el hotel
hacia esta sala sorpresivamente aparece corriendo una mujer vestida de blanco.
De una de las casillas, sale gritando otra figura vestida de negro. Los sustos
comienzan. El miedo empieza a expandirse.
La muchedumbre se amontona. Nadie quiere estar solo, nadie quiere permanecer
levemente alejado del grupo, nadie quiere ser ni el primero en entrar a
cualquier lugar ni el último en salir de él. Llegamos a la sala. Entramos al
taller. La oscuridad en el lugar es casi absoluta salvo por las linternas que
llevan los guías. En algunos momentos, tienen el “mal gusto” de apagarlas. En
esos momentos, uno no puede verse ni las manos. Una nena de aproximadamente
unos 13 o 14 años está aterrorizada. En algunas ocasiones, aprieta fuertemente
el brazo de mi novia. En otras, se esconde tras mi espalda. Juan Pablo, el
guía, nos comenta que detrás de la sala se encuentra el cementerio del hotel.
Allí, dice, fueron enterrados muchos de los enfermos de tuberculosis que
murieron durante su hospedaje. En aquel tiempo, ni los carros ni los trenes se
animaban trasportar sus cuerpos por miedo al contagio. Desde aquel entonces,
sin haber retornado a sus lugares de origen, muchos de sus espíritus vagan por
los parques del hotel. Luego entramos a la sala de máquinas. Ariel, el otro de
los guías, se sube sobre otra de las máquinas y continúa su charla desde allí.
Mientras habla, tiene su linterna apagada. Su voz se escucha en la oscuridad.
Nos adelanta que, como una prueba al valor de los visitantes, uno deberá
permanecer sólo durante cinco minutos en el lugar. Nadie parece estar dispuesto
al sacrificio. Nos cuenta que una vez, una señora mayor, sin demostrar ni el
más mínimo miedo, se ofreció como voluntaria. Cuando volvieron a buscarla, la
señora sólo atinó a insultar al guía. Se encontraba en un estado lamentable,
sus prendas íntimas parecían haber sido afectadas por el miedo. Ariel nos
aclara que desde ese entonces decidieron no hacer más la prueba en la sala de
mantenimientos. “Quizás la hagamos en otro lugar del hotel”, nos aclara.
Después de recorrer la atemorizadora sala
de mantenimiento, salimos a la intemperie, atravesamos el descampado y nos
dirigimos hacia el ala izquierda del hotel. Entramos por la cual fuera la
antigua conserjería, subimos unas anchas escaleras de madera y llegamos a un
patio interno ubicado en la planta alta del edificio. Según lo que habíamos
visto en el video anteriormente mencionado, en este lugar, uno de los
ocasionales visitantes grabó con su cámara el momento en el que un espectro se
asomaba fugazmente a través de una de las puertas de ingreso al patio durante
la charla que daba una de las guías del hotel en una de las visitas diurnas. Al
parecer el espectro se sintió atemorizado ante la presencia de tantas personas,
retrocedió y desapareció entre las sombras de la habitación. Con respecto a
esto, recuerdo que Tzvetan Todorov, en su conocido texto acerca de la
naturaleza de lo fantástico, decía que en este género se duda entre dos
posibles explicaciones del posible hecho sobrenatural. Por un lado, existe una
explicación maravillosa según la cual lo sobrenatural realmente ocurre, es
verdadero. Por el otro, se ofrece una explicación racional que pretende
justificar lo sobrenatural a través de algún argumento lógico, tales como lo
pueden ser el sueño, la imaginación o la locura de alguno de los personajes que
viven ese hecho. En este caso, desde mi escepticismo, yo prefiero creer en la
segunda de las explicaciones. Prefiero creer que el espectro no apareció
realmente sino que la grabación fue trucada. Aunque tal vez esta negación sea
un miedo inconsciente que tengo hacia lo sobrenatural, tal vez no sea ni más ni
menos que un rústico y primitivo mecanismo de autodefensa.
Luego, Ariel nos invita “gentilmente” a
trasladarnos hacia la otra ala del hotel, la derecha. Para llegar a ese lugar,
lamentablemente, tenemos que atravesar el pasillo en donde estaba la
habitación de Anita, la niña que había muerto de tuberculosis hacia muchos años
atrás. Ariel nos advierte que, si sentímos una mano fría que nos toma de la
nuestra, no tengamos miedo, es sólo Anita que busca compañía. Él se excusa de seguir nuestro camino mencionándonos que hacía unos años atrás había tenido
una experiencia bastante perturbadora en el otro lado del hotel y prefería no
repetirla. Según él, en una visita que había guiado hacía un
tiempo atrás, se había quedado retrasado en una de las habitaciones del ala
derecha del hotel, no había acompañado al grupo y se había quedado solo. En ese
momento, sintió una presencia detrás suyo y pensó que era una de sus compañeras
de trabajo. Pero cuando se dio vuelta, tuvo la desagradable experiencia de
contemplar una figura oscura que lo acompañaba. Lenta y temerosamente, aunque
el miedo lo impelía a huir a toda velocidad, se retiró del lugar para no
sobresaltar al fantasma. Dicen que los espectros oscuros manifiestan algún tipo
de maldad en su ser, dicen que son los más peligrosos de encontrar; los otros,
los blancos, apenas si son almas en pena, pero estos, según cuentan, andan en
búsqueda de algún resarcimiento, de alguna especie de venganza. Es mejor, tal
como lo hizo Ariel, huir de ellos. Según su versión, nunca más quiso regresar a
ese lugar, al menos de noche, no. Desde mi escepticismo e incredulidad, vuelvo
a pensar que este relato es más ficticio que real, vuelvo a pensar que es otra
de las estrategias del guía para atemorizar al grupo
.
Finalmente, llegamos al ala derecha del
hotel. La guía que nos acompañaba en ese momento, luego de la “deserción” de
Ariel nos dijo que este espacio era muy estrecho como para que lo atravesara
todo el grupo junto, así que íbamos a tener que ir en pequeños grupos de cómo máximo
siete personas. Preguntó quiénes eran los primeros voluntarios, nadie pareció
ofrecerse salvo una niña de unos doce años. Como sucede habitualmente, alguien
tenía que hacer la punta. Mientras esperamos nuestro turno, se sienten los
gritos de terror de quienes atraviesan el lugar. Mi novia y yo nos hemos
quedado un poco retrasados con respecto al resto de la muchedumbre. Somos de los
últimos en caminar a través de esas solitarias habitaciones. En un inusitado
acto de valentía, yo me ofrezco para ser el primero del grupo y afrontar lo
desconocido. Dicen que los hombres más fuertes son los que cuidan. Espero ser
un hombre fuerte, aunque no estoy muy seguro de serlo. Pues bien, las
habitaciones se encadenan entre sí a través de estrechas puertas cubiertas por
cortinas que deben ser atravesadas por los visitantes. En cierto modo, es un
espacio laberíntico. La noción del espacio se pierde fácilmente. Uno se
transforma en el momentáneo e involuntario guía del grupo. En cada una de las
habitaciones, hay una figura extraña y perturbadora que nos espera. Es como
circular a través de un tren fantasma. Los monstruos y los aparecidos se
suceden uno tras otro. En un determinado momento, una de esas figuras se mueve.
Ahora entiendo el motivo de los gritos de terror de los anteriores transeúntes
de lo desconocido. Por suerte, alcanzo a percibir que es la muchacha que estaba
disfrazada de blanco con el fin de asustar a los visitantes. Prevengo a mi
novia y continuamos el recorrido. Llegamos al final. Allí nos espera la guía
con un fotógrafa. Nos acomodamos y el flash de la cámara se dispara. El momento
queda eternizado en la digitalidad del universo virtual. Salimos al patio. La visita
ha finalizado. Sólo resta el evento comercial de comprar la foto y los
ocasionales souvenirs. Ha sido una experiencia interesante aunque no
aterradora. Evidentemente, se respira una atmósfera extraña en el hotel, pero
los fantasmas no se han hecho presentes. Tal vez la multitud no sea la
condición más favorable para que se manifieste lo sobrenatural. Tal vez en un
paseo solitario los espectros accedan más fácilmente a hacer su aparición e
interactuar con los vivos. O quizás, como en el caso de Ana, prefieran a los
niños antes que a los adultos. Sin dudas, las almas de los niños son más
proclives a dialogar con lo sobrenatural sin ningún tipo de prejuicios. En mi
caso, puedo decir, tal como rezaba el gaucho, “no me asustan sombras ni bultos
que se menean”. O tal vez, como lo pensaba el abuelo de mi novia, un hombre
sabio al que me hubiera gustado conocer, prefiero creer que los vivos son más
peligrosos que los muertos.
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