domingo, 7 de junio de 2015

Entre el escepticismo y la sugestión

¿Qué es un fantasma?
Un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez.
Algo muerto que parece por momentos vivo aún.
Un sentimiento suspendido en el tiempo como un insecto atrapado en ámbar.
El espinazo del diablo.

     Se dice que el Hotel Edén en La Falda está habitado por fantasmas. Muchas historias sobrenaturales se cuentan acerca del lugar. Las leyendas urbanas forman parte de su mitología. Se cuenta, por ejemplo, que en los primeros años del hotel una niña llamada Ana murió en una de las habitaciones del hotel a causa de la tuberculosis. Desde ese entonces, por lo tanto, la niña vaga por sus pasillos esperando que sus padres la vengan a buscar. Se dice que sus apariciones espectrales no se producen tanto durante las visitas nocturnas sino más bien en las diurnas. Se dice que prefiere manifestarse frente a los niños antes que frente a los adultos. De estos últimos prefiere ocultarse. Ariel, uno de los guías del hotel, cuenta que una vez, durante una visita diurna, una niña se resistía a continuar con el recorrido del lugar. Decía que quería quedarse con una nena que la había invitado a jugar. La niña, entonces, tuvo que ser llevada a la fuerza por sus padres detrás del guía. Luego de hacer el recorrido pautado, Ariel sintió curiosidad con respecto al lugar exacto en el cual la niña que visitaba el hotel había visto a la otra nena. Así que, después de haber finalizado la visita general con el resto del grupo, la invitó junto a sus padres a que le señalara ese lugar en el cual había tenido la visión y le contara lo que había visto. La niña señaló una de las habitaciones en uno de los pasillos de la planta alta del hotel, describió la vestimenta de la otra nena y contó que junto a ella tenía un balde que le servía para escupir sangre dentro del mismo. Los detalles eran demasiado exactos como para ser un mero producto de la imaginación. Con el tiempo, Ariel investigó la historia y averiguó que efectivamente en los primeros años del hotel una niña llamada Ana había muerto de tuberculosis en el lugar señalado. Éste es el primero de los hechos escalofriantes que conforman la particular historia del hotel.

     Otra de las historias sobrenaturales está referida a la temprana muerte de un bebé durante un crudo invierno. Se cuenta que en una de las casas aledañas al hotel vivía una mujer de vida disoluta junto con su pequeño hijo. Una gélida noche de invierno en la que incluso nevaba, ella se encontraba con uno de sus casuales amantes mientras el niño lloraba fuerte y continuamente sin que nadie le diera importancia. En un momento dado de la madrugada, el niño dejó de llorar. Cuando la desaprensiva madre lo fue a ver, se encontró con el cadáver de su hijo. El pequeño había muerto durante la noche a causa de la hipotermia. Al darse cuenta de su terrible omisión la mujer desapareció. Unos meses después una pareja se instaló en la casa. El hombre pasaba poco tiempo en el lugar debido a que su trabajo lo requería continuamente, pero la mujer permanecía todo el tiempo en la casa. Se cuenta que una fría noche de invierno, similar a aquella en la que había muerto el niño, la nueva habitante comenzó a oír un sollozo prolongado y muy sentido, muy dolido. Intentó buscar de dónde provenía el misterioso e inquietante sonido, pero no pudo encontrar su fuente. Esto se repitió durante muchas noches de ese invierno. Los vecinos del lugar se quejaban del continuo llanto del pequeño aunque la mujer intentara explicarles que con ella no vivía ningún niño, que no tenía hijos. El misterio crecía. Todas las noches de extremo frío se podía sentir el sollozo y las quejas de un bebé, pero la mujer seguía sin saber cuál era el origen de tales sonidos. Hasta que un día, una de las vecinas del lugar le contó el escalofriante hecho que había sucedido en esa casa. La mujer, entonces, intentó conjurar por todos los medios posibles la manifestación de ese supuesto fenómeno sobrenatural. Intentó escapar del mal. Consultó a sacerdotes, psicólogos, espiritistas y demás estudiosos de lo paranormal. No pudo obtener ninguna solución. Los llantos seguían oyéndose en las noches más frías del invierno. El miedo era el dueño del lugar. También se cuenta que una de las noches de ese invierno la mujer se asomó a una de las ventanas de la casa y vio en el jardín seco y arrasado por la época del año a una extraña mujer rezando un rosario. Supuso que sería la madre del pequeño muerto. Intentó llamarla pero la misteriosa mujer se levantó silenciosamente, pegó la vuelta y despareció. Un tiempo después la nueva habitante de la casa se marchó y abandonó el lugar para siempre. Se cuenta que nadie más quiso vivir nuevamente en esa casa. Se cuenta que aún hoy los llantos del bebé se siguen oyendo en las noches más crueles del invierno. El invierno no es una época nada recomendable para estar en ese lugar.
     En el año 2007, a causa de estos inquietantes fenómenos paranormales, se comenzaron a efectuar las visitas nocturnas al legendario hotel. Uno de los objetivos de esta visita, por lo tanto, es hacerle experimentar a los incautos turistas la presencia de lo sobrenatural, es hacerle sentir un extraño contacto con algo que está más allá de lo que comúnmente viven. Una de las inclinaciones más extrañas de los seres humanos es pretender experimentar la sensación del miedo, del terror, del temor más absoluto. Quizás no sea una sensación agradable, pero sí es una sensación deseada. Sin dudas, todo aquel que está dispuesto a sentir el miedo, lo siente. En cierta manera, el miedo es una disposición del espíritu. Supongo que los organizadores de la visita nocturna al Hotel Edén están al tanto de esta extraña costumbre de los seres humanos y hacen todo lo posible para cumplir sus deseos. Nadie se marcha de esa visita sin haber experimentado al menos un susto. En este caso, el miedo tal vez sea más una cuestión de sugestión que de existencia verdadera de algún fenómeno paranormal pero no por eso deja de ser menos efectivo. Aunque es válido aclarar que este sentimiento cobra más fuerza en los espíritus crédulos que en los escépticos. Quizás el escepticismo sea una barrera contra el miedo hacia lo sobrenatural.

     La visita comienza con una breve charla introductoria por parte de uno de los guías en una de las salas del hotel. Durante esta charla, la sala permanece a oscuras, entre penumbras. La cara del guía apenas sí se ve entre las sombras, sólo permanece encendida la linterna que lleva en su mano derecha. Juan Pablo, así se llama el guía, nos cuenta que en la visita nocturna no se hace énfasis en la historia del hotel sino en la de los fenómenos paranormales que posiblemente han ocurrido en él. Sin embargo, no puede dejar de hacernos algunos comentarios con respecto a la fundación del hotel y a sus años de esplendor. Luego de esta introducción se proyecta un video en el cual se muestran los diversos hechos sobrenaturales que pueden haber acontecido en el lugar. En uno de los fragmentos del video se muestran fotos sacadas por los visitantes durante las visitas diurnas. En esas fotos se pueden notar las presencias de figuras borrosas que acompañan a quienes hacen el recorrido del hotel. Supuestamente son los fantasmas de los que tanto se habla. Cuando uno las ve, desde su escepticismo, se pregunta si serán reales o trucadas. Los seres humanos en todas las ocasiones de su vida eligen creer incondicionalmente o dudar. En el caso de lo sobrenatural, yo soy de los que eligen dudar. En el video también se cuenta que la sala de mantenimiento del hotel es el lugar más afectado por la presencia de lo paranormal. Se explica este hecho diciendo que en cada una de las siete caras de cada una de las torres del hotel se encuentra tallada la cara de Heimdal, el dios nórdico que todo lo veía y lo vigilaba. Sin embargo, justo la cara de la torre que mira hacia esta sala ha sido destruida. Heimdal ha dejado de vigilar la sala de mantenimiento del Hotel Edén. Los espíritus de los muertos pueden caminar tranquilamente entre sus paredes.
     Justamente hacia la sala de mantenimiento del hotel es el primer lugar al cual el contingente de visitantes se dirige. Salimos por una de las puertas traseras del hotel. La noche es fresca, el viento corre, hay una leve amenaza de llovizna. El clima de temor ya ha sido creado. Caminamos hacia la sala de mantenimiento. En el trayecto desde el hotel hacia esta sala sorpresivamente aparece corriendo una mujer vestida de blanco. De una de las casillas, sale gritando otra figura vestida de negro. Los sustos comienzan. El miedo empieza a expandirse.  La muchedumbre se amontona. Nadie quiere estar solo, nadie quiere permanecer levemente alejado del grupo, nadie quiere ser ni el primero en entrar a cualquier lugar ni el último en salir de él. Llegamos a la sala. Entramos al taller. La oscuridad en el lugar es casi absoluta salvo por las linternas que llevan los guías. En algunos momentos, tienen el “mal gusto” de apagarlas. En esos momentos, uno no puede verse ni las manos. Una nena de aproximadamente unos 13 o 14 años está aterrorizada. En algunas ocasiones, aprieta fuertemente el brazo de mi novia. En otras, se esconde tras mi espalda. Juan Pablo, el guía, nos comenta que detrás de la sala se encuentra el cementerio del hotel. Allí, dice, fueron enterrados muchos de los enfermos de tuberculosis que murieron durante su hospedaje. En aquel tiempo, ni los carros ni los trenes se animaban trasportar sus cuerpos por miedo al contagio. Desde aquel entonces, sin haber retornado a sus lugares de origen, muchos de sus espíritus vagan por los parques del hotel. Luego entramos a la sala de máquinas. Ariel, el otro de los guías, se sube sobre otra de las máquinas y continúa su charla desde allí. Mientras habla, tiene su linterna apagada. Su voz se escucha en la oscuridad. Nos adelanta que, como una prueba al valor de los visitantes, uno deberá permanecer sólo durante cinco minutos en el lugar. Nadie parece estar dispuesto al sacrificio. Nos cuenta que una vez, una señora mayor, sin demostrar ni el más mínimo miedo, se ofreció como voluntaria. Cuando volvieron a buscarla, la señora sólo atinó a insultar al guía. Se encontraba en un estado lamentable, sus prendas íntimas parecían haber sido afectadas por el miedo. Ariel nos aclara que desde ese entonces decidieron no hacer más la prueba en la sala de mantenimientos. “Quizás la hagamos en otro lugar del hotel”, nos aclara.
     Después de recorrer la atemorizadora sala de mantenimiento, salimos a la intemperie, atravesamos el descampado y nos dirigimos hacia el ala izquierda del hotel. Entramos por la cual fuera la antigua conserjería, subimos unas anchas escaleras de madera y llegamos a un patio interno ubicado en la planta alta del edificio. Según lo que habíamos visto en el video anteriormente mencionado, en este lugar, uno de los ocasionales visitantes grabó con su cámara el momento en el que un espectro se asomaba fugazmente a través de una de las puertas de ingreso al patio durante la charla que daba una de las guías del hotel en una de las visitas diurnas. Al parecer el espectro se sintió atemorizado ante la presencia de tantas personas, retrocedió y desapareció entre las sombras de la habitación. Con respecto a esto, recuerdo que Tzvetan Todorov, en su conocido texto acerca de la naturaleza de lo fantástico, decía que en este género se duda entre dos posibles explicaciones del posible hecho sobrenatural. Por un lado, existe una explicación maravillosa según la cual lo sobrenatural realmente ocurre, es verdadero. Por el otro, se ofrece una explicación racional que pretende justificar lo sobrenatural a través de algún argumento lógico, tales como lo pueden ser el sueño, la imaginación o la locura de alguno de los personajes que viven ese hecho. En este caso, desde mi escepticismo, yo prefiero creer en la segunda de las explicaciones. Prefiero creer que el espectro no apareció realmente sino que la grabación fue trucada. Aunque tal vez esta negación sea un miedo inconsciente que tengo hacia lo sobrenatural, tal vez no sea ni más ni menos que un rústico y primitivo mecanismo de autodefensa.

     Luego, Ariel nos invita “gentilmente” a trasladarnos hacia la otra ala del hotel, la derecha. Para llegar a ese lugar, lamentablemente, tenemos que atravesar el pasillo en donde estaba la habitación de Anita, la niña que había muerto de tuberculosis hacia muchos años atrás. Ariel nos advierte que, si sentímos una mano fría que nos toma de la nuestra, no tengamos miedo, es sólo Anita que busca compañía. Él se excusa de seguir nuestro camino mencionándonos que hacía unos años atrás había tenido una experiencia bastante perturbadora en el otro lado del hotel y prefería no repetirla. Según él, en una visita que había guiado hacía un tiempo atrás, se había quedado retrasado en una de las habitaciones del ala derecha del hotel, no había acompañado al grupo y se había quedado solo. En ese momento, sintió una presencia detrás suyo y pensó que era una de sus compañeras de trabajo. Pero cuando se dio vuelta, tuvo la desagradable experiencia de contemplar una figura oscura que lo acompañaba. Lenta y temerosamente, aunque el miedo lo impelía a huir a toda velocidad, se retiró del lugar para no sobresaltar al fantasma. Dicen que los espectros oscuros manifiestan algún tipo de maldad en su ser, dicen que son los más peligrosos de encontrar; los otros, los blancos, apenas si son almas en pena, pero estos, según cuentan, andan en búsqueda de algún resarcimiento, de alguna especie de venganza. Es mejor, tal como lo hizo Ariel, huir de ellos. Según su versión, nunca más quiso regresar a ese lugar, al menos de noche, no. Desde mi escepticismo e incredulidad, vuelvo a pensar que este relato es más ficticio que real, vuelvo a pensar que es otra de las estrategias del guía para atemorizar al grupo
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     Finalmente, llegamos al ala derecha del hotel. La guía que nos acompañaba en ese momento, luego de la “deserción” de Ariel nos dijo que este espacio era muy estrecho como para que lo atravesara todo el grupo junto, así que íbamos a tener que ir en pequeños grupos de cómo máximo siete personas. Preguntó quiénes eran los primeros voluntarios, nadie pareció ofrecerse salvo una niña de unos doce años. Como sucede habitualmente, alguien tenía que hacer la punta. Mientras esperamos nuestro turno, se sienten los gritos de terror de quienes atraviesan el lugar. Mi novia y yo nos hemos quedado un poco retrasados con respecto al resto de la muchedumbre. Somos de los últimos en caminar a través de esas solitarias habitaciones. En un inusitado acto de valentía, yo me ofrezco para ser el primero del grupo y afrontar lo desconocido. Dicen que los hombres más fuertes son los que cuidan. Espero ser un hombre fuerte, aunque no estoy muy seguro de serlo. Pues bien, las habitaciones se encadenan entre sí a través de estrechas puertas cubiertas por cortinas que deben ser atravesadas por los visitantes. En cierto modo, es un espacio laberíntico. La noción del espacio se pierde fácilmente. Uno se transforma en el momentáneo e involuntario guía del grupo. En cada una de las habitaciones, hay una figura extraña y perturbadora que nos espera. Es como circular a través de un tren fantasma. Los monstruos y los aparecidos se suceden uno tras otro. En un determinado momento, una de esas figuras se mueve. Ahora entiendo el motivo de los gritos de terror de los anteriores transeúntes de lo desconocido. Por suerte, alcanzo a percibir que es la muchacha que estaba disfrazada de blanco con el fin de asustar a los visitantes. Prevengo a mi novia y continuamos el recorrido. Llegamos al final. Allí nos espera la guía con un fotógrafa. Nos acomodamos y el flash de la cámara se dispara. El momento queda eternizado en la digitalidad del universo virtual. Salimos al patio. La visita ha finalizado. Sólo resta el evento comercial de comprar la foto y los ocasionales souvenirs. Ha sido una experiencia interesante aunque no aterradora. Evidentemente, se respira una atmósfera extraña en el hotel, pero los fantasmas no se han hecho presentes. Tal vez la multitud no sea la condición más favorable para que se manifieste lo sobrenatural. Tal vez en un paseo solitario los espectros accedan más fácilmente a hacer su aparición e interactuar con los vivos. O quizás, como en el caso de Ana, prefieran a los niños antes que a los adultos. Sin dudas, las almas de los niños son más proclives a dialogar con lo sobrenatural sin ningún tipo de prejuicios. En mi caso, puedo decir, tal como rezaba el gaucho, “no me asustan sombras ni bultos que se menean”. O tal vez, como lo pensaba el abuelo de mi novia, un hombre sabio al que me hubiera gustado conocer, prefiero creer que los vivos son más peligrosos que los muertos.  

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