El
todo del poeta, sólo lo será
cuando
ya cada cosa
haya
llegado a su plenitud.
María Zambrano
En el momento en que se empieza a
contar algo, la realidad comienza a confundirse con la ficción. De este modo,
cualquiera que cuente una anécdota de lo que ha sucedido ya lo está deformando
y tergiversando, pues a la lengua le resulta extremadamente difícil reproducir
los hechos de la realidad. En cierta manera, existe una desconfianza última
hacia la palabra, entre otras cosas porque la palabra es en sí misma metafórica
y por ello imprecisa. Basta con que alguien introduzca un como si en su relato, aún más, basta con que se haga un símil o una
comparación o una referencia figurada para que la ficción se deslice en la
narración de lo sucedido y lo altere o lo falsee. Por ejemplo, cuando Horacio
Quiroga supone que para indicar que el viento sopla desde el río lo único que
hace falta es transcribir la frase el
viento sopla desde el río, Borges le responde que la idea de adjudicarle al
viento la capacidad de soplar ya introduce un elemento lingüístico que muestra
una manera particular de describir la realidad que se distingue de todas las
demás maneras posibles de hacerlo. Por lo cual, la vieja aspiración de
cualquier cronista o narrador de relatar lo ocurrido, de dar cuenta de lo
acaecido o de dejar una constancia fidedigna de los hechos, es una mera ilusión
o quimera; o mejor dicho, la propia frase ya es metafórica y forma parte de una
ficcionalización de lo narrado. En conclusión, relatar lo ocurrido es
inconcebible y vano, o bien sólo es posible como una invención particular por
parte de quien cuenta los hechos.
A partir de la relación existente
entre lenguaje y realidad es entonces desde donde se debe analizar el problema
de la metáfora de acuerdo a lo expuesto por distintos autores que han intentado
abordar esta cuestión. En La metáfora y
la metonimia, ateniéndose a lo expuesto por Roman Jakobson en su
observación clínica acerca de ciertos casos de afasia, el escritor francés
Michel Le Guern considera dos tipos de relaciones del lenguaje con respecto a
sí mismo. La primera sería una relación externa o de contigüidad, mientras que
la segunda sería una interna o de similaridad. De esta manera, Le Guern nos
ofrece la posibilidad de establecer una teoría lingüística acerca de la
metáfora y la metonimia. Según él, al considerar la palabra como un semema más
que como un lexema, se puede decir que ésta presenta una relación externa con
el objeto a cuya designación contribuye y se considera a tal objeto como la
realidad designada. Para distinguirla mejor, Le Guern propone darle a esta
relación externa el nombre de relación referencial o, simplemente, el de
referencia. Asimismo, como lo decíamos anteriormente, el semema presenta una
relación interna entre los elementos de significación, o semas, que lo
constituyen. En cierto modo, el proceso metafórico concierne a la organización
sémica, mientras que el proceso metonímico sólo modificaría la relación
referencial. En este sentido, dice Le Guern que
mientras
el mecanismo de la metonimia se explica por un deslizamiento de la referencia,
el de la metáfora se explica a nivel de la comunicación lógica por la
supresión, o más exactamente, por la puesta entre paréntesis de una parte de
los semas constitutivos del lexema empleado (LE GUERN, 1984: 32)
Para
ilustrar mejor esta idea, Le Guern toma una frase de Blaise Pascal, aquella que
dice: “El nudo de nuestra condición forma sus pliegues y vueltas en este
abismo”. Según Le Guern, allí puede verse como la palabra abismo no designa a la representación mental de un abismo, desde
donde se pasaría al concepto de misterio, sino que designa directamente al
misterio por medio de aquellos elementos de significación de la palabra que no
son incompatibles con el contexto en el cual la frase es dicha.
Para Le Guern, la metáfora se muestra
extraña con respecto a la isotopía del texto en el cual está inserta. De esta
manera, su interpretación sólo es posible en la medida en que se excluya el
sentido literal de lo que se dice, ya que la incompatibilidad de esto que se
dice con el contexto en el cual es dicho orienta al lector hacia el proceso de
abstracción metafórica. Según Le Guern, la
incompatibilidad semántica juega el papel de una señal que invita al
destinatario a seleccionar entre los elementos de significación constitutivos del
lexema a aquellos que no son incompatibles con el contexto (LE GUERN, 1984:
40). De este modo, el mecanismo de la metáfora se opone al de la metonimia,
puesto que el primero opera sobre la sustancia misma del lenguaje, mientras que
el segundo lo hace únicamente sobre la relación entre el lenguaje y la realidad
expresada.
En La metáfora viva, Paul Ricoeur retoma el problema de la posible
referencialidad de la metáfora y se pregunta con respecto a la operación
metafórica por qué ésta no haría intervenir a la vez una composición sémica
interna al lenguaje y la correspondencia con una realidad exterior al mensaje.
Para responder correctamente a esta pregunta, hay que tener en cuenta, como
habíamos visto anteriormente, que para Le Guern el mecanismo metafórico no se
agota en la abstracción sémica, sino que también requiere de la consideración
del contexto en cuya isotopía se inserta el extrañamiento propio de la
metáfora. La reducción del distanciamiento entre el sentido de la expresión
metafórica y el contexto en el cual ella está inserta se da en la medida en que
el destinatario selecciona aquellos elementos compatibles entre los dos ámbitos
significativos. Ricoeur no está totalmente de acuerdo con la distinción que Le
Guern hace entre la producción sémica y la interpretación contextual, puesto
que, para él, la reducción del desvío
propio de la metáfora, es decir, la instauración de una nueva pertinencia
códica, implica la producción de tal desvío,
o sea, del cambio de la isotopía que pone en movimiento el enunciado
metafórico. Es más, Ricoeur resume su postura intelectual cuando dice que
Una
innovación semántica es una forma de responder de manera creadora a un problema
planteado por las cosas; en una determinada situación de discurso, en un medio
social dado y en un momento preciso, alguna cosa exige un trabajo de habla, un
trabajo del habla sobre la lengua, que enfrenta a la palabra con las cosas.
Finalmente, lo que está en juego es una nueva descripción del universo de las
representaciones. (RICOEUR, 1980: 89)
Para
Ricoeur, lo que sucede en la poesía, el ámbito por excelencia en el que se
manifiesta la metáfora, no es la supresión de la función referencial, sino su
alteración profunda por el juego de la ambigüedad. Por esto Ricoeur manifiesta
la distinción entre un primer momento negativo de la producción metafórica, en
el que se acepta la suspensión de la referencia según las pautas precisas del
discurso ordinario, y un segundo momento positivo que conduce a la instauración
de un nuevo referente en consonancia con el surgimiento de una nueva
pertinencia semántica a nivel del enunciado metafórico.
Aún así, resta saber de qué manera el
discurso metafórico apunta a la realidad. Ante este interrogante, Ricoeur
elabora afanosamente su respuesta en el marco de la teoría de los modelos de la
epistemología contemporánea. De tan compleja teoría sólo rescata su sentido
funcional, es decir, su fertilidad heurística y su capacidad de redescripción.
Para Ricoeur, estas últimas son al lenguaje científico lo mismo que el mythos y la mimesis son al lenguaje poético; es decir, son aquellos elementos
del lenguaje a partir de los cuales se construye una red metafórica que permite
poner en movimiento la función referencial de lo hablado o de lo escrito. En
este marco analítico, la mimesis no
es concebida como una copia de la realidad sino más bien como una redescripción
de la vida humana y, en este sentido, constituye la denotación del mythos.
En este punto, vale la pena hacer un
breve paréntesis para mostrar el aspecto connotativo que subyace en la metáfora
según Michel Le Guern. Este autor entiende por denotación al contenido de la información lógica del lenguaje,
mientras que la connotación es el
conjunto de los sistemas significantes que se pueden descubrir en un texto
además de la denotación en sí. Asimismo, para Le Guern el caso más notorio de
la connotación libre es el texto poético, del que no es posible dar una
interpretación plenamente satisfactoria desde la denotación. Este tipo de texto
presenta algunos agujeros lógicos que cada lector debe llenar con elementos
provenientes de su imaginación, de su propia experiencia, de su cultura o de su
conocimiento acerca de la biografía del poeta. Estos elementos conforman la
connotación, puesto que no están inscriptos en la estructura lógica del texto.
De acuerdo a lo expuesto por Le Guern, la
particularidad de la metáfora consiste en unir una denotación marcada por un
proceso de selección sémica a una connotación psicológica obligada (LE
GUERN, 1984: 72); es decir, a una connotación que toma la forma de una imagen
asociada dentro de un reducido contexto de interpretación. Al obligar a
abstraer a nivel de la comunicación lógica cierto número de elementos de
significación, la metáfora permite poner de relieve los elementos mantenidos; a
un nivel distinto del de la pura información, y por medio de la introducción de
un término extraño a la isotopía del contexto, provoca la evocación de una imagen
asociada que percibe la imaginación y que ejerce su impacto sobre la
sensibilidad sin el control de la inteligencia lógica, pues la naturaleza de la
imagen introducida por la metáfora le permite escaparse de dicho control. Es
decir, la manifestación de la metáfora supone la existencia de una mentalidad
pre-lógica que tiene más que ver con el sentimiento que con la razón. Es así
como Tudor Vianu, en Los problemas de la
metáfora, puede decir que
al
tratar de nombrar las realidades espirituales para las que faltaban términos,
los hombres las asimilaron a ciertas realidades sensibles, aludiendo a las
primeras con expresiones correspondientes a las segundas, o sea realizando una
metaforización. De igual manera, los atributos empleados desde el comienzo para
caracterizar las impresiones sensibles fueron asociados, posteriormente, a
impresiones morales, y así se habla del calor
de los sentimientos o de la fuerza
del carácter entre otras cosas (VIANU, 1971: 18)
Si retomamos el tema de la mimesis y
el mito en relación con la metáfora, podemos decir junto con Ricoeur que “la
poesía es la mímesis del mito”. Para eso debemos entender al mito como ese
acontecimiento cosmogónico que marca el principio de todas las cosas; mientras
que la mímesis sería entonces la representación esencial de las acciones
humanas o del acontecer del ser. Desde esta instancia teórica se puede dar el
paso que permite identificar a la metáfora con la mímesis, en cuanto, para
Ricoeur, la primera viene a ser la mímesis del ser como acto, es decir, la intención semántica más decisiva, con la
del discurso ontológico en el punto en que la referencia pone en juego al ser
como acto y como potencia (RICOEUR, 1980: 194). La imagen de la metáfora
como mímesis arrastra al sentido de lo dicho hacia más allá de lo meramente
verbal, hacia lo que es en acto a
través de la potencia de la detección
ontológica de la poesía.
Además no se puede dejar de tener en
cuenta que la función de la mímesis es inseparable de su referencialidad; en la
mímesis metafórica existe, o más bien, se da una elevación del sentido, y es
allí donde se genera el desplazamiento del significado de las palabras. El
origen de tal elevación y desplazamiento deriva de la visión mítica de las
cosas, en tanto esta última es una visión metafórica. Por esto, la mímesis no
puede ser identificada solamente como una mera copia de la realidad, y ni
siquiera como una nueva elaboración de la misma, pues ese movimiento que
traslada a las palabras y a las cosas más allá de su antigua significación da
acceso a una visión dinámica de la realidad que se basa en el carácter
ontológico implícito en la enunciación metafórica. A partir de esta visión
dinámica se instaura el ser como que
propone el poeta y que significa simultáneamente ser y no ser al mismo tiempo.
Por lo tanto, en este ser como se da
una tensión manifiesta entre el ser y el no ser, es decir, una tensión entre la
impertinencia lexical, predicativa y ontológica que ofrece la metáfora en su
exterioridad, y la nueva pertinencia ontológica que instaura la metáfora viva.
En cuanto al problema de la verdad
metafórica, Ricoeur se pregunta si la tensión que afecta a la cópula en su
función relacional, no afecta también a la cópula en su relación existencial.
Para responderse a esta pregunta, Ricoeur plantea que si la verdad lógica se
define como la conformidad del pensamiento con el objeto como es, la verdad
metafórica ha de ser la conformidad del pensamiento poético con el objeto como
no es pero como sí podría ser, es decir, una conformidad con el ser posible del
objeto entre la potencia y el acto. De igual manera, se puede suponer una
conformidad en sentido inverso, o sea, la conformidad del ser posible con la
visión poética que lo instaura y le da nueva significación como nuevo objeto real en acto que antes
carecía de existencia. Es en este punto en donde reside el sentido de la
mímesis para Ricoeur, en la posibilidad de una imitación que construye su
objeto, o mejor dicho, en la posibilidad de una imitación que a partir de lo
que es construye lo que no es pero puede ser. Por esto, Ricoeur insiste en la
función heurística de la mímesis metafórica en cuanto es capaz de redescribir
la realidad revelando e instaurando un nuevo conocimiento de lo que es.
Por otra parte, Ricoeur supone que
dentro de la visión poética lo que funciona heurísticamente es el sentimiento y
no la razón. Es más, el mismo Ricoeur dice que
la
función universal del sentimiento consiste en unir; el sentimiento une lo que
el conocimiento separa; el sentimiento me une a las cosas, a los seres, al ser.
Mientras todo el movimiento de objetivación tiende a oponer el mundo al yo, el
sentimiento une la intencionalidad que me saca fuera de mí con el afecto que me
hace sentirme existiendo; y así siempre se mueve por encima o por debajo del
dualismo sujeto-objeto (RICOEUR, 1980: 212)
En
su expresión metafórica, el sentimiento configura una experiencia
auténticamente creadora y reveladora de lo real sin contradicciones. Según
Ricoeur, la creación poética nos conduce a la manifestación de un mundo pre-objetivo en que nos encontramos
ya desde el nacimiento, pero también en el cual proyectamos nuestros posibles
más propios (RICOEUR, 1980: 213).
Pero no sólo el discurso poético
recurre a la metáfora, sino que también lo hace el filosófico que de esta
manera se poetiza. Lo hace con el fin de lograr nuevas significaciones a partir
de la impertinencia semántica y de sacar a la luz nuevos aspectos de la
realidad gracias a la innovación semántica. En esta instancia, Ricoeur propone
una suerte de intersección entre las esferas de ambos discursos, una
intersección que esté fundada en la ontología especifica de los postulados del
ente referencial. De esta manera, tanto desde lo poético como desde lo
filosófico se puede reflexionar acerca de la construcción del ser posible de
las cosas a partir de sus referencias particulares en las realidad concreta. En
este sentido, tenemos que suponer que estas referencias particulares propias de
la poesía y de la filosofía son percibidas por un ente particular que a partir
de su conciencia pretende otorgarles un ser, por lo tanto, nada es lo que es en
sí sino que es lo que se construye a partir del proceso de metaforización de la
realidad que llevan a cabo los distintos sujetos.
Bibliografía
LE
GUERN, Michel (1984). La metáfora y la
metonimia. Cátedra, Madrid.
RICOEUR,
Paul (1980). La metáfora viva.
Cristiandad, Madrid.
VIANU,
Tudor (1971). Los problemas de la
metáfora. EUDEBA, Buenos Aires.
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