martes, 2 de junio de 2015

Acerca de la metáfora

El todo del poeta, sólo lo será
cuando ya cada cosa
haya llegado a su plenitud.
María Zambrano

          En el momento en que se empieza a contar algo, la realidad comienza a confundirse con la ficción. De este modo, cualquiera que cuente una anécdota de lo que ha sucedido ya lo está deformando y tergiversando, pues a la lengua le resulta extremadamente difícil reproducir los hechos de la realidad. En cierta manera, existe una desconfianza última hacia la palabra, entre otras cosas porque la palabra es en sí misma metafórica y por ello imprecisa. Basta con que alguien introduzca un como si en su relato, aún más, basta con que se haga un símil o una comparación o una referencia figurada para que la ficción se deslice en la narración de lo sucedido y lo altere o lo falsee. Por ejemplo, cuando Horacio Quiroga supone que para indicar que el viento sopla desde el río lo único que hace falta es transcribir la frase el viento sopla desde el río, Borges le responde que la idea de adjudicarle al viento la capacidad de soplar ya introduce un elemento lingüístico que muestra una manera particular de describir la realidad que se distingue de todas las demás maneras posibles de hacerlo. Por lo cual, la vieja aspiración de cualquier cronista o narrador de relatar lo ocurrido, de dar cuenta de lo acaecido o de dejar una constancia fidedigna de los hechos, es una mera ilusión o quimera; o mejor dicho, la propia frase ya es metafórica y forma parte de una ficcionalización de lo narrado. En conclusión, relatar lo ocurrido es inconcebible y vano, o bien sólo es posible como una invención particular por parte de quien cuenta los hechos.

          A partir de la relación existente entre lenguaje y realidad es entonces desde donde se debe analizar el problema de la metáfora de acuerdo a lo expuesto por distintos autores que han intentado abordar esta cuestión. En La metáfora y la metonimia, ateniéndose a lo expuesto por Roman Jakobson en su observación clínica acerca de ciertos casos de afasia, el escritor francés Michel Le Guern considera dos tipos de relaciones del lenguaje con respecto a sí mismo. La primera sería una relación externa o de contigüidad, mientras que la segunda sería una interna o de similaridad. De esta manera, Le Guern nos ofrece la posibilidad de establecer una teoría lingüística acerca de la metáfora y la metonimia. Según él, al considerar la palabra como un semema más que como un lexema, se puede decir que ésta presenta una relación externa con el objeto a cuya designación contribuye y se considera a tal objeto como la realidad designada. Para distinguirla mejor, Le Guern propone darle a esta relación externa el nombre de relación referencial o, simplemente, el de referencia. Asimismo, como lo decíamos anteriormente, el semema presenta una relación interna entre los elementos de significación, o semas, que lo constituyen. En cierto modo, el proceso metafórico concierne a la organización sémica, mientras que el proceso metonímico sólo modificaría la relación referencial. En este sentido, dice Le Guern que
mientras el mecanismo de la metonimia se explica por un deslizamiento de la referencia, el de la metáfora se explica a nivel de la comunicación lógica por la supresión, o más exactamente, por la puesta entre paréntesis de una parte de los semas constitutivos del lexema empleado (LE GUERN, 1984: 32)
Para ilustrar mejor esta idea, Le Guern toma una frase de Blaise Pascal, aquella que dice: “El nudo de nuestra condición forma sus pliegues y vueltas en este abismo”. Según Le Guern, allí puede verse como la palabra abismo no designa a la representación mental de un abismo, desde donde se pasaría al concepto de misterio, sino que designa directamente al misterio por medio de aquellos elementos de significación de la palabra que no son incompatibles con el contexto en el cual la frase es dicha.
          Para Le Guern, la metáfora se muestra extraña con respecto a la isotopía del texto en el cual está inserta. De esta manera, su interpretación sólo es posible en la medida en que se excluya el sentido literal de lo que se dice, ya que la incompatibilidad de esto que se dice con el contexto en el cual es dicho orienta al lector hacia el proceso de abstracción metafórica. Según Le Guern, la incompatibilidad semántica juega el papel de una señal que invita al destinatario a seleccionar entre los elementos de significación constitutivos del lexema a aquellos que no son incompatibles con el contexto (LE GUERN, 1984: 40). De este modo, el mecanismo de la metáfora se opone al de la metonimia, puesto que el primero opera sobre la sustancia misma del lenguaje, mientras que el segundo lo hace únicamente sobre la relación entre el lenguaje y la realidad expresada.
          En La metáfora viva, Paul Ricoeur retoma el problema de la posible referencialidad de la metáfora y se pregunta con respecto a la operación metafórica por qué ésta no haría intervenir a la vez una composición sémica interna al lenguaje y la correspondencia con una realidad exterior al mensaje. Para responder correctamente a esta pregunta, hay que tener en cuenta, como habíamos visto anteriormente, que para Le Guern el mecanismo metafórico no se agota en la abstracción sémica, sino que también requiere de la consideración del contexto en cuya isotopía se inserta el extrañamiento propio de la metáfora. La reducción del distanciamiento entre el sentido de la expresión metafórica y el contexto en el cual ella está inserta se da en la medida en que el destinatario selecciona aquellos elementos compatibles entre los dos ámbitos significativos. Ricoeur no está totalmente de acuerdo con la distinción que Le Guern hace entre la producción sémica y la interpretación contextual, puesto que, para él, la reducción del desvío propio de la metáfora, es decir, la instauración de una nueva pertinencia códica, implica la producción de tal desvío, o sea, del cambio de la isotopía que pone en movimiento el enunciado metafórico. Es más, Ricoeur resume su postura intelectual cuando dice que
Una innovación semántica es una forma de responder de manera creadora a un problema planteado por las cosas; en una determinada situación de discurso, en un medio social dado y en un momento preciso, alguna cosa exige un trabajo de habla, un trabajo del habla sobre la lengua, que enfrenta a la palabra con las cosas. Finalmente, lo que está en juego es una nueva descripción del universo de las representaciones. (RICOEUR, 1980: 89)
Para Ricoeur, lo que sucede en la poesía, el ámbito por excelencia en el que se manifiesta la metáfora, no es la supresión de la función referencial, sino su alteración profunda por el juego de la ambigüedad. Por esto Ricoeur manifiesta la distinción entre un primer momento negativo de la producción metafórica, en el que se acepta la suspensión de la referencia según las pautas precisas del discurso ordinario, y un segundo momento positivo que conduce a la instauración de un nuevo referente en consonancia con el surgimiento de una nueva pertinencia semántica a nivel del enunciado metafórico.

          Aún así, resta saber de qué manera el discurso metafórico apunta a la realidad. Ante este interrogante, Ricoeur elabora afanosamente su respuesta en el marco de la teoría de los modelos de la epistemología contemporánea. De tan compleja teoría sólo rescata su sentido funcional, es decir, su fertilidad heurística y su capacidad de redescripción. Para Ricoeur, estas últimas son al lenguaje científico lo mismo que el mythos y la mimesis son al lenguaje poético; es decir, son aquellos elementos del lenguaje a partir de los cuales se construye una red metafórica que permite poner en movimiento la función referencial de lo hablado o de lo escrito. En este marco analítico, la mimesis no es concebida como una copia de la realidad sino más bien como una redescripción de la vida humana y, en este sentido, constituye la denotación del mythos.
          En este punto, vale la pena hacer un breve paréntesis para mostrar el aspecto connotativo que subyace en la metáfora según Michel Le Guern. Este autor entiende por denotación al contenido de la información lógica del lenguaje, mientras que la connotación es el conjunto de los sistemas significantes que se pueden descubrir en un texto además de la denotación en sí. Asimismo, para Le Guern el caso más notorio de la connotación libre es el texto poético, del que no es posible dar una interpretación plenamente satisfactoria desde la denotación. Este tipo de texto presenta algunos agujeros lógicos que cada lector debe llenar con elementos provenientes de su imaginación, de su propia experiencia, de su cultura o de su conocimiento acerca de la biografía del poeta. Estos elementos conforman la connotación, puesto que no están inscriptos en la estructura lógica del texto. De acuerdo a lo expuesto por Le Guern, la particularidad de la metáfora consiste en unir una denotación marcada por un proceso de selección sémica a una connotación psicológica obligada (LE GUERN, 1984: 72); es decir, a una connotación que toma la forma de una imagen asociada dentro de un reducido contexto de interpretación. Al obligar a abstraer a nivel de la comunicación lógica cierto número de elementos de significación, la metáfora permite poner de relieve los elementos mantenidos; a un nivel distinto del de la pura información, y por medio de la introducción de un término extraño a la isotopía del contexto, provoca la evocación de una imagen asociada que percibe la imaginación y que ejerce su impacto sobre la sensibilidad sin el control de la inteligencia lógica, pues la naturaleza de la imagen introducida por la metáfora le permite escaparse de dicho control. Es decir, la manifestación de la metáfora supone la existencia de una mentalidad pre-lógica que tiene más que ver con el sentimiento que con la razón. Es así como Tudor Vianu, en Los problemas de la metáfora, puede decir que
al tratar de nombrar las realidades espirituales para las que faltaban términos, los hombres las asimilaron a ciertas realidades sensibles, aludiendo a las primeras con expresiones correspondientes a las segundas, o sea realizando una metaforización. De igual manera, los atributos empleados desde el comienzo para caracterizar las impresiones sensibles fueron asociados, posteriormente, a impresiones morales, y así se habla del calor de los sentimientos o de la fuerza del carácter entre otras cosas (VIANU, 1971: 18)
          Si retomamos el tema de la mimesis y el mito en relación con la metáfora, podemos decir junto con Ricoeur que “la poesía es la mímesis del mito”. Para eso debemos entender al mito como ese acontecimiento cosmogónico que marca el principio de todas las cosas; mientras que la mímesis sería entonces la representación esencial de las acciones humanas o del acontecer del ser. Desde esta instancia teórica se puede dar el paso que permite identificar a la metáfora con la mímesis, en cuanto, para Ricoeur, la primera viene a ser la mímesis del ser como acto, es decir, la intención semántica más decisiva, con la del discurso ontológico en el punto en que la referencia pone en juego al ser como acto y como potencia (RICOEUR, 1980: 194). La imagen de la metáfora como mímesis arrastra al sentido de lo dicho hacia más allá de lo meramente verbal, hacia lo que es en acto a través de la potencia de la detección ontológica de la poesía.
          Además no se puede dejar de tener en cuenta que la función de la mímesis es inseparable de su referencialidad; en la mímesis metafórica existe, o más bien, se da una elevación del sentido, y es allí donde se genera el desplazamiento del significado de las palabras. El origen de tal elevación y desplazamiento deriva de la visión mítica de las cosas, en tanto esta última es una visión metafórica. Por esto, la mímesis no puede ser identificada solamente como una mera copia de la realidad, y ni siquiera como una nueva elaboración de la misma, pues ese movimiento que traslada a las palabras y a las cosas más allá de su antigua significación da acceso a una visión dinámica de la realidad que se basa en el carácter ontológico implícito en la enunciación metafórica. A partir de esta visión dinámica se instaura el ser como que propone el poeta y que significa simultáneamente ser y no ser al mismo tiempo. Por lo tanto, en este ser como se da una tensión manifiesta entre el ser y el no ser, es decir, una tensión entre la impertinencia lexical, predicativa y ontológica que ofrece la metáfora en su exterioridad, y la nueva pertinencia ontológica que instaura la metáfora viva.
          En cuanto al problema de la verdad metafórica, Ricoeur se pregunta si la tensión que afecta a la cópula en su función relacional, no afecta también a la cópula en su relación existencial. Para responderse a esta pregunta, Ricoeur plantea que si la verdad lógica se define como la conformidad del pensamiento con el objeto como es, la verdad metafórica ha de ser la conformidad del pensamiento poético con el objeto como no es pero como sí podría ser, es decir, una conformidad con el ser posible del objeto entre la potencia y el acto. De igual manera, se puede suponer una conformidad en sentido inverso, o sea, la conformidad del ser posible con la visión poética que lo instaura y le da nueva significación como nuevo objeto real en acto que antes carecía de existencia. Es en este punto en donde reside el sentido de la mímesis para Ricoeur, en la posibilidad de una imitación que construye su objeto, o mejor dicho, en la posibilidad de una imitación que a partir de lo que es construye lo que no es pero puede ser. Por esto, Ricoeur insiste en la función heurística de la mímesis metafórica en cuanto es capaz de redescribir la realidad revelando e instaurando un nuevo conocimiento de lo que es.
          Por otra parte, Ricoeur supone que dentro de la visión poética lo que funciona heurísticamente es el sentimiento y no la razón. Es más, el mismo Ricoeur dice que
la función universal del sentimiento consiste en unir; el sentimiento une lo que el conocimiento separa; el sentimiento me une a las cosas, a los seres, al ser. Mientras todo el movimiento de objetivación tiende a oponer el mundo al yo, el sentimiento une la intencionalidad que me saca fuera de mí con el afecto que me hace sentirme existiendo; y así siempre se mueve por encima o por debajo del dualismo sujeto-objeto (RICOEUR, 1980: 212)
En su expresión metafórica, el sentimiento configura una experiencia auténticamente creadora y reveladora de lo real sin contradicciones. Según Ricoeur, la creación poética nos conduce a la manifestación de un mundo pre-objetivo en que nos encontramos ya desde el nacimiento, pero también en el cual proyectamos nuestros posibles más propios (RICOEUR, 1980: 213).
          Pero no sólo el discurso poético recurre a la metáfora, sino que también lo hace el filosófico que de esta manera se poetiza. Lo hace con el fin de lograr nuevas significaciones a partir de la impertinencia semántica y de sacar a la luz nuevos aspectos de la realidad gracias a la innovación semántica. En esta instancia, Ricoeur propone una suerte de intersección entre las esferas de ambos discursos, una intersección que esté fundada en la ontología especifica de los postulados del ente referencial. De esta manera, tanto desde lo poético como desde lo filosófico se puede reflexionar acerca de la construcción del ser posible de las cosas a partir de sus referencias particulares en las realidad concreta. En este sentido, tenemos que suponer que estas referencias particulares propias de la poesía y de la filosofía son percibidas por un ente particular que a partir de su conciencia pretende otorgarles un ser, por lo tanto, nada es lo que es en sí sino que es lo que se construye a partir del proceso de metaforización de la realidad que llevan a cabo los distintos sujetos.

Bibliografía
LE GUERN, Michel (1984). La metáfora y la metonimia. Cátedra, Madrid.
RICOEUR, Paul (1980). La metáfora viva. Cristiandad, Madrid.
VIANU, Tudor (1971). Los problemas de la metáfora. EUDEBA, Buenos Aires.


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