Había
una vez un jugador mágico, un jugador realmente distinto. Cuentan en Rosario
que era mejor que Maradona, Messi, Pelé, Di Stéfano, Cruyff o cualquier otro
que alguna vez haya sido elevado a la categoría de mejor jugador del mundo. Su
nombre era Tomás Felipe Carlovich, pero le decían el Trinche, el Trinche
Carlovich. Casi no existen grabaciones fílmicas acerca de sus partidos y sus
memorables jugadas. Las fotografías son escasas. Los artículos periodísticos en
suplementos deportivos, también. Para conocer su historia sólo se puede
recurrir a los testimonios orales de quienes compartieron una cancha con él o
de quienes lo vieron desde la tribuna de un estadio. Entre los que lo admiraron
se encuentran los ex directores técnicos de la Selección Nacional Argentina
César Luis Menotti, José Néstor Pekerman y el “Loco” Bielsa. Este último
recuerda que, durante cuatro años seguidos, lo fue a ver todos los sábados a la
cancha en la que jugara.
El Trinche brilló desde finales de la
década del ‘60 hasta mediados del ’80. Sólo jugó dos partidos en Primera. El
resto de su carrera se desarrolló en la subestimada categoría de la B
metropolitana. Nunca jugó en uno de los equipos grandes del país. Apenas si
estuvo algún tiempo en Rosario Central hasta que el técnico Miguel Ignomiriello
lo desafectó del plantel por vago, indisciplinado e incumplidor. Cuentan que, a
pesar de su talento incomparable, no era muy amigo del entrenamiento, los
horarios y la disciplina. Nunca lo vieron levantado antes de las 10 de la
mañana. Tal vez por eso su carrera no trascendió más allá de la segunda
categoría del fútbol argentino y de las fronteras rosarinas. El Trinche jugó durante
la mayor parte de su carrera en Central Córdoba de Rosario, el tercer club de
la ciudad. Cuentan que en muchas ocasiones prefería irse a pescar al río antes
que ir a entrenar al club. Cuentan que le gustaba mucho el vino, las mujeres y
la noche. El Trinche era un lírico total, un bohemio, un loco. No estaba hecho
para el rigor disciplinario de los técnicos de la época. Prefería jugar por el
placer de jugar antes que por la guita, el éxito o la fama. En Central Córdoba
le bancaban esos desplantes. Desde el primer instante, los hinchas del club lo
adoraron, lo idolatraron. Fue un amor a primera vista. El tercer club rosarino
fue la casa del Triche, el escenario de sus grandes hazañas. En la cancha
brillaba como ningún otro. Dicen que, cuando le hacía un caño a un rival, lo
esperaba para volver a repetir el lujo. El caño era de ida y vuelta. Dicen que
en el verde césped parecía tener todo el tiempo del mundo. Era un jugador lento
pero con mucha clase, algunos lo comparan con Fernando Redondo o con Juan Román
Riquelme, aunque más hábil aún, si eso puede ser posible. Era imposible sacarle
la pelota. Dicen que pasaban años enteros sin que nadie se la pudiera quitar.
Incluso cuentan que aún posee el récord mundial de posesión del balón por parte
de un jugador durante un mismo partido. Cuentan que en un partido lo mantuvo en
su poder durante diez minutos sin que ninguno de sus ocasionales rivales
tuviera siquiera la mínima oportunidad de tocarlo hasta que un ofuscado número
3 lo cortó con un foul. El Trinche fue un jugador legendario, un mito. Nunca
hubo ni habrá nadie como él.
Como toda leyenda, el Trinche Carlovich
tuvo su momento épico, ese momento en el cual el héroe se eleva a su máximo
esplendor, se confirma en su gloria. Cuentan que en el proceso preparatorio
previo al Mundial de Alemania ’74 se organizó un partido entre la Selección
Argentina y un combinado rosarino. Este último estaba integrado por cinco
jugadores de Newell’s Old Boys, cinco de Rosario Central y el onceavo que era
el Trinche. Cuentan que esa fue una noche memorable. El equipo de la ciudad
santafesina le pegó un baile terrible al que iba a participar en el máximo
torneo ecuménico. Esa noche al Trinche le salieron todas. Convirtió el primer
gol con un cabezazo furibundo. En el segundo, metió un pase punzante y
milimétrico. Vladislao Cap, el técnico de Argentina, preguntó quién era ese
tipo que se había transformado en el inesperado protagonista del partido. En
Buenos Aires, el nombre, la fama y la calidad futbolística del Trinche eran
totalmente desconocidas. En aquella época, la prepotencia de la capital hacía
pensar que más allá de la avenida General Paz no existían jugadores dignos de
consideración. El Trinche se encargó de demostrarles lo contrario. Esa noche
fue su gran noche. El partido terminó 3 a 0 a favor de los rosarinos sólo
porque estos últimos levantaron el pie del acelerador. Podría haber sido una
goleada vergonzosa, inolvidable. Incluso dicen que Cap le pidió al técnico
rosarino que lo sacara al Trinche de la cancha. Así fue como luego de ese
primer tiempo se tuvo que quedar en el vestuario, reemplazado por ser
excesivamente bueno. Cap no quería que sus jugadores se vieran humillados antes
de participar en el Mundial.
Carlovich sigue viviendo en Rosario. Desde
hace mucho tiempo no ha vuelto a tocar una pelota de fútbol. Una lesión mal
curada en la cadera se lo impide. De vez en cuando se llega, caminando
rengueante, al estadio de Central Córdoba, el lugar en el cual vivió sus tardes
más gloriosas. No entra a la cancha, sólo mira desde la tribuna a través del
alambrado con ojos nostalgiosos. “¡Lo que daría por volver a tener veinte
años!”, piensa. También suele juntarse a comer un asadito con sus viejos
compañeros de equipo. Ellos lo adoran. No se cansan de contar anécdotas acerca
de su habilidad y sus hazañas. El Trinche los escucha calladamente con cierto
pudor y sonríe. No habla mucho. Parece preferir el silencio. Es un tipo simple,
un tipo de barrio. No parecen seducirlo los grandes halagos, aunque tampoco le
disgustan del todo. Para él solamente parece existir una pelota de fútbol
deslizándose a través del césped. La velada transcurre ente risas y recuerdos.
Es un momento ameno. El Trinche disfruta de la comida, la bebida y la compañía
de sus amigos. La noche se acaba. El Trinche se va caminando lentamente
abrazado y charlando con un amigo. No le hace falta nada más, es el mejor
jugador del mundo.
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