sábado, 13 de junio de 2015

El mejor jugador del mundo no fue Maradona

     Había una vez un jugador mágico, un jugador realmente distinto. Cuentan en Rosario que era mejor que Maradona, Messi, Pelé, Di Stéfano, Cruyff o cualquier otro que alguna vez haya sido elevado a la categoría de mejor jugador del mundo. Su nombre era Tomás Felipe Carlovich, pero le decían el Trinche, el Trinche Carlovich. Casi no existen grabaciones fílmicas acerca de sus partidos y sus memorables jugadas. Las fotografías son escasas. Los artículos periodísticos en suplementos deportivos, también. Para conocer su historia sólo se puede recurrir a los testimonios orales de quienes compartieron una cancha con él o de quienes lo vieron desde la tribuna de un estadio. Entre los que lo admiraron se encuentran los ex directores técnicos de la Selección Nacional Argentina César Luis Menotti, José Néstor Pekerman y el “Loco” Bielsa. Este último recuerda que, durante cuatro años seguidos, lo fue a ver todos los sábados a la cancha en la que jugara.

     El Trinche brilló desde finales de la década del ‘60 hasta mediados del ’80. Sólo jugó dos partidos en Primera. El resto de su carrera se desarrolló en la subestimada categoría de la B metropolitana. Nunca jugó en uno de los equipos grandes del país. Apenas si estuvo algún tiempo en Rosario Central hasta que el técnico Miguel Ignomiriello lo desafectó del plantel por vago, indisciplinado e incumplidor. Cuentan que, a pesar de su talento incomparable, no era muy amigo del entrenamiento, los horarios y la disciplina. Nunca lo vieron levantado antes de las 10 de la mañana. Tal vez por eso su carrera no trascendió más allá de la segunda categoría del fútbol argentino y de las fronteras rosarinas. El Trinche jugó durante la mayor parte de su carrera en Central Córdoba de Rosario, el tercer club de la ciudad. Cuentan que en muchas ocasiones prefería irse a pescar al río antes que ir a entrenar al club. Cuentan que le gustaba mucho el vino, las mujeres y la noche. El Trinche era un lírico total, un bohemio, un loco. No estaba hecho para el rigor disciplinario de los técnicos de la época. Prefería jugar por el placer de jugar antes que por la guita, el éxito o la fama. En Central Córdoba le bancaban esos desplantes. Desde el primer instante, los hinchas del club lo adoraron, lo idolatraron. Fue un amor a primera vista. El tercer club rosarino fue la casa del Triche, el escenario de sus grandes hazañas. En la cancha brillaba como ningún otro. Dicen que, cuando le hacía un caño a un rival, lo esperaba para volver a repetir el lujo. El caño era de ida y vuelta. Dicen que en el verde césped parecía tener todo el tiempo del mundo. Era un jugador lento pero con mucha clase, algunos lo comparan con Fernando Redondo o con Juan Román Riquelme, aunque más hábil aún, si eso puede ser posible. Era imposible sacarle la pelota. Dicen que pasaban años enteros sin que nadie se la pudiera quitar. Incluso cuentan que aún posee el récord mundial de posesión del balón por parte de un jugador durante un mismo partido. Cuentan que en un partido lo mantuvo en su poder durante diez minutos sin que ninguno de sus ocasionales rivales tuviera siquiera la mínima oportunidad de tocarlo hasta que un ofuscado número 3 lo cortó con un foul. El Trinche fue un jugador legendario, un mito. Nunca hubo ni habrá nadie como él.
     Como toda leyenda, el Trinche Carlovich tuvo su momento épico, ese momento en el cual el héroe se eleva a su máximo esplendor, se confirma en su gloria. Cuentan que en el proceso preparatorio previo al Mundial de Alemania ’74 se organizó un partido entre la Selección Argentina y un combinado rosarino. Este último estaba integrado por cinco jugadores de Newell’s Old Boys, cinco de Rosario Central y el onceavo que era el Trinche. Cuentan que esa fue una noche memorable. El equipo de la ciudad santafesina le pegó un baile terrible al que iba a participar en el máximo torneo ecuménico. Esa noche al Trinche le salieron todas. Convirtió el primer gol con un cabezazo furibundo. En el segundo, metió un pase punzante y milimétrico. Vladislao Cap, el técnico de Argentina, preguntó quién era ese tipo que se había transformado en el inesperado protagonista del partido. En Buenos Aires, el nombre, la fama y la calidad futbolística del Trinche eran totalmente desconocidas. En aquella época, la prepotencia de la capital hacía pensar que más allá de la avenida General Paz no existían jugadores dignos de consideración. El Trinche se encargó de demostrarles lo contrario. Esa noche fue su gran noche. El partido terminó 3 a 0 a favor de los rosarinos sólo porque estos últimos levantaron el pie del acelerador. Podría haber sido una goleada vergonzosa, inolvidable. Incluso dicen que Cap le pidió al técnico rosarino que lo sacara al Trinche de la cancha. Así fue como luego de ese primer tiempo se tuvo que quedar en el vestuario, reemplazado por ser excesivamente bueno. Cap no quería que sus jugadores se vieran humillados antes de participar en el Mundial.


     Carlovich sigue viviendo en Rosario. Desde hace mucho tiempo no ha vuelto a tocar una pelota de fútbol. Una lesión mal curada en la cadera se lo impide. De vez en cuando se llega, caminando rengueante, al estadio de Central Córdoba, el lugar en el cual vivió sus tardes más gloriosas. No entra a la cancha, sólo mira desde la tribuna a través del alambrado con ojos nostalgiosos. “¡Lo que daría por volver a tener veinte años!”, piensa. También suele juntarse a comer un asadito con sus viejos compañeros de equipo. Ellos lo adoran. No se cansan de contar anécdotas acerca de su habilidad y sus hazañas. El Trinche los escucha calladamente con cierto pudor y sonríe. No habla mucho. Parece preferir el silencio. Es un tipo simple, un tipo de barrio. No parecen seducirlo los grandes halagos, aunque tampoco le disgustan del todo. Para él solamente parece existir una pelota de fútbol deslizándose a través del césped. La velada transcurre ente risas y recuerdos. Es un momento ameno. El Trinche disfruta de la comida, la bebida y la compañía de sus amigos. La noche se acaba. El Trinche se va caminando lentamente abrazado y charlando con un amigo. No le hace falta nada más, es el mejor jugador del mundo.    

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