En
un artículo titulado “Problemas teóricos de la autobiografía”, Ángel Loureiro,
analizando los postulados teóricos de Paul John Eakin, habla acerca de la
imposibilidad de la autobiografía. ¿A qué se refiere con este concepto? Pues ni
más ni menos que al hecho de que no se puede separar nunca la autobiografía de
la ficción. En teoría, se supone que la primera es un texto narrativo en el
cual un autor cuenta su propia vida, es decir, cuenta hechos reales acerca de
sí mismo. Sin embargo, Eakin señala que “el texto autobiográfico no refleja un autor referencial sino que el
autor se crea a sí mismo, crea un yo que no existiría sin ese texto” (1991: 4).
Por lo tanto, desde este punto de vista, “el acto autobiográfico es un modo de autoinvención que se practica primero en el vivir y que se
formaliza en la escritura” (1991: 4).
De todas maneras, según Loureiro, Eakin
retrocede en este límite y parece querer justificar el acto autobiográfico como
narración de hechos reales acerca del sí mismo a partir de la psicología y no
desde la historia, es decir, pretende hacerlo a partir de una disciplina que
también se pretende científica y positivista. Piensa que si ya no se puede
sostener el acto autobiográfico desde una referencialidad histórica
comprobable, al menos se lo puede hacer desde una formal. En consecuencia, la
validez de la autobiografía como género, según Eakin, se asienta en el hecho de
que repite unas estructuras evolutivas de la personalidad (1991: 4-5). Sin
embargo, algunos otros autores son contrarios a esta postura. Sidonie Smith,
por ejemplo, señala que en el acto autobiográfico se produce un desdoblamiento
del yo entre el yo narrador y el yo narrado. Desde este punto de vista,
entonces, el texto autobiográfico es un artefacto retórico que, lejos de reproducir o crear
una historia de vida, producen su desapropiación (1991: 6), es decir, producen
la narración de la historia de un yo narrado que pretende ser el mismo que el
yo narrador pero que sin embargo es otro. Es en este punto, por lo tanto, en
donde se realiza el cruce entre una historia que pretende ser real pero que no
deja de ser al mismo tiempo ficticia.
Del mismo modo, en la introducción de su
libro Acto de presencia. La escritura
autobiografía en Hispanoamérica, Sylvia Molloy también menciona la
imposibilidad de “narrar la historia
de una primera persona que sólo existe en el presente de la enunciación” (2011:
11). En cierta forma, esta idea de Molloy acerca de la narración autobiográfica
coincide con la de Paul Ricoeur acerca de que el ser humano es una concordancia
discordante. Ahora bien, ¿qué quiere decir Ricoeur con esta idea? Pues ni más
ni menos que el ser humano nunca es el mismo en el transcurso de su vida,
siempre está siendo otro. El hombre es una concordancia en tanto es el mismo a lo
largo del tiempo, pero simultáneamente es una discordancia en cuanto siempre va
siendo otro. Es así como Ricoeur menciona que en toda composición narrativa se
da una “síntesis de lo heterogéneo” entre lo que es y lo que ya fue. Por esto,
entonces, “la identidad narrativa de un personaje sólo puede ser correlativa de
la concordancia discordante de la propia historia” (1999: 221).
En consecuencia, tal como lo señala
Molloy, el narrador en primera persona que sólo existe en el presente de la
enunciación se aboca a la tarea imposible de contar la historia de otra primera
persona que existe en el pasado de lo enunciado, otra persona que es el sí
mismo pero al mismo tiempo es otro. O, tal como lo indicaba Sidonie Smith, se
produce un desdoblamiento entre el yo narrador del presente y el yo narrado del
pasado. Además, de la misma manera en que Ricoeur señala que “el relato es la
dimensión lingüística que proporcionamos a la dimensión temporal de la vida.
[…] La historia de la vida se convierte, de ese modo, en una historia contada”
(1999: 216), Molloy define a la autobiografía como una re-presentación, algo
que se presenta nuevamente, se vuelve a contar, puesto que, según ella, “la
vida a la que supuestamente se refiere es, de por sí, una suerte de construcción
narrativa. La vida es siempre, necesariamente, relato” (2011: 15-16). En
síntesis, a partir de lo expuesto, puede notarse como la autobiografía es un
relato del sí mismo que siempre está atravesado por la ficción, un relato que
nunca es totalmente real.
Uno de los relatos en lo que se nota esta
suerte de ficcionalización de la autobiografía es la novela Kaddish por el hijo no nacido del
escritor húngaro Imre Kertész. En ella
existe un narrador en primera persona que, en cierto modo, a partir de sus
vivencias, puede ser identificado con el autor de la misma. Desde este punto de
vista, la novela de Kertézs puede ser leída como una autobiografía. Aunque, sin
embargo, como se decía anteriormente, siempre va a ser una autobiografía que
está atravesada por la ficción, que nunca cuenta totalmente la realidad. Uno de
los primeros aspectos que se pueden tener en cuenta en este sentido es cómo se
define a sí mismo el narrador de la historia. El narrador dice que es escritor
y traductor, de nacionalidad húngara, de origen judío, sobreviviente de
Auschwitz, esposo, hijo único, hijo rechazado por su madre, padre de un hijo no
nacido. Sin embargo, el narrador no sólo se define a sí mismo sino que, de la
misma manera, a lo largo de su vida, ha sido definido por otros, ha sido
definido desde la alteridad. Por ejemplo, para los nazis que lo terminan
transportando a Auschwitz ha sido definido como “una mujer calva con una bata
colorada”, es decir, como un judío más entre otros judíos, como un impuro.
Ahora bien, ¿de dónde proviene esta expresión? Proviene de uno de los episodios
de la novela en el que el narrador, cuando era joven, tiene la oportunidad de
ver a una familiar suya, a una tía más precisamente, en el momento en el que se
estaba mostrando tal como la judía ortodoxa que era. Su padre le explica
entonces que tanto su tía como sus parientes eran polisch, y que “las mujeres polisch
se rapaban por motivos religiosos y llevaban una peluca llamada schlati” (2002: 73). Así es como el narrador
descubre:
Mi
condición de judío empezó a resultar cada vez más relevante, por cuanto tal
condición implicaba en general la sentencia de muerte, como fue demostrándose
con el paso del tiempo, de pronto tomé conciencia de que ya sabía quién era,
[…] yo era una mujer calva sentada
delante del espejo, con una bata colorada. (2002: 31-32)
Al
ser un judío más entre otros judíos es entonces un ser pasible de ser llevado a
Auschwitz por los otros, por quienes se pretenden puros, superiores. El judío
es una mancha, una peste, está estigmatizado.
Es así entonces como el judío, la mujer
calva con una bata roja, se transforma en un futuro sobreviviente de Auschwitz.
Su relato está atravesado por esa vivencia. Sin embargo en el momento presente
de la enunciación narrativa no puede decirse que el narrador sea tanto la mujer
calva con una bata roja como el sobreviviente de un campo de concentración. En
el momento presente de la enunciación, el narrador es otro, quizás sea el padre
de un hijo no nacido, un hijo al cual le ha negado la existencia. O tal vez ni
siquiera eso, tal vez sólo sea un viejo escritor que pasea junto a otro por el
bosque de una residencia. Pero, de todos modos, tampoco deja de ser lo que fue
antes, no deja de ser ni el judío ni el sobreviviente de Auschwitz. Es una
concordancia discordante cuya vida está atravesada por esas vivencias que en su
relato se hacen ficticias. Son ficticias en tanto no son la realidad sino que tan sólo son su realidad. En este punto, en su condición de judío sobreviviente
de un campo de concentración, reside una de las premisas a partir de las cuales
se estructura el relato. En una reunión con otros intelectuales judíos
sobrevivientes de los campos de concentración nazis se llega a la conclusión de
que “Auschwitz no tiene explicación”. Sin embargo, el narrador piensa por el
contrario que “la frase, vista desde la mera perspectiva de la lógica
lingüística, es errónea, que a lo sumo refleja deseos, una moralidad infantil
[…] y diversos complejos reprimidos” (2002: 45). Para el narrador, Auschwitz sí
parece tener explicación, pero es una explicación no complaciente. Para el
narrador
es
imposible eludir las explicaciones, no cesamos de explicar y de dar
explicaciones, la vida misma, ese complejo inexplicable de fenómenos y
sensaciones, nos las exige, nuestro entorno nos las exige y, por último,
nosotros mismos exigimos de nosotros explicaciones, hasta que conseguimos
destruir todo a nuestro alrededor, incluidos nosotros mismos, es decir, hasta
que por fin conseguimos explicarnos a muerte (2002: 8)
En este sentido, Ricoeur reconoce que en la
interpretación de los textos debe existir una complementariedad entre dos
momentos, el comprensivo y el explicativo. Según el autor francés, “la
comprensión es más bien el momento no metódico que en las ciencias de la
interpretación, se compone con el momento metódico de la explicación. Ese
momento precede, acompaña, clausura y de este modo envuelve a la explicación” (Lojo, 1986: 191). Ahora bien, ¿en qué
consiste específicamente la explicación que el narrador de Kaddish por el hijo no nacido pretende dar acerca de Auschwitz
según lo postulado por Ricoeur? Para Ricoeur, “la explicación desarrolla
analíticamente la comprensión” (Ferraris, 2002: 251), es decir, es el momento
epistemológico que precede a lo ontológico en la construcción del propio ser.
Según Ferraris, “en una epistemología de los textos literarios, la hermenéutica
no descubre simplemente un antagonista o a su otro, sino además sus propios
orígenes” (2002: 251). De este modo, entonces, lo que hace el narrador de la
novela de Kertész al intentar explicar el hecho Auschwitz es ni más ni menos
que ubicar el ser del judío en una estructura ideológica que lo rechaza y, a
partir de allí, tratar de comprender su propia vida tanto en relación al sí
mismo como al otro, al que lo rechaza.
Según lo que señala María Rosa Lojo, a
partir de los postulados teóricos de Paul Ricoeur, “la narración se convierte
en modelo interpretante de la realidad vivida” (1986: 194). Pero para ello debe
cumplir una función metafórica y simbólica, es decir, debe ser “capaz de
re-describir lo real por la tensión predicativa de la cópula que indica a la
vez el ser y el no ser, esto es, el ser
como” (1986: 193). Entonces, si uno se ubica en esta perspectiva
metafórico-simbólica de la interpretación de los textos, puede comprender de
mejor manera el conflicto que sufre el protagonista de la novela de Kertész.
Básicamente, su problema consiste en que no desea tener un hijo, es el padre de
un hijo no nacido. Ahora bien, ¿por qué no desea tenerlo? ¿Por qué no desea ser
padre? Tal vez la explicación se encuentre en los episodios vividos durante su
infancia. Hacia el final de la novela, el narrador recuerda un internado al que
lo envió su padre para ser educado. Allí, en ese lugar, según él, la educación
se basaba en principios simples: el principio de la autoridad, el principio
autoritario del padre, el del ejercicio del poder. En ese sentido, el internado
cumple la función del padre, es el depositario del poder. A partir de esta
vivencia, el narrador concluye que “el poder es incontestable como
incontestables son sus leyes que rigen nuestras vida, pero nunca podemos
cumplir estas leyes de una manera total: siempre somos culpables ante el padre
y ante Dios” (2002: 136).
Del mismo modo que hay una conexión entre
el internado y la figura paterna, hay otra entre el mismo lugar y Auschwitz. El
narrador otra vez vuelve a recordar cómo pasaban revista en el internado, la
pasaban de la misma manera en que después la pasarían en el campo de
concentración. Auschwitz era para él, entonces, una exacerbación de las mismas
virtudes para las cuales lo educaron desde su infancia (2002: 137). El narrador
dice, en este sentido,
Auschwitz
[…] se me presenta en la imagen del padre, […] las palabras padre y Auschwitz
producen en mí las mismas resonancias […]. Si es cierta la afirmación de que
Dios es un padre encumbrado, entonces Dios se me manifestó en la imagen de
Auschwitz (2002: 137)
Auschwitz,
entonces, no sólo simboliza al internado, no sólo es una imagen especular y
exacerbada de este lugar, sino que también es
como el padre e incluso como Dios, el padre encumbrado. El estado que
instituye Auschwitz es un padre iracundo que castiga a sus hijos no deseados,
los impuros, los que son como una mujer
calva con bata roja. Así, el deseo del narrador de no tener un hijo puede
ser explicado, comprendido e interpretado a partir del deseo de no ser el Auschwitz
de un nuevo ser en el mundo, el padre iracundo y punitivo de una nueva
existencia. Por eso, el narrador reza un kaddish
por él, por su hijo no nacido, lo reza para librarlo del mal del mundo.
En conclusión, desde el punto de vista de
su imposibilidad, la autobiografía que narra el protagonista de la novela de
Kertész tal vez no sea un relato de hechos completamente verídicos acerca de la
propia vida tal como tendría que serlo en este género sino más bien el intento
de comprensión y explicación del sí mismo que uno es a partir de lo que uno ha
sido. En ese sentido, el hombre que no desea ser padre es a partir del judío
que ha sido estigmatizado, del judío que ha sobrevivido a Auschwitz, es la
concordancia presente que es a partir de la discordancia que fue siendo en el
tiempo pasado hasta su momento presente. La autobiografía se transforma así, de
esta manera, en un ejercicio hermenéutico del sí mismo más que en un simple
relato.
Bibliografía
FERRARIS,
Mauricio (2002). Historia de la
Hermenéutica. Siglo XXI, México.
KERTÉSZ,
Imre (2002). Kaddish por el hijo no
nacido. Narrativa del Acantilado, Barcelona.
LOJO,
María Rosa (1986). “La hermenéutica de Paul Ricoeur y la constitución simbólica
del texto literario” en Literatura y
hermenéutica. García Cambeiro, Buenos Aires, pp. 189-210.
LOUREIRO,
Ángel (1991). “Problemas teóricos de la autobiografía” en La autobiografía y sus problemas teóricos. Estudios e investigación
documental. Suplemento de Anthropos Nro. 29. Diciembre, Barcelona, pp. 2-8.
MOLLOY,
Sylvia (2001). Acto de presencia. La
escritura autobiográfica en Hispanoamérica. Fondo de Cultura Económica,
México.
RICOEUR, Paul (1999). Historia y narratividad. Paidós, Barcelona.
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